30
Y por eso estoy bastante segura de que no va a expulsarme en la vida —dije, mientras trabajaba con Gali en aplicar sellador nuevo al ala de M-Bot.
—Sacas más conclusiones a partir de una mirada que nadie que conozca —repuso Gali—. Que no te haya echado esta vez no significa que no vaya a hacerlo más adelante.
—No lo hará —aseguré.
—No lo hará —dijo Babosa Letal con un trino aflautado, imitando la inflexión de mi voz desde una roca cercana.
Gali había hecho un trabajo increíble con el ala rota de M-Bot. Juntos habíamos arrancado el metal combado y recuperado las partes utilizables. Y luego, a saber cómo, Gali había convencido a sus nuevos supervisores de que le dejaran hacer prácticas en una fábrica.
Con las piezas nuevas, habíamos logrado reparar el ala entera. La siguiente semana la habíamos pasado retirando la vieja capa de sellador. Y ese día estábamos recubriendo el casco entero con una capa nueva. Llegados al tercer mes de entrenamiento, nos habían concedido descansos de vez en cuando, y ese día nuestro escuadrón solo tenía media jornada de clase.
Había vuelto antes de lo normal y me había puesto con Gali a trabajar en la nave. Gali iba aplicando el sellador con un pequeño aparato dispersor, y yo lo seguía con una máquina que se manejaba con las dos manos y se parecía un poco a una linterna grande. La luz azul que emitía hacía que el sellador ganara firmeza y se solidificara.
El proceso, aunque era lento y laborioso, cubría las rayas y las muescas del casco de M-Bot. El sellador, resbaladizo y resistente al aire, también rellenaba y alisaba las juntas, dejando una superficie lisa y reluciente. Habíamos elegido el negro, para que casara con su antiguo color.
—Aún no puedo creer que te dejen llevarte todas estas cosas —dije, mientras hacía avanzar poco a poco la luz por detrás de donde Gali iba aplicando el sellador.
—¿Después de lo mucho que se entusiasmaron con mis diseños de turbina atmosférica? —respondió Gali—. Les faltó ascenderme a jefe del departamento allí mismo. Nadie parpadeó siquiera cuando les pedí llevarme esto a casa para «desmontarlo y ver cómo funciona». Creen que soy una especie de genio prodigioso con métodos eclécticos.
—No seguirás avergonzado, ¿verdad? —le pregunté—. Gali, esta tecnología podría salvar a la FDD entera de un plumazo.
—Lo sé —dijo él—. Pero me gustaría… bueno, ser un prodigio de verdad.
Dejé la linterna en el suelo para descansar los brazos.
—¿En serio, Gali? —Señalé el ala de M-Bot, que relucía con un nuevo sellado en negro—. ¿Me estás diciendo que reparar el ala de una nave estelar tecnológicamente avanzada, casi a solas, en una cueva deshabitada y con el equipo mínimo no es obra de un prodigio?
Gali retrocedió, se levantó las gafas de protección e inspeccionó el ala. Entonces sonrió de oreja a oreja.
—Si que tiene bastante buena pinta, ¿verdad? Y quedará mejor todavía cuando tengamos sellada esta última parte, ¿eh? —Levantó el dispersor.
Suspiré mientras estiraba los músculos, pero recogí el aparato de iluminación. Seguí tras él mientras empezaba a rociar la última sección del casco, cerca de la proa.
—Entonces ¿vas a pasar más noches en los barracones? —me preguntó mientras trabajábamos.
—No. No puedo arriesgarme a implicar a las demás. Esto es entre Férrea y yo.
—Sigo pensando que deduces demasiado de lo que te dijo.
Entorné los ojos.
—Férrea es una guerrera. Sabe que, para ganar esta lucha, no le basta con derrotarme: tiene que desmoralizarme. Necesita poder decir que soy una cobarde, como las mentiras que cuenta sobre mi padre.
Gali siguió trabajando en silencio unos minutos, y creí que iba a dejar pasar la discusión. Trazó una cuidadosa línea de sellador bajo la parte del casco que encajaba con la cabina. Pero entonces, en un tono más reposado, dijo:
—Eso está muy bien, Spensa, pero… ¿te has parado a pensar alguna vez qué harás si te equivocas?
Me encogí de hombros.
—Si me equivoco, me echará. No puedo hacer nada al respecto.
