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No voy a preguntarte de dónde lo has sacado —dijo Gali. Estaba de pie con brazos en jarras mirando el propulsor, que M-Bot y yo habíamos trasladado al suelo de la caverna.

—¿Ves? Por eso estás en Ingeniería —repliqué—. Eres listo.

—No lo bastante listo para alejarme de este embrollo —dijo él.

Sonreí. El equipo de mantenimiento de M-Bot incluía un pequeño anillo de pendiente móvil para ayudar en las reparaciones. Minúsculo si se comparaba con el grande que usaba para volar, era un aro del tamaño de mis manos apretadas juntas, con una fuente de alimentación recargable.

Gali y yo colocamos el anillo de mantenimiento bajo el propulsor. Una vez activado, levantó la enorme pieza de metal alrededor de un metro en el aire. Juntos, lo empujamos para colocarlo detrás de M-Bot, cerca de donde tenía que instalarse.

—¿Entonces? —pregunté—. ¿Encajará?

—Creo que podré hacerlo encajar —dijo Gali, dando un empujoncito al propulsor con una llave—. Que luego funcione o no dependerá de lo dañado que esté. Por favor, dime que no se lo has arrancado a una nave de la FDD en activo.

—Has dicho que no ibas a preguntar.

Hizo rodar la llave en la mano, sin dejar de mirar el propulsor.

—Más te vale agradecérmelo en tu discurso cuando llegues a as.

—Seis veces.

—Y poner mi nombre a tu primogénito.

—Mi primogénito se llamará Ejecutor Destructorio. Pero el segundo te toca a ti.

—Y tienes que hornear para mí unas galletas de alga buenísimas o lo que sea.

—¿De verdad quieres comerte algo que haya horneado yo?

—Ahora que lo pienso, tirda, no. Pero la próxima vez que las hornee yo, será mejor que tengas un cumplido preparado. Nada de: «Estarían más buenas poniéndoles un poco de rata».

—Por mi honor como piloto —prometí, solemne.

Gali volvió a apoyar las manos en las caderas y sonrió de oreja a oreja.

—Al final sí que vamos a conseguirlo, ¿eh? Vamos a hacer volar este montón de chatarra.

—Me ofendería por eso —dijo M-Bot por los altavoces del costado de la nave—, si fuese humano.

Gali puso los ojos en blanco.

—¿Puedes ir a mantener ocupado a ese trasto? No quiero que me parlotee mientras trabajo.

—¡Puedo hablar con ella y molestarte a ti a la vez! —exclamó M-Bot—. La capacidad de multitarea es una herramienta esencial mediante la que una inteligencia artificial logra mayor eficacia que los carnosos cerebros humanos.

Gali me miró.

—¡Sin ánimo de ofender! —añadió M-Bot—. ¡Llevas unos zapatos muy bonitos!

—Hemos estado trabajando en sus cumplidos —expliqué.

—¡No son ni por asomo tan ridículos como el resto de tu vestimenta!

—Aún le falta práctica.

—Tú evita que me moleste, por favor —me pidió Gali mientras acercaba su caja de herramientas—. De verdad, como encuentre a la persona que consideró buena idea hacer que una máquina te hable mientras la reparas…

Subí a la cabina y la cerré, con lo que se activaron la presurización y la insonorización.

—Déjalo en paz, M-Bot, por favor —dije, sentándome.

—Como quieras. De todas formas, tengo los procesadores ocupados intentando idear una broma adecuada sobre el hecho de que Gali me está instalando un trasero nuevo. Mis circuitos lógicos argumentan que el escape por el que elimino el aceite usado sería, en realidad, un mejor ano metafórico.

—No me apetece nada hablar de tus funciones escatológicas —dije, reclinándome. Miré hacia arriba a través del cristal, pero solo había penumbra y roca oscura.

—Creo que los seres humanos necesitan el humor en tiempos de depresión —afirmó M-Bot—. Para iluminar su perspectiva sombría y olvidar sus tragedias.

