18
Esa noche no pude dormir mucho.
Pasé unas horas ayudando a Gali a inspeccionar a M-Bot, porque quería repasar todas las partes dañadas. Pero llegó un momento en que se me empezaron a cerrar los ojos. Gali aún parecía muy despierto, así que extendí una esterilla y usé a Sanguinario de almohada.
Cada vez que echaba una cabezada, acababa despertando para oír a Galimatías hablando con la nave.
—Entonces… eres una máquina, pero puedes pensar.
—Todas las máquinas «piensan», en el sentido de que ejecutan reacciones a estímulos. Lo que sucede es que yo soy mucho más complejo en mis respuestas ejecutables, y en los estímulos que puedo reconocer.
Otra cabezada.
—¿… puedes explicarnos qué falla?
—Mis bancos de memoria están defectuosos, de modo que no puedo ofrecer más que explicaciones someras. Pero quizá sean suficientes.
Me giré de lado y volví a quedarme dormida.
—… que no sé dónde me originé, aunque un fragmento de un recuerdo me da a entender que me crearon seres humanos. No estoy seguro de que existan otras especies de vida sapiente. Creo que una vez supe la respuesta a eso…
Alrededor de las seis de la mañana, me froté los ojos y me incorporé. Gali estaba tumbado debajo de un panel de acceso abierto, trasteando con algo en la panza de la nave. Me tendí a su lado, bostezando.
—¿Qué tal?
—Es increíble —dijo él—. ¿Has hablado de esto con Cobb?
—Aún no.
—¿Por qué retrasarlo? O sea, ¿y si este trasto puede suponer la diferencia en la lucha contra los krells?
—Se supone que los humanos tenían este trasto cuando se enfrentaron por primera vez a los krells —repuse—. No les sirvió de nada.
—Permitidme recordaros —dijo M-Bot— que «este trasto» os oye.
—¿Y? —pregunté a la nave, y volví a bostezar.
—Y suele considerarse de mala educación entre los humanos hablar de alguien que está presente como si no lo estuviera.
—De verdad que no te entiendo, M-Bot —dijo Gali, levantando la espalda del suelo—. Me has dicho antes que esas cosas te traen sin cuidado, ¿verdad?
—Es evidente que sí. Soy una máquina lógica dotada solo de un fino barniz de emociones simuladas.
—Vale —dijo Gali—, tiene sentido.
—Pero sigue siendo de mala educación —insistió M-Bot.
Miré a Gali y señalé la cabina.
—El caso es que tenemos una nave estelar mágica parlante con tecnología misteriosa. ¿Quieres ayudarme a repararla?
—¿Nosotros solos? —preguntó Gali—. ¿Por qué?
—Para poder quedárnosla. Y pilotarla.
—¡Ahora estás en la FDD, Peonza! No necesitas una nave obsoleta y averiada.
—Sigo aquí —comentó M-Bot—, por si no os habíais dado cuenta.
Me incliné hacia delante.
—Gali, no estoy en la FDD. Estoy en la clase de Cobb.
—¿Y qué? Te graduarás de todos modos. Me da igual a cuántos alumnos suspenda; tú no estarás entre ellos.
—¿Y luego? —pregunté, con un escalofrío al expresar un miedo que nunca había revelado en voz alta, aunque me hubiera acosado desde aquel primer día—. Cobb dice que puede admitir a quien le dé la gana en su clase. Pero ¿y si apruebo? Su autoridad termina ahí, Gali.
Gali bajó la mirada a la llave que tenía en la mano.
—Me preocupa que la almirante pueda negarme una nave —dije—. Me preocupa que encuentre alguna razón mezquina para echarme, cuando Cobb ya no pueda protegerme. Me preocupa perderlo, Gali. El cielo. —Miré hacia las brillantes luces del costado de la nave—. Este caza es viejo, sí, pero también es mi libertad.
Gali seguía pareciendo escéptico.
—Piensa en lo bien que lo pasaremos trasteando con una nave antigua —dije—. ¡Piensa en los misterios que podríamos resolver! A lo mejor M-Bot solo tiene tecnología obsoleta, pero quizá no. ¿No será divertido al menos intentar arreglarla por nuestra cuenta? Si no lo conseguimos, siempre estamos a tiempo de entregarlo.
—Vale —dijo Gali—. Ya puedes dejar de venderme la idea. Lo intentaré, Peonza.
Le sonreí.
Gali miró la nave.