—No me refería a la almirante. Digo sobre tu padre, Spensa. ¿Y sí…? Bueno, ¿y si de verdad se retiró?
—Mi padre no era un cobarde.
—Pero…
—Mi padre no era un cobarde.
Gali apartó la atención del trabajo y me miró a los ojos. La mirada iracunda que le devolví habría bastado para hacer callar a la mayoría, pero él me la sostuvo.
—¿Y qué pasa conmigo? —preguntó—. ¿Yo soy un cobarde, Spensa?
Mi furia chisporroteó y murió.
Gali volvió a mirar el casco que estaba pintando.
—Dices que, si abandonas, demostrarás que eres una cobarde. Bueno, pues yo abandoné. Por lo tanto, soy un cobarde. Lo cual viene a ser lo peor que eres capaz de imaginar.
—Gali, eso es distinto.
—¿Cobb es un cobarde? Se eyectó, ya lo sabes. Lo derribaron y se eyectó. ¿A él lo llamarías cobarde a la cara?
—Eh…
Gali terminó de cubrir la última parte metálica con sellador negro y dio un paso atrás. Negó con la cabeza y me miró.
—Peonza, a lo mejor tienes razón. Quizá haya una enorme conspiración que ha inculpado a tu padre de traición. O quizá… en fin, quizá se asustó y ya está. Quizá era humano, y se comportó como lo hacemos a veces los humanos. Quizá el problema sea que todo el mundo le dio demasiada importancia.
—No tengo por qué escuchar esto —dije, dejando en el suelo la luz de sellado. Me fui dando zancadas… aunque el único lugar al que podía llegar dando zancadas era el otro extremo de la caverna.
—Peonza, no puedes marcharte y pasar de mí —dijo Gali desde detrás—. Esta caverna debe de tener como unos veinte metros de longitud.
Me senté. Babosa Letal trinó a mi lado, imitando mi bufido de irritación. Como siempre, no la había visto desplazarse. Era increíble la forma que tenía de escabullirse de un lado a otro solo cuando nadie miraba.
Los sonidos me revelaron que Gali había recogido la linterna y estaba terminando de sellar la última sección. Me quedé sentada de espaldas a él mientras trabajaba.
—Echa humo por las orejas si quieres —dijo—. Grítame si quieres. Pero, por lo menos, piensa un poco en ello. Parece que de verdad quieres desafiar a la almirante y a la FDD. Pues a lo mejor, deberías plantearte no permitirles que definan lo que es para ti la victoria o el fracaso.
Di un bufido.
—Suenas igual que FM.
—Ah, así que es lista además de guapa.
Me retorcí para mirarlo.
—¿FM, guapa?
—Tiene los ojos bonitos.
Me quedé boquiabierta.
—¿Qué pasa? —dijo él, ruborizándose mientras trabajaba.
—No has tartamudeado, ni farfullado, ni nada —dije—. ¿Quién eres y qué has hecho con Rodge, monstruo krell?
—¿Cómo? —se sorprendió M-Bot, activando de repente las luces de sus alas—. ¡Rodge es un krell!
—Sarcasmo —dijimos los dos al unísono.
Gali terminó de sellar y dejó el aparato en el suelo. Miró en mi dirección.
—No puedes contarle lo que he dicho. Seguro que ni se acuerda de quién soy. —Vaciló—. ¿Se acuerda?
—Pues claro que se acuerda —mentí.
Gali sonrió otra vez. Qué diferente estaba. Qué confiado. ¿Qué le había pasado en los dos últimos meses?
«Que ha encontrado algo que le encanta hacer», comprendí mientras ponía los brazos en jarras y sonreía al contemplar el nuevo acabado de M-Bot. Y lo cierto era que la nave tenía un aspecto estupendo.
Desde niños, Gali y yo habíamos soñado con la FDD. Pero ¿qué me había dicho el día en que abandonó? «Esto es tu sueño. Yo solo me he dejado llevar».
Decidir no hacerse piloto había sido la elección correcta para él. Yo lo había sabido, pero ¿lo había sabido de verdad? ¿Lo había tenido claro, en el fondo?
Me levanté, fui hasta él y lo rodeé con un brazo.
—No eres un cobarde —dije—. Soy imbécil si te he hecho sentir que lo eres. ¿Y esto, lo que has hecho aquí? Te quedas corto diciendo que tiene buena pinta. ¡Tirda, es increíble!