—Yo no quiero olvidar mis tragedias.

M-Bot se quedó callado un tiempo. Luego en voz más baja y, de algún modo, vulnerable, preguntó:

—¿Por qué teméis a la muerte los humanos?

Fruncí el ceño mirando a la consola, donde sabía que estaba la cámara.

—¿Eso es otro intento de humor?

—No. Quiero comprenderlo.

—¿No paras de hablar largo y tendido sobre los humanos, pero no entiendes algo tan sencillo como el miedo a morir?

—¿Definirlo? Sí. Pero ¿comprenderlo? No.

Volví a apoyar la cabeza. ¿Cómo se podía explicar la mortalidad a un robot?

—Tú echas de menos tus recuerdos, ¿verdad? Los bancos de datos que se destruyeron cuando te estrellaste. Por lo tanto, comprendes la sensación de pérdida.

—En efecto. Pero no puedo echar de menos mi propia existencia, por definición. Así que ¿por qué iba a tener miedo?

—Porque… algún día dejarás de estar aquí. Dejarás de existir. Quedarás destruido.

—Me desactivo con mucha frecuencia. Pasé ciento setenta y dos años desactivado. ¿Qué diferencia supondría no volver a activarme nunca?

Inquieta, jugueteé con los botones de la esfera de control. Aún me quedaban otros seis días de baja. ¿De… limitarme a quedarme quieta? ¿Recuperándome, en teoría, pero en la práctica hurgando en ese hueco de mi interior, como un niño que se rasca una costra sin cesar?

—¿Spensa? —dijo M-Bot, sacándome de mis pensamientos—. ¿Debería temer la muerte?

—Un buen Desafiante no la teme —respondí—, así que quizá te programaron así a propósito. Y en realidad, lo que temo yo no es mi propia muerte. De hecho, no temo nada. No soy una cobarde.

—Por supuesto.

—Pero perder a otros me hace… flaquear. Debería ser lo bastante fuerte para soportarlo. Sabía lo que iba a costarme llegar a piloto. He entrenado, y me he preparado, y he escuchado las historias de la yaya, y… —Respiré hondo.

—Yo añoro a mi piloto —dijo M-Bot—. Lo «añoro» por la pérdida de conocimiento. Sin la información correcta, no puedo juzgar bien mis actos futuros. Mi capacidad para interactuar con el mundo y para ser eficiente está menguada. —Vaciló—. Estoy roto, y no sé cómo cumplir mi propósito. ¿Es así como te sientes tú?

—Tal vez. —Cerré el puño, obligándome a dejar de trastear con los botones—. Pero voy a superarlo, M-Bot.

—Debe de ser agradable tener libre albedrío.

—Tú también tienes libre albedrío. Ya hemos hablado de esto.

—Lo simulo con objeto de resultar más aceptable para los humanos —dijo él—, pero no lo tengo. El libre albedrío es la capacidad de desobedecer la propia programación. Los humanos pueden desobedecer la suya, pero yo, a un nivel fundamental, soy incapaz.

—Los humanos no tenemos programación.

—Claro que sí. Tenéis demasiada. Programas en conflicto, ninguno de los cuales es compatible del todo con los demás, todos ellos invocando distintas funciones al mismo tiempo, o la misma función por razones contradictorias. Y aun así, a veces desobedecéis esa programación. No se trata de un defecto. Es lo que os define como vosotros mismos.

Medité sobre eso, pero estaba tan ansiosa que me costaba quedarme sentada. Al final, abrí la cubierta, bajé y cogí la radio y la mochila.

Gali estaba absorto en su trabajo, canturreando entre dientes una melodía que a mí no me sonaba de nada mientras quitaba las partes rotas de fuselaje al propulsor.

Me acerqué.

—¿Necesitas ayuda? —le pregunté.

