26
Crucé veloz las entrañas de la vetusta estación, una negrura amplia y abierta, rodeada de grúas y demás equipo de construcción, iluminado por intermitentes focos de emergencia. La escritura que había en una pared, con forma circular, me recordó a parte del viejo material que había en las cavernas, como aquella extraña intersección por la que pasaba con frecuencia, que tenía el techo y el suelo cubiertos de aquellos símbolos. La única conclusión a la que llegaba era que los antiguos habitantes del planeta habían construido naves allí dentro, pero ¿para qué habían necesitado tanto espacio? La cavernosa cámara se tragó nuestros cazas estelares.
Los otros dos cazas de la FDD estaban elevándose. Los perseguían los seis krells, que abrían fuego sin cesar, llenando la oscuridad de disparos de destructor. Nedd intentó alcanzarlos y yo lo seguí, sobrecargando el propulsor para tener un momento de aceleración adicional.
No podía llamar a los otros cazas. Las naves de cadetes no solían estar equipadas con canales de radio que les permitieran hablar con los pilotos graduados. No querían que molestáramos.
Cambié al canal directo con Nedd.
—Esto es una locura —dije—. Muchísimas gracias por darme una excusa para hacerlo.
—¿Peonza? —dijo él—. ¿Sigues conmigo?
—De momento, sí. ¿Cuál es el plan?
—Ayudar a esos cazas en lo que podamos. A lo mejor, podemos acercarnos. Esos krells vuelan en… —Se interrumpió al pasar junto a una vieja grúa, casi rozándola—. Vuelan en grupo. Podríamos darles a todos a la vez, con un PMI bien colocado.
—Sigo tus instrucciones —dije, esquivando la grúa por debajo—. Pero si Caracapullo pregunta, pienso contarle que intenté disuadirte de hacer esto.
—¿Tú, la voz de la razón? Peonza, yo soy idiota, y ni yo me creería algo así.
Sonreí e imité a Nedd acelerando a Mag 1,2, para intentar alcanzar a los krells. Por desgracia, los pilotos de la FDD viraron a la derecha y se metieron en un túnel que se internaba más en las profundidades de la antigua estación.
Una parte de mí no podía creer que estuviéramos haciendo aquello. ¿Volar por el centro de un antiguo escombro que estaba en plena caída hacia el suelo? ¿Cuánto tiempo teníamos hasta el impacto? ¿Unos minutos, como mucho?
Con los dientes rechinando, dejé de acelerar mientras Nedd y yo nos ladeábamos y seguíamos a los krells al interior del túnel. Estaba iluminado por focos rojos, que pasaron emborronados mientras lo recorríamos a Mag 1,2, que ya era una velocidad peligrosa para estar volando por el interior de algo. No me atrevía a ir más deprisa, pero un vistazo rápido al sensor de proximidad me indicó que los krells aún estaban muy fuera del alcance del PMI.
Nedd abrió fuego con su destructor y yo lo imité, pero, como nos había advertido Cobb, apuntar era difícil incluso con seis objetivos revoloteando enfrente de nosotros. Los escudos krells absorbieron sin problemas los pocos disparos que acertaron.
Muy por delante, nuestros pilotos engancharon la pared con sus lanzas de luz y doblaron un recodo para meterse en otro túnel. Los krells los siguieron con menos destreza. Yo clavé mi propia lanza en la pared y tracé una curva cerrada para ir tras ellos. Mis ConGravs saltaron para absorber las fuerzas de inercia e impedir que me aplastara.
Hice sudar a los ConGravs mientras serpenteábamos por las entrañas de la nave, haciendo giro tras giro, volando en una secuencia de maniobras tan frenética y rápida que no pude disparar ni una vez. Tenía la atención fija del todo en observar los propulsores de los krells, en usar sus movimientos como guía para buscar dónde clavar a continuación mi lanza de luz. Girar, liberar, esquivar, lanzar, girar. Repetir.
—Solo… un poco… más… —dijo Nedd, un poco por delante de mí.