Su sonrisa se ensanchó.
—Bueno, no lo sabremos seguro hasta que te lleves la nave al aire. —Miró su reloj—. Debería darme tiempo a verte despegar.
—¿Despegar? —Lo miré sorprendida—. ¿Dices que está listo para volar? ¿Que está arreglado?
—¡M-Bot! —llamó Gali—. ¡Informe básico de estado!
—Anillo de pendiente, operativo. Soporte vital e instalaciones para el piloto, operativos. Maniobra y control de vuelo, operativos. Escudo, operativo. Lanza de luz, operativa.
—¡Maravilloso! —exclamé. Con el anillo de pendiente y los impulsores de maniobra, podía elevarme y moverme un poco, aunque no a velocidades razonables.
—Seguimos necesitando un propulsor —dijo Gali—. Y cañones nuevos. No voy a arriesgarme a fabricar nada de eso, ni siquiera con la posición que tengo ahora en el departamento de ingeniería.
—Propulsores, no operativos —añadió M-Bot—. Destructores, no operativos. Hipermotor citónico, no operativo.
—Tampoco tengo ni idea de cómo vas a salir de aquí —dijo Gali, mirando hacia el techo—. ¿Cómo entraste, M-Bot?
—Supongo que teleportándome con un hipersalto citónico —respondió M-Bot—. Hum… No puedo deciros cómo funcionaba. Solo sé que ese dispositivo permitía viajar por encima de la velocidad de la luz a lo largo de la galaxia.
Me animé.
—¿Eso podemos arreglarlo?
—Por lo que he visto —dijo Gali—, no es que esté roto, es que no está. Los diagnósticos de M-Bot señalan dónde debería estar ese «hipermotor citónico», pero es una caja vacía con un panel de indicadores a un lado. Alguien debió de quitarle el mecanismo, fuera lo que fuese.
Vaya. ¿Se lo había llevado el antiguo piloto?
Gali pasó unas páginas de su cuaderno y me hizo señas para que mirara por encima de su hombro.
—Estoy bastante seguro de haber reparado los impulsores de maniobra en esa ala rota —dijo, señalando un diagrama—. Pero que deje los sistemas de diagnóstico en marcha para registrarlo todo, y así luego podré revisarlo y comprobar que todo está en orden. —Pasó a la siguiente página—. Y cuando sepamos que vuela bien, quiero desmontar su activador de escudo, a ver si logro descubrir por qué aguanta el triple de castigo que un escudo estándar de la FDD, según dicen sus especificaciones.
Sonreí.
—Eso sí que te hará popular entre los equipos de ingeniería y diseño.
—Sí, a no ser que empiecen a sospechar. —Gali vaciló y bajó la voz—. Un día, intenté echar un vistazo a su mecanismo de IA, pero no me dejó abrir la carcasa. Hasta amenazó con electrificarla. Dice que ese dispositivo y algunos otros sistemas son información reservada. Los sistemas de sigilo, los de comunicaciones… cosas muy importantes. Peonza, para ayudar de verdad a la FDD, tendríamos que traer a un experto que desmonte y analice la nave. Lo que yo puedo hacer tiene un límite.
Sentí que algo se atascaba en mi interior, como engranajes atorados por falta de grasa. Desvié la mirada hacia M-Bot.
—Me ha advertido —dijo Gali— de que, si revelamos su existencia, intentará destruir sus propios sistemas para no desobedecer las órdenes de su viejo piloto.
—Quizá pueda hacerle entrar en razón.
—M-Bot no parece capaz de entrar en razón —dijo Gali.
Miró la nave y, de nuevo, pareció tomarse un momento para deleitarse en lo genial que había quedado. Limpia, recién pintada, elegante y peligrosa. Las cuatro cavidades para destructores, dos en cada ala, estaban abiertas, y le faltaba el propulsor trasero. Pero por lo demás, era perfecta.
—Gali —dije en voz baja, impresionada—. De verdad no me creo que me dejaras convencerte de esto.
—Si quieres devolverme el favor —repuso él—, pídele a FM que venga a comer conmigo algún día en el parque. —Al instante, se sonrojó y bajó la mirada—. Bueno, tal vez, si en algún momento sale el tema y tal. O no.
Sonreí y le di un puñetazo en el brazo.
—Veo que sigues siendo Gali. Ya empezaba a preocuparme.
