14
El punto más débil de nuestras defensas sois vosotros —dijo Cobb mientras caminaba hacia el centro del aula, dirigiéndose a los nueve que estábamos en nuestras cabinas, con los hologramas sin conectar todavía—. Vuestra nave puede acelerar a velocidades increíbles, y hacer virajes a los que no sobreviviríais. Es mucho más capaz que vosotros. Si morís ahí arriba, no será porque vuestra nave os haya fallado. Será porque vosotros habéis fallado a la nave.
Había transcurrido una semana, casi sin darme cuenta. Entrenando cada día en las simulaciones, echando horas en el centrifugador y luego durmiendo cada noche en la cabina de la antigua nave. Estaba más que hastiada de comer rata sin sazonar y setas.
—La aceleración es vuestra peor enemiga —prosiguió Cobb—. Y no basta con que controléis cuánta aceleración lleváis, sino que también debéis ser conscientes de en qué dirección os empuja. Los seres humanos podemos soportar una cantidad razonable de fuerza hacia atrás, como cuando avanzáis en línea recta.
»Pero si ascendéis, o si os ladeáis de golpe, la aceleración os empujará hacia abajo y enviará la sangre desde la cabeza a los pies. Mucha gente se cierra en G, es decir, se queda inconsciente, si le caen encima solo nueve o diez G hacia abajo. Y si rotáis sobre vuestro eje y luego os propulsáis en otra dirección, como hemos estado practicando… bueno, es fácil que tengáis que soportar más de cien G, más que de sobra para haceros sopa las entrañas por el cambio repentino de impulso.
Nedd levantó la mano.
—Entonces ¿para qué hemos aprendido esas maniobras?
—ConGravs —respondí.
Cobb me señaló y asintió con la cabeza.
—Vuestras naves pueden compensar las aceleraciones fuertes súbitas. Las naves de la FDD llevan unos aparatos llamados condensadores gravitacionales. Cuando cambiáis de dirección o aceleráis a lo bestia, los ConGravs se activan y desvían la fuerza. Los ConGravs pueden funcionar durante unos tres segundos antes de necesitar un momento para recargarse, así que se usan sobre todo para hacer virajes cerrados.
Eso ya lo sabía. De hecho, era muy probable que Nedd también lo hubiese sabido, si hubiera tenido que estudiar para el examen. Así que dejé vagar mi mente y pensé en mi nave estropeada. No había hecho grandes avances con la antigua nave, ya que había dedicado la mayor parte del tiempo a cazar ratas y curar su carne. Aún me hacía falta encontrar una matriz de energía en alguna parte…
—Vuestras naves tienen tres tipos de armas —dijo Cobb.
Un momento, ¿armas? Mi atención volvió de golpe a la clase, y vi que Bim también espabilaba. Era delicioso ver cómo respondía a cualquier mención de las armas como si fuese un cachorrito demasiado ansioso.
—Sí, Bim —dijo Cobb—. Armas. No te mees de la emoción. La primera de las tres es el destructor básico de toda la vida. Es vuestra arma principal, pero también la menos efectiva. Dispara rayos de energía concentrada, por lo general en ráfagas a corta distancia. —Cobb se detuvo cerca del asiento de Kimmalyn—. O bien, menos a menudo, puede cargarse para hacer disparos de precisión a larga distancia. La mayoría de los pilotos utilizan esta función para rematar naves inhabilitadas, o para acabar con un enemigo en una emboscada. Alcanzar a un objetivo activo a distancia con un destructor requiere una habilidad asombrosa.
Kimmalyn sonrió de oreja a oreja.
—No te pongas chula —dijo Cobb, retomando el paseo—. Un destructor viene a ser inútil contra un objetivo escudado, aunque de todos modos los dispararéis a la primera ocasión que tengáis, dado que forma parte de la naturaleza humana confiar en tener un golpe de suerte. Intentaré quitaros esa tendencia, pero, si os soy sincero, hasta los pilotos graduados se aferran a sus destructores como si fueran las tirdosas cartas de su amor de juventud.
Bim soltó una risita.
—No estaba bromeando —espetó Cobb—. Encended los hologramas.
Activamos los dispositivos y, de repente, estábamos en la plataforma de lanzamiento. Cuando estuvimos en el aire y dimos las confirmaciones verbales, la voz de Cobb crepitó en el altavoz de mi casco.
—Muy bien. Que las estrellas nos amparen, porque ha llegado el momento de que empecéis a disparar. El gatillo del destructor es el botón que tenéis al lado del dedo índice en la esfera de control. Adelante.