Lanzar. Girar. Liberar.
—Tengo una proyección de batalla actualizada —dijo M-Bot en tono animado.
Por delante, una nave krell falló un viraje y rozó el lado del túnel. Su escudo absorbió el impacto, pero el rebote lo estampó contra la pared opuesta. La repentina y violenta explosión me hizo aflojar la velocidad. Hice el giro, por los pelos, mientras crepitaban piedras y chispas contra mi escudo.
—Te habías olvidado de que estoy aquí, ¿verdad? —dijo M-Bot.
—Ocupada —respondí entre dientes apretados. Nedd no había aminorado por la explosión. De hecho, estaba sobrecargando el propulsor, ya cerca de Mag 1,5, intentando acercarse a los krells restantes.
Aceleré para mantenerle el ritmo, pero aquello empezaba a parecer demasiado. Incluso para mí.
—Podría volver a hibernar, si no te interesa hablar —comentó M-Bot—. Me… echarías de menos si lo hiciera, ¿verdad?
—Claro.
—¡Ay, qué sentimentales sois los humanos! Jajaja. Por cierto, tienes tres minutos y medio exactos antes de que la estación caiga contra la superficie. Tal vez menos, dado que los krells han empezado a dispararle.
—¿Qué?
—Ahora que el grueso de vuestras naves se ha retirado, los krells están centrados en la estación, en que no podáis echarle mano. Creo que hay bombarderos preparando cargas explosivas en la parte de arriba, y cazas normales fuera destruyendo todos los anillos de pendiente para que caiga más deprisa.
—Tirda. Seguro que podríamos construir naves para llenar varios escuadrones, con los restos de este sitio.
Los krells no iban a permitírnoslo.
Pero ¿por qué dejar que cayera aquel trasto, en un principio? ¿Por qué no destruirlo allá arriba?
Tratar de descifrar las reacciones de los krells en ese momento era una pérdida de tiempo. Hice otro viraje siguiendo a Nedd. Apenas lograba distinguir ya al enemigo: se nos estaban quitando de encima.
Muy por delante, el brillante fogonazo naranja de una explosión iluminó los túneles. Una de las naves que intentábamos proteger acababa de ser destruida.
—¡Nedd! —grité por el comunicador—. Este sitio va a estrellarse. ¡Tenemos que salir!
—No. ¡Tengo que ayudar!
Apunté y, apretando los dientes, me arriesgué a enganchar su nave con mi lanza de luz. La refulgente línea roja de luz se adhirió a él e hizo chisporrotear su escudo. Corté el propulsor, hice rodar mi nave sobre su anillo de pendiente y aceleré en sentido contrario, tirando de él hacia atrás y ralentizando su caza.
—¡Suéltame! —gritó.
—Nedd, no podemos ayudar. Aún no somos lo bastante buenos para hacer estas cosas. Por las estrellas del cielo, ya es un milagro que hayamos sobrevivido a esa carrera por los túneles.
—Pero… pero…
Nos quedamos allí flotando, con los propulsores tirando en direcciones opuestas, conectados por una cuerda de luz.
—Cobarde —susurró.
La palabra me golpeó como un bofetón. No era una… No podía ser una…
«Cobarde».
—Voy a apagar mi propulsor —dijo él—. Quítale potencia al tuyo o saldremos disparados contra esa pared.
Me mordí la lengua para no contestarle y reduje mi impulso antes de desactivar la lanza de luz. Nos quedamos callados, pero, desde algún lugar lejano, la estructura entera chirrió y se sacudió.
—¿Por dónde? —preguntó—. ¿Hacia dónde vamos?
—No lo sé.
M-Bot hizo un sonido parecido a un carraspeo.
—¿Querrías instrucciones para escapar de la flamígera trampa mortal en la que, con toda insensatez, te has…?
—¡Sí! —lo interrumpí, brusca.
—Tampoco hace falta enfadarse. Vuela hacia delante hasta que te diga, y entonces a la izquierda.