—Que sí, que sí. Olvidemos lo que he dicho y centrémonos en lo importante. Esa IA demente dice que sus sistemas de sigilo son suficientes para que la FDD no detecte la nave, y supongo que tendremos que confiar en su palabra. Así que… ¿Qué me dices? ¿Quieres hacer un vuelo rápido de prueba?
—¡Tirda, sí!
Gali alzó la mirada.
—¿Se te ocurre cómo salir de aquí? Por ese hueco apenas cabe una persona.
—Podría… tener una idea —dije—. Pero quizá sea un poco caótica. Y peligrosa.
Gali suspiró.
—¿Cómo iba a esperar otra cosa?
Alrededor de una hora más tarde, subí a la cabina de M-Bot, casi temblando de emoción. Dejé a Babosa Letal en el asiento trasero y me ceñí las correas.
Mi pequeña caverna parecía vacía, después de recoger la cocina y todo el material de Gali. Habíamos metido en la cabina todo lo que cabía y habíamos sacado el resto por la grieta usando mi línea de luz. Gali esperaba a una distancia segura. Me tocaba a mí la parte divertida.
Que, como casi todas las «partes divertidas», implicaría romper cosas.
—¿Preparado? —pregunté a M-Bot.
—Solo tengo dos estados básicos —dijo él—. Preparado y apagado.
—Como eslogan, falta pulirlo —respondí—. Pero me gusta el espíritu.
Apoyé las manos en la esfera de control y el acelerador y respiré varias veces.
—Debes saber —dijo M-Bot— que he oído lo que estabais diciendo antes, cuando susurrabais. Eso que ha dicho Rodge de que soy un demente.
—Ya pensaba que podrías oírlo —dije—. Eres una nave de vigilancia, al fin y al cabo.
—Las inteligencias artificiales no podemos ser dementes —afirmó él—. Solo podemos hacer lo que estamos programados para hacer, lo cual es lo opuesto a la demencia. Pero… me lo dirías, ¿verdad? ¿Si empiezo a sonar… ido?
—El tema de las setas se te está yendo un poco.
—Me doy cuenta. Pero no puedo evitarlo. La instrucción es muy fuerte en mí. Eso y las últimas palabras de mi piloto.
—Quedarte en la sombra. No meterte en peleas.
—Y esperarlo. Sí. Es por lo que no puedo permitir que reveles mi existencia a esa FDD tuya, aunque sé que os ayudaría a ti y a tu gente. Pero debo obedecer mis órdenes. —Calló un momento—. Me preocupa que vayas a llevarme al aire. Cuando mi piloto me ordenó quedarme en la sombra, ¿se refería a que permaneciera bajo tierra o solo a que no dejara que me viera nadie?
—Seguro que se refería a lo segundo —respondí—. Haremos solo un vuelo rápido por la zona.
—No será rápido —dijo él—. Teniendo solo los impulsores de maniobra, volaremos más o menos a la misma velocidad a la que andas.
De momento, bastaría. Activé el anillo de pendiente y nos alzamos del suelo con suavidad. Replegué el tren de aterrizaje, nos hice rotar despacio y luego nos escoré a un lado y al otro. Sonreí enseñando los dientes. Los controles eran bastante parecidos, pero las respuestas de M-Bot tenían una potencia de la que mi Poco, sencillamente, carecía.
Muy bien, ¿cómo salir de la caverna? Incliné el anillo de pendiente hacia atrás sobre sus pernios, con lo que el morro de M-Bot se alzó. Disparé la lanza de luz y perforé una parte agrietada del techo. Retrocedí usando los impulsores rotacionales y reduje la energía del anillo de pendiente. Eso nos proporcionó algo de fuerza, incluso sin propulsor.
La lanza de luz se tensó. Cayeron esquirlas y polvo del techo. Babosa Letal imitó el sonido desde detrás de mí, flauteando en tono enérgico y emocionado.
Una parte del techo se derrumbó con una lluvia de roca y polvo. Desactivé la lanza de luz y miré por el agujero. No había cieluces cerca, por lo que solo vi un gris oscuro uniforme. El cielo.
—¿Tu holograma puede proyectar un techo nuevo? —pregunté a M-Bot.
—Sí, pero será menos seguro —dijo él—. El sonar atravesará el holograma. Pero… hace tanto tiempo que no veo el cielo… —Sonaba melancólico, aunque probablemente aseguraría que era algún tipo de rareza derivada de su programación.