—Me temo que es posible que esto nos supere. Esos propulsores son chatarra. No podemos coger un soldador y recomponer algo como eso. Y seguro que habrá otras piezas que haya que cambiar, o que arreglar usando herramientas que no tenemos. —Pensó durante un momento—. Aunque…
—¿Qué? —pregunté.
—Una de las ofertas de trabajo que tengo —dijo él— es de la élite del Cuerpo de Ingeniería, la gente que supervisa las reparaciones de los cazas estelares y desarrolla los nuevos diseños. Tienen los mejores laboratorios, el mejor equipo…
Asentí, entusiasmada.
—Suena perfecto.
—Ya estaba planteándome aceptar su oferta, de todos modos —dijo Gali—. Me han dicho que podía irme pasando estos dos meses, ir aprendiendo, familiarizarme con los talleres… Se quedaron muy impresionados con la nota que saqué en el examen y con mi comprensión de los diagramas y la ingeniería avanzada.
—Rig. Eso. Es. Alucinante.
—No te prometo nada —me advirtió—. Pero… bueno, a lo mejor, si les hago las preguntas adecuadas, puedo hacer que me enseñen a arreglar ciertas piezas de M-Bot. Tendré que hacerlo sin levantar sospechas. Pero de todas formas, seguimos necesitando piezas de repuesto. Como mínimo, un propulsor de tamaño completo.
—Ya me las apañaré para encontrarlo.
—Pero no me digas de dónde lo has sacado —pidió—. Quizá así, cuando todo esto nos explote en la cara, podré afirmar que no sabía nada de ningún hipotético robo que pudieras haber tramado.
—En una pequeña pegatina de esa matriz de energía pone: «Propiedad de la familia Weight» —se apresuró a aportar M-Bot—. Parece haber sido arrancada, con pocos miramientos, de un chasis pequeño. Con acabado azul, a juzgar por la pintura raspada de la esquina.
Gali suspiró.
—¿Del coche de Jorgen? ¿En serio?
Compuse una sonrisa.
—Aprender el oficio me quitará tiempo todos los días —dijo Gali, rascándose la barbilla—. Pero debería poder dedicar el resto a esto, si hace falta. Tendré que decir algo a mis padres.
—Diles que el aprendizaje te exige mucho —sugerí—. Y que te tendrá ocupado casi todo el día.
—Pero —dijo M-Bot— eso no es cierto, ¿verdad?
—Qué va —respondí—. Pero ¿qué importa?
—A mí me importa —dijo la máquina—. ¿Por qué querrías decir algo que no fuese cierto?
—¿Puedes simular emociones pero no mentir? —me sorprendí.
—Al parecer… me falta algo de código —dijo M-Bot—. Qué curioso. ¡Anda, qué seta más interesante!
Fruncí el ceño y miré a un lado, hacia la roca a la que se había subido Babosa Letal.
—Tirda —dijo Gali—. Qué cosas tan raras hay tan cerca de la superficie. —Se estremeció—. ¿Podrías… hacer algo con ese bicho?
—Ese bicho se llama Babosa Letal —dije—, y es mi mascota. No hagas daño a la pobre mientras no estoy. —Fui hasta mi mochila y la cogí—. Tengo que irme a clase. ¿Vas a volverte para abajo?
—Paso —dijo Gali—. Ya sospechaba que podría tardar en volver, así que he dejado una nota a mis padres diciendo que iba a una entrevista para un trabajo. Supondrán que me he levantado antes que ellos y ya está. Puedo bajar más tarde, pero antes quiero echar un vistazo a este cableado.
—Estupendo —dije—. Si aún estás aquí cuando vuelva de clase cada día, te ayudaré con las reparaciones. Si no, déjame notas diciendo lo que puedo hacer. —Titubeé—. Recuerda que soy un poco zoquete para estas cosas. Igual lo mejor es que me dejes las tareas fáciles, pero molestas.
Gali sonrió de nuevo y se sentó en una roca, mirando a M-Bot. Había una luz en sus ojos, la misma que recordaba de cuando empezamos a planear hacernos pilotos. En ese momento, viendo a Gali así otra vez, fue cuando tuve la primera impresión real de que aquello podría funcionar. De algún modo, mi plan podría funcionar.
—Un momento —dijo M-Bot—. ¿Vas a dejarme con él?
—Volveré esta noche —prometí.
—Ya veo. ¿Puedes venir a la cabina para que hablemos en privado?
Miré la nave, frunciendo el ceño.
—No quiero explicar en público por qué me caes mejor tú que el ingeniero —añadió M-Bot—. Si me oyera hablar largo y tendido de sus defectos irremediables, podría sentirse denigrado o abatido.