—¡Sígueme! —dije a Nedd, empujando el acelerador y poniéndome en movimiento.
Recorrí los túneles, con la llama de mi propulsor reflejándose en las abandonadas paredes metálicas. Nedd me siguió.
—Izquierda, por ese túnel que tienes justo delante —apuntó M-Bot—. Eso es. Ahora deja pasar dos túneles y… No, ese de ahí, no… Ese. Coge ese.
Usé la lanza de luz para virar de golpe por el túnel.
—Te queda poco menos de dos minutos para sufrir una muerte abrasadora y que yo me quede solo con Gali y la babosa. No he sido capaz de computar cuál de los dos tiene una conversación menos atractiva. Coge ese túnel que sale hacia arriba.
Seguí sus instrucciones, girando por aquel enloquecedor complejo de recodos y túneles. Los sonidos de fuera ganaron intensidad. Acero retorciéndose. Sacudiéndose. Explosiones huecas.
El sudor empapó los lados de mi casco. Estaba dedicando toda mi atención al vuelo, absorbida. Dedicada. Concentrada.
Aunque no perdí el control de la nave, una parte de mí empezó a sentirse desconectada. El interior del casco empezó a calentarse, y habría jurado que escuchaba voces dentro de mi cabeza. Solo fragmentos, palabras.
… detonar…
… vira…
… propulsor…
Nedd y yo irrumpimos de nuevo en la abertura cavernosa que había en el borde exterior del astillero. Ya más tranquilo, no necesité la guía de M-Bot para volverme hacia el brillante agujero de la pared.
Salimos como sendas exhalaciones del hueco y estuvimos a punto de clavarnos en el suelo. El astillero estaba a punto de impactar contra la superficie.
Enderecé la nave, casi rozando la superficie gris azulada, levantando polvo a mi espalda. Nedd soltó una palabrota en voz baja. Habíamos salido a una estrecha y menguante sección de espacio entre la estación y el suelo.
—Los krells acaban de hacer detonar varios explosivos potentes encima del astillero —dijo M-Bot.
Me lancé hacia delante bajo la estación. El techo que tenía encima siguió descendiendo, mientras el trasto perdía su integridad estructural y empezaban a desprenderse trozos de metal que caían a nuestro alrededor.
—A tu velocidad actual, no escaparás de la onda de choque —dijo M-Bot con suavidad.
—¡Sobrecárgalo, Nedd! —grité, empujando el acelerador hasta el fondo—. ¡Mag 10!
Los ConGravs se activaron, pero tardaron poco en saturarse y al momento me vi aplastada hacia atrás contra el asiento.
Me empezó a pesar la cara y noté la piel retraerse de los ojos y las comisuras de la boca. Los brazos me pesaban como el plomo, e intentaban caer de los controles.
Por delante, la salida, la libertad, era una línea de luz cada vez más estrecha.
Mi Poco empezó a sacudirse cuando alcancé Mag 10 y seguí acelerando, forzándolo hasta Mag 10,5. La vibración empeoró y mi escudo empezó a brillar por el súbito calor de la resistencia del aire.
Por suerte, bastó. Nedd y yo salimos despedidos de debajo del astillero mientras caía contra el suelo, lanzando polvo y escombros tras nosotros. Pero a aquella velocidad, lo dejamos todo atrás enseguida, incluido el estrépito del impacto, ya que volábamos a varias veces la velocidad del sonido.
Dejé salir el aire, desacelerando con cuidado, mientras remitía el traqueteo.
Con Nedd a mi ala, viramos casi en redondo… y en aquellos segundos de vuelo tras nuestra huida, nos habíamos alejado tanto que ni siquiera vi el polvo del astillero estrellado. Mis sensores apenas registraron la onda de choque cuando por fin nos alcanzó, ya de camino a nuestro punto de encuentro con los demás.