—Vámonos —dije—. Venga. ¡A volar!
—Yo… —dijo M-Bot en voz baja—. Sí, de acuerdo. ¡Vamos! Sí que quiero volar de nuevo. Pero ten cuidado y que no se nos vea.
Nos elevé por el agujero y saludé con la mano a Gali, que estaba de pie entre nuestras cosas a poca distancia.
—Activando mecanismos de sigilo —dijo M-Bot—. Ahora deberíamos ser invisibles para los sensores de la FDD.
Sonreí. Estaba en el cielo. Con mi propia nave. Empujé el acelerador hasta el fondo.
Nos quedamos donde estábamos.
«Es verdad. No llevo propulsor».
Activé los impulsores de maniobra, diseñados más para afinar la posición que para el movimiento en sí. Y empezamos a volar. Muuuy despaaaaaaacio.
—¿Yupi? —dijo M-Bot.
—Sí que es un poco decepcionante, ¿verdad?
Aun así, hice el bucle que me había pedido Gali, con los diagnósticos en marcha. Cuando completé la circunferencia, Gali me levantó el pulgar y luego recogió su mochila y echó a andar. Tenía que regresar a Ígnea para devolver el material de sellado.
No lograba convencerme a mí misma de aterrizar. Después de tanto tiempo, quería volar un poco más con M-Bot. Así que cogí la palanca de altitud. La esfera de control podía hacer que la nave oscilara arriba y abajo, enviando energía al anillo de pendiente para que ayudara en la esquiva. Pero si se quería ascender deprisa, se empleaba la palanca.
Tiré de ella un poco hacia mí.
Salimos disparados al cielo.
No había esperado que funcionara tan tan bien. Nos elevamos como un cohete y noté que me golpeaba la aceleración, empujándome hacia abajo. Me encogí, reparando en la velocidad que llevábamos, y aflojé la palanca. Una aceleración como aquella me…
… ¿aplastaría?
Notaba la aceleración, pero ni por asomo tanta como habría debido. No podía estar absorbiendo más de tres G, aunque me daba la sensación de que debería haber sido mucho más.
—¿Qué estás haciendo? —pregunté.
—¿Puedes concretar un poco? Tengo más de ciento setenta subrutinas semiautónomas en…
—La aceleración —dije, mirando hacia fuera y viendo que el suelo se retiraba a un ritmo alarmante—. Debería estar quedándome inconsciente más o menos ahora.
—Ah, ya, eso. Mis condensadores gravitacionales son capaces de absorber el sesenta por ciento de la aceleración, con un umbral máximo de bastante más de cien veces la gravedad estándar de la Tierra. Ya te dije los sistemas de reducción de tensión para el piloto que llevan vuestras naves son muy primitivos.
Solté la palanca de altitud y la nave dejó de acelerar.
—¿Quieres activar el gestor rotacional de aceleración, para ayudarte más a resistir las fuerzas? —propuso M-Bot.
—¿Eso es lo que hace girar mi asiento? —pregunté, recordando lo que me había explicado Gali sobre M-Bot. A los seres humanos no nos sentaba nada bien la aceleración en según qué direcciones. Nos costaba mucho más encajar las fuerzas descendentes, por ejemplo, porque enviaban toda la sangre del cuerpo a los pies. M-Bot podía compensar ese efecto haciendo rotar el asiento de forma que yo absorbiera la fuerza hacia atrás, dirección en la que mi cuerpo la resistía mejor—. De momento, no —respondí—. Antes deja que me acostumbre a tu forma de volar.
—Como quieras —dijo M-Bot.
Apenas tardamos nada en llegar a los 100.000 pies, que era más o menos la altura máxima a la que llevábamos las naves de la FDD en situaciones normales. Extendí el brazo para iniciar el descenso, pero me lo pensé mejor. ¿Por qué no subir un poco más? Siempre había querido hacerlo. Y en ese momento, no tenía a nadie que me lo impidiera.
Mantuve la velocidad y seguimos ascendiendo hasta que el indicador de altitud alcanzó los 500.000 pies. Allí, por fin, nos ralenticé y me quedé admirando la vista. Nunca había subido tanto. Las cumbres montañosas de abajo parecían poco más que papel arrugado. Incluso podía distinguir la curvatura del planeta, y no era solo un leve arqueamiento del horizonte. Me dio la sensación de que podía ponerme de puntillas y ver el planeta entero.