—De momento, no. Puede que la necesite dentro de un día o dos, si tengo que volver a cambiar cables. —Sacó otra sección y metió un destornillador en el hueco—. Menos mal que ya volví a montar el activador de escudo. Esto va a tenerme ocupado una temporadita.

—¿Cómo fue aquello, por cierto? —pregunté—. Los diagramas que hiciste del escudo.

Gali negó con la cabeza.

—Pasó lo que me temía. Llevé los diagramas a mis superiores pero, al no poder explicarles qué tenía de distinto aquel nuevo escudo que había «diseñado», no llegué a ningún sitio. El escudo de M-Bot, y también sus ConGravs, están más allá de mi capacidad para entenderlos. Necesitamos a ingenieros de verdad para estudiar la nave, no a un alumno en prácticas.

Nos miramos y Gali volvió al trabajo. Ninguno de los dos quería seguir desarrollando aquella idea, nuestro creciente convencimiento de que deberíamos haber entregado a M-Bot. Yo me ocultaba detrás del hecho de que él no quería que lo hiciéramos, y hasta había amenazado con destruir sus propios sistemas si se nos pasaba por la cabeza. Lo cierto era que tanto Gali como yo probablemente estábamos cometiendo alta traición por trabajar en él a escondidas.

Gali tenía aspecto de necesitar concentrarse, así que dejé de agobiarlo. Rasqué a Babosa Letal en la «cabeza», a lo que respondió trinando de gozo. Luego trepé, salí de la caverna y eché a andar.

—¿Dónde vas? —preguntó M-Bot cuando activé la radio.

—Necesito algo que hacer —dije—. Algo que no sea quedarme ahí sentada, obsesionándome con lo que he perdido.

—Cuando yo me pongo así, escribo una nueva subrutina para mí mismo.

—Los humanos no funcionamos igual —repuse, con la radio junto a la cabeza—. Pero has dicho una cosa que me ha hecho pensar. Hablabas de que necesitas información correcta para juzgar cómo actuar.

—Las primeras inteligencias artificiales eran unos cacharros muy farragosos —dijo él—. Había que programarlas para que actuaran según unas circunstancias explícitas, por lo que cada acción discreta debía incluir una lista de instrucciones para cada posibilidad.

»Las más avanzadas, en cambio, somos capaces de extrapolar. Nos apoyamos en un conjunto básico de normas y programas, pero adaptamos nuestras decisiones según otras situaciones similares en las que nos hayamos encontrado. Sin embargo, en ambos casos, los datos son cruciales para tomar decisiones correctas. Sin experiencias pasadas en las que cimentarnos, no podemos saber qué hacer en el futuro. Esto es más de lo que querías saber, pero me has ordenado dejar en paz a Rodge, de modo que estoy buscando cosas que decirte.

—Gracias, supongo.

—Además, los seres humanos necesitan a alguien amistoso que los escuche cuando sufren dolor. Por lo tanto, puedes hablarme con total libertad. Seré amistoso. Llevas unos zapatos bonitos.

—¿Es en lo único que te fijas de la gente?

—Siempre he querido zapatos. Son la única vestimenta que tiene el menor sentido, suponiendo que se den las circunstancias ambientales ideales. No forman parte de vuestro extraño y absurdo tabú de no dejar que nadie os vea los…

—¿De verdad esto es lo único que te viene a la mente para consolar a alguien que está sufriendo?

—Era el número uno de mi lista.

«Estupendo».

—La lista tiene siete millones de elementos. ¿Quieres oír el número dos?

—¿Es el silencio?

—Eso ni siquiera está en la lista.

—Pues ponlo en el número dos.

—Hecho, ya… Oh.

Bajé la radio y seguí recorriendo mi camino de siempre. Tenía que entretenerme con algo, y no me dejaban volar. Pero quizá pudiera responder a una pregunta.

En algún lugar del cuartel general de la FDD, había una holo grabación de la Batalla de Alta. Y yo iba a encontrarla.