—En fin, esa parte sí que va a ser encantadora —dijo Gali, poniendo los ojos en blanco—. Quizá encontremos la forma de apagar la personalidad.
Me metí en la cabina. La cubierta descendió y se selló con un silbido.
—Tranquilo —dije a M-Bot—. Gali es buena persona. Va a cuidarte bien.
—Por supuesto, estoy limitándome a emular la forma en que los humanos escogen favoritos irracionales entre ellos. Pero ¿podrías no marcharte?
—Lo siento. Tengo que ir a aprender a luchar contra los krells. —Arrugué la frente al pensar en el tono que había tenido la voz del robot—. ¿Qué te pasa? Ya te he dicho que Gali es buena…
—Estoy dispuesto a aceptar que lo es hasta que las pruebas demuestren lo contrario. El problema es que parezco haber perdido a mi amo.
—Yo puedo ser tu nueva ama.
—No puedo cambiar de amo sin los correspondientes códigos de autentificación —dijo—. Que acabo de darme cuenta de que no recuerdo. El problema, sin embargo, es más grave que ese mero hecho. No recuerdo mi misión. No sé de dónde procedo. No conozco mi propósito. Si fuese humano, estaría… asustado.
¿Cómo debía reaccionar a eso? ¿Una nave estelar estaba asustada?
—No te preocupes —dije—. Te daremos un nuevo objetivo: destruir a los krells. Eres un caza, M-Bot. Seguro que ese nombre tuyo significa algo emocionante. Muertebot… Machacabot… Masacrebot. Es eso, estoy segura. Eres una nave mortífera, temible y todopoderosa diseñada para destrozar a los krells y salvar a la humanidad.
—No me siento muy temible —replicó él—. No me siento como una nave mortífera.
—Ya nos ocuparemos de eso —le prometí—. Confía en mí.
—¿Y puedo confiar en que esas palabras no sean… una falsedad? ¿Como la que vais a decir a los padres del ingeniero?
Vaya. Esa jugada se me había vuelto en contra antes de lo esperado.
—Debo pedirte que no hables de mí a nadie más —dijo M-Bot en voz más baja—. Daba por hecho que lo habías entendido cuando te expliqué mis órdenes. Se supone que debo quedarme en la sombra, expresión coloquial que significa pasar desapercibido. No deberías habérselo dicho al ingeniero.
—¿Y cómo íbamos a repararte entonces?
—No lo sé. Spensa, soy una inteligencia artificial, un ordenador. No tengo más remedio que obedecer mis órdenes. Por favor. No puedes entregarme a esa FDD tuya. Ni siquiera debes hablar de mí con nadie más.
Bueno, eso iba a plantear un problema. Yo quería hacer que ese trasto volara y, en el momento en que lo hiciera, pilotarlo para ayudar en la guerra contra los krells. Y si no podíamos arreglarlo… tendría que entregarlo. Opinara lo que opinase de Férrea, no podía quedarme con esa nave para siempre sin hacer nada. No si podía suponer la diferencia entre la supervivencia y la extinción de la humanidad.
Había abierto la boca para seguir discutiendo con M-Bot cuando se iluminó un grupo de luces en el tablero.
—Mis sensores de corto alcance han detectado múltiples incursiones atmosféricas —dijo M-Bot—. Han empezado a caer escombros hacia el planeta, seguidos de cuarenta y tres naves.
—¿Cuarenta y tres? —pregunté, mirando el panel del sensor. Por lo visto, el «corto alcance» de M-Bot seguía siendo bastante largo para lo que nosotros estábamos acostumbrados—. ¡Hala! ¿Puedes distinguirlos, hasta en una lluvia de escombros?
—Fácilmente.
Ahí tenía la primera prueba de que aquella tecnología podía ser útil para la FDD. Nuestros escáneres no eran tan precisos. Saberlo me puso incómoda al instante.
Pero aun así, ¿cuarenta y tres krells? Lo máximo que habían enviado contra nosotros eran cien naves, por lo que aquellas cuarenta y tres eran un despliegue impresionante. Pulsé el botón que abría la cubierta, salí de la cabina y salté a una roca.
—Krells —dije a Gali—. Una batalla grande.
—¿Aquí corremos peligro?
—No, vienen desde la otra dirección. Pero los cadetes ya llevamos un tiempo entrenando y Férrea ha empezado a hacernos volar de verdad, como unidades de apoyo, en los combates. El Escuadrón Tormenta de Fuego voló anteayer.
—Así que…
—Así que más vale que me vaya. Por si acaso.