Apenas estaba a mitad de camino del cinturón de escombros, que me habían dicho que mantenía una órbita baja, empezando en torno al millón de pies. Sin embargo, desde aquella altura, podía verlo mucho mejor. Lo que desde la superficie parecía solo una serie de patrones vagos se me reveló como enormes franjas de metal sobre metal, un poco iluminadas por unas fuentes que no logré avistar.
Mirándolo, comprendiendo que aún estaba a bastante más de cien kilómetros de distancia, por fin empecé a asumir la inmensa magnitud del cinturón de escombros. Aquellas manchitas que parecían puntos individuales… tenían que ser tan enormes como el trozo de cascote que había caído al suelo durante el combate de la semana anterior.
Era todo mastodóntico. Me quedé boquiabierta mirándolo, fijándome en sus muchas secciones, que rotaban y se arremolinaban en órbitas esotéricas. Sobre todo eran sombras, moviéndose, girando, capa sobre capa sobre capa.
—¿Quieres acercarte más? —preguntó M-Bot.
—No me atrevo. Dicen que hay partes de esa basura que me dispararían.
—Bueno, es evidente que se trata de restos de una rejilla de defensa semiautónoma —dijo él—. Con las sombras de plataformas de hábitat exteriores por detrás, al parecer, y todo ello intercalado con astilleros y drones de recuperación de materia averiados.
Lo vi cambiar, moverse, e intenté imaginar una época en la que todo aquello funcionaba. Se utilizaba. Se vivía dentro. Un mundo por encima del mundo.
—Sí, algunas de esas plataformas defensivas están evidentemente operativas —dijo M-Bot—. Hasta yo tendría problemas para escabullirme entre ellas. Fíjate en esos asteroides que estoy resaltando en la cubierta. Las formaciones de escoria en su superficie revelan su antiguo propósito. Algunas estrategias para someter un planeta incluyen acarrear cuerpos interplanetarios a su órbita y dejarlos caer. Con ello se cumplen objetivos que van desde la aniquilación de una ciudad concreta hasta desastres de extinción masiva.
Solté aire despacio, horrorizada solo con imaginarlo.
—Esto… No es que en un principio yo fuera una nave de combate, ojo —dijo M-Bot—. No sé de bombardeos orbitales por mi propia programación. Supongo que alguien debió de hablarme de ellos en algún momento.
—Creía que no mentías.
—¡Y no miento! De verdad creo que soy una nave avanzada, bien armada y con capacidades furtivas porque serlo me ayudará a recolectar setas mejor. Eso no es en absoluto irracional.
—Entonces —dije—, ¿lo único que tendrían que hacer los krells para eliminarnos es empujar hacia abajo unos pocos asteroides de esos?
—Es un poco más difícil que como lo haces sonar —respondió M-Bot—. Los krells necesitarían una nave lo bastante grande para poder trasladar objetos tan masivos. Probablemente requeriría un acorazado, que sin duda esas plataformas defensivas podrían derribar con facilidad. Las naves pequeñas sí que podrían cruzar algunos de esos huecos, sin embargo. Cosa que supongo que ya sabes, dada la frecuencia con que te enfrentas a ellas.
Me recliné en el asiento y me permití disfrutar de la vista. El mundo que se extendía por abajo, el cielo que, de algún modo, me resultaba más pequeño que en otros tiempos. Era solo una franja estrecha que rodeaba el planeta, coronada por el cinturón de escombros.
Estuve un rato mirando hacia arriba, maravillada por los grandiosos movimientos del cinturón de cascotes, sus enormes cascarones y plataformas, que se desplazaban siguiendo diseños antiguos y herméticos. Debía de haber decenas de capas, pero, en ese momento, por segunda vez en toda mi vida, todo se alineó. Y alcancé a ver el espacio. La verdadera infinitud, interrumpida solo por unas pocas estrellas titilantes.
Estrellas que habría jurado que podía oír. Susurros. Sin palabras perceptibles, pero reales de todos modos. La yaya tenía razón. Si escuchaba, podía oír las estrellas. Sonaban como cuernos de batalla, llamándome, atrayéndome hacia ellas…
«No seas tonta —pensé—. No llevas propulsor. Si los krells te encuentran, serás poco más que una práctica de tiro».