Al cabo de un tiempo, nos acercamos lo suficiente para que pudiera distinguir la enorme nube de polvo que había provocado el impacto. Los restos en sí eran solo una inmensa sombra oscura en el polvo, con puntitos que se arremolinaban encima. Naves krells, asegurándose de que no quedara nada útil que rescatar de aquella gigantesca chatarra. Muchas veces, podía recuperarse piedra de pendiente en el núcleo de los cascotes caídos, pero el fuego de destructor o el intenso calor de una explosión del tipo adecuado la echaban a perder.
—Por fin —dijo Jorgen mientras entrábamos en formación con los demás—. ¿En qué estrellas estabais pensando los dos?
En vez de responder, hice recuento de nuestro escuadrón. Siete naves, incluida la mía. Habíamos sobrevivido todos. Estábamos sudados, agitados y solemnes; casi nadie abrió la boca mientras nos reuníamos con el Escuadrón Contracorriente para regresar a la base. Pero seguíamos vivos.
«Cobarde».
La voz de Nedd resonó en mi cerebro, distrayéndome más que el calor de los sensores de mi casco y que el lugar surrealista al que habían vagado mis pensamientos mientras salíamos del astillero. ¿De verdad me había parecido oír voces?
Yo no era una cobarde. A veces, no había más remedio que retirarse. La FDD había renunciado a aquella pelea. Yo no era menos soldado por haber convencido a Nedd de escapar, ¿verdad?
Empezaba a oscurecer cuando aterrizamos en la plataforma de lanzamiento. Me quité el casco y salí de la cabina, agotada. Jorgen me esperaba al pie de la escalera.
—Aún no me has respondido —espetó—. Te dejé sola en el vuelo de vuelta y sé que estarás alterada, pero vas a tener que explicarte. —Me cogió del brazo y me retuvo con fuerza—. Has estado a punto de matar a Nedd con esa jugada.
Suspiré y miré su mano.
Me soltó poco a poco.
—La pregunta sigue en pie —dijo—. Ha sido una locura, incluso para ti. Aún no me creo que hayas sido capaz de…
—Por mucho que me guste ser la loca, Caracapullo, estoy demasiado cansada para hacerte caso ahora mismo. —Señalé con el mentón la nave de Nedd, bajo la tenue luz—. Él es quien ha entrado. Yo le he seguido. ¿Habrías preferido que lo dejara allí dentro solo?
—¿Nedd? —dijo Jorgen—. Es demasiado sensato para hacer algo así.
—A lo mejor, está contagiándose de los demás. Yo solo sé que había un par de cazas de clase Sigo, Escuadrón Tormenta Nocturna, a los que seguían unos enemigos, y Nedd se negaba a dejarlo estar.
—¿Escuadrón Tormenta Nocturna? —preguntó Jorgen.
—Sí, ¿por qué?
Jorgen se quedó callado, se volvió y anduvo hacia la nave de Nedd. Yo fui tras él, sintiéndome exprimida y con un principio de dolor muy raro en la cabeza, como agujas detrás de los ojos. El caza de Nedd estaba vacío y tampoco lo encontramos con los demás, que estaban congregándose en los vestuarios cercanos a la plataforma de lanzamiento para quitarse los trajes de presión. Reían juntos, ya sin el estrés de la batalla.
Jorgen cogió el camino entre dos plataformas de lanzamiento y yo lo seguí, confusa, hasta que llegamos a una hilera de siete cazas estelares de clase Sigo, que tenían grabada la insignia del Escuadrón Tormenta Nocturna. Habían aterrizado antes que nosotros y sus pilotos ya se habían ido, dejando las naves al cuidado de los equipos de mantenimiento.
Nedd estaba arrodillado en el pavimento, cerca de dos huecos en la fila de naves.
—¿Qué pasa? —pregunté a Jorgen.
—Sus hermanos, Peonza. Compañeros de ala. Tormenta Nocturna Seis y Siete.
Los dos pilotos a los que habíamos seguido. Los dos que, como acababa de resultar evidente, habían muerto en aquellos túneles oscuros.