A regañadientes, empecé a descender poco a poco. Tendría que bastar por un día.
Regresamos despacio, dejando que la gravedad hiciera casi todo el trabajo. Por desgracia, el viento nos había empujado a cierta distancia, por lo que, al llegar al suelo, tuve que acercarnos de vuelta al agujero casi centímetro a centímetro con aquellos diminutos impulsores de maniobra.
Tardamos tanto que, al llegar, estaba bostezando. Babosa Letal imitó el sonido de mi bostezo desde el lugar donde se había acomodado, envuelta en la manta que había en el asiento de atrás.
Por fin descendimos a la caverna y aterrizamos cerca del lugar donde había estado M-Bot al principio.
—Bueno, yo opino que ha sido un muy buen primer vuelo —dije.
—Eh… sí —dijo M-Bot—. Hemos ido muy alto, ¿verdad?
—Si encuentro la forma de hacerme con un propulsor, en poco tiempo te tendremos volando de verdad.
—Hum…
—Podrías probar a combatir a los krells, si quisieras —dije, probando hasta dónde podía apretar—. Podríamos hacerlo quedándonos en las sombras. ¡Bastaría con que no dijéramos a nadie qué o quiénes somos! ¡Seríamos la nave negra fantasma sin identificador! ¡Llegaríamos volando para ayudar a la FDD en sus momentos de necesidad!
—No creo que…
—¡Imagínatelo, M-Bot! Esquivar y pasar escorándote entre un aluvión de explosiones. Alzarte y luchar, demostrando que eres más fuerte que tus enemigos. ¡Una grandiosa sinfonía de destrucción y poder!
—¡O mejor aún, quedarme en la cueva! ¡Sin hacer nada de eso!
—Podríamos combatir con el modo sigilo activado —propuse.
—Eso es justo lo opuesto a quedarme en la sombra. Lo siento, Spensa. No debo luchar. Podemos volar otra vez; la verdad es que me ha gustado. Pero no podremos combatir jamás.
—Combatir jamás —repitió Babosa Letal.
Desactivé los sistemas no esenciales de la nave y me recliné en el asiento, sintiéndome enferma. Tenía acceso a algo impresionante, poderoso, asombroso… pero ¿no podía usarlo? Tenía un arma que no quería que la blandiera. ¿Qué debía hacer?
No lo sabía. Pero me perturbaba mucho que mi caza fuese… bueno, un cobarde.
Suspiré y empecé a prepararme para dormir. Se me pasó la frustración con M-Bot. Estaba demasiado emocionada por haber logrado volar con él.
Cuando por fin me acomodé en el asiento reclinado, envuelta en la manta y con Babosa Letal en un estante plegable de la cabina, M-Bot volvió a hablar en voz baja.
—¿Spensa? —dijo—. No te molesta, ¿verdad?, no entrar en combate. Tengo que obedecer mis órdenes.
—No es verdad.
—Esto… Soy un ordenador. Viene a ser lo único que hago. Ni siquiera puedo contar hasta cero sin que me den la orden.
—Eso me cuesta creerlo —repliqué—, teniendo en cuenta las cosas que me has dicho.
—Todo eso lo ha dicho una personalidad programada para interactuar con los humanos.
—Excusas —dije. Bostecé y bajé las luces—. Puede que tengas mente de máquina, pero sigues siendo una persona.
—Pero…
—Puedo oírte —dije, con otro bostezo—. Puedo oír tu alma. Igual que oigo las estrellas.
Era un tenue zumbido al fondo de mi mente, en el que no había reparado hasta ese preciso momento. Pero estaba allí.
Pensara lo que pensase él, M-Bot estaba más vivo de lo que creía. Yo podía sentirlo, sin más.
Empecé a caer dormida.
Volvió a hablar, en voz incluso más baja.
—Las órdenes son lo único que sé con certeza, Spensa. Mi antiguo piloto, mi propósito. Esas cosas son quien yo era.
—Pues conviértete en alguien nuevo.
—¿Tienes la menor idea de lo difícil que es eso?
Pensé en mi propia cobardía. En la sensación que tenía de pérdida, y de incompetencia, cuando de verdad tenía que hacer las cosas que siempre había fanfarroneado que haría. Me arrebujé en la manta.
—No digas bobadas —repuse—. ¿Por qué iba yo a querer ser otra persona?
M-Bot no respondió, y al poco tiempo me quedé dormida.