Pulsé el botón con cautela. Una ráfaga de tres disparos al rojo blanco salió en rápida sucesión del afilado morro de mi nave. Sonreí y volví a pulsarlo una y otra vez, liberando una ráfaga tras otra. Y sin más ceremonia, se me había concedido el mismísimo poder de controlar la vida y la muerte. ¡Y sobre mucho más que las ratas!
—No lo desgastes, Peonza —dijo Cobb—. ¿Veis el dial que hay encima del acelerador? ¿El que puede girarse con el pulgar de la mano izquierda? Es el control de cadencia del destructor. La posición más alta es el fuego continuado. Les encanta a todos los pilotos descerebrados, babosos e idiotas que no han entrenado conmigo.
—¿Y qué pasa con los que seguimos siendo unos descerebrados, babosos e idiotas pero sí que hemos entrenado con usted? —preguntó Nedd.
—No te subestimes tanto, Nedder —respondió Cobb—. No te he visto babear nunca. La segunda posición es la ráfaga. La tercera, el disparo cargado de largo alcance. Daos el gustazo. Es mejor que os quitéis las ganas.
Hizo aparecer un puñado de naves krells en el aire delante de nosotros. No volaban ni se movían: estaban allí quietas sin hacer nada. ¿Tiro al blanco? Siempre había querido hacer tiro al blanco, desde que era una niña pequeña y arrojaba piedras a otras piedras de aspecto más perverso.
Juntos, enviamos una oleada de muerte y destrucción por el aire.
Fallamos.
Fallamos por lo que me parecieron kilómetros enteros. Y eso que las naves enemigas tampoco estaban tan lejos. Apreté los dientes y lo intenté otra vez, pasando por los distintos modos del destructor, cambiando el ángulo de mi nave con la esfera de control, poniendo toda mi voluntad en disparar. Pero, tirda, por muy cerca que pareciera estar todo, había muchísimo espacio vacío al que disparar.
Caracapullo por fin consiguió un impacto y destruyó una nave con un fogonazo. Yo gruñí y me concentré en una sola nave. «¡Venga!».
—Ya estás tardando, Rara —dijo Cobb.
—Ah, quería dar una oportunidad a los demás, señor —respondió Kimmalyn—. «Ganar no consiste siempre en ser la mejor», ya sabe.
—Dame el capricho —dijo Cobb.
—Como quiera.
Su nave cargó durante un par de segundos y entonces liberó una línea de luz enfocada que hizo estallar una nave krell. Kimmalyn repitió la gesta, y volvió a repetirla, y otra vez, y luego destruyó una quinta nave.
—Es como intentar acertar al suelo con una piedra, señor —dijo—. Ni siquiera se mueven.
—¿Cómo puede ser? —pregunté, anonadada—. ¿Cómo has aprendido a disparar así, Rara?
—La entrenó su padre —dijo Arcada—. ¿Os acordáis? ¿La historia de la seta que parecía una ardilla?
FM rio, y hasta oí una risita de Marea. Pero no, yo no recordaba ninguna historia de setas ni de ardillas. Debían de habérsela contado por la noche, en los barracones. Mientras yo regresaba andando a mi cueva.
Apreté con fuerza el botón del destructor y, para mi sorpresa, por fin logré acertar a un objetivo. La forma en que soltó chispas mientras caía resultó inmensamente satisfactoria.
—Muy bien —dijo Cobb—. Ya basta de tanta tontería. Voy a apagaros los destructores.
—¡Pero si acaba de dárnoslos! —protestó Bim—. ¿No podemos hacer una escaramuza o algo?
—Claro, de acuerdo —repuso Cobb—. Ahí tenéis.
Los cazas krells que quedaban, la docena aproximada que no habíamos logrado derribar, de pronto se abalanzaron contra nosotros abriendo fuego con sus destructores. Arcada soltó un aullido, pero yo me concentré de sopetón y me lancé en picado para apartarme.
Kimmalyn fue la primera en caer, con un inmediato estallido de luz y chispas. Yo descendí rodando sobre mí misma, vigilando la línea roja en la cubierta que indicaba cuánta aceleración estaría soportando en el mundo real. Cobb tenía razón, y los ConGravs me protegían al hacer un viraje rápido, pero tenía que ir con cuidado para no agotarlos en pleno giro y que me cayera encima de golpe toda esa fuerza.
Remonté el vuelo y me vi rodeada de fuego y explosiones, además de los escombros que caían de las naves de otros cadetes.
—Hemos intentado aplicar la ingeniería inversa a la tecnología krell —dijo Cobb en tono tranquilo, en marcado contraste con la locura que tenía alrededor. Nedd chilló al recibir un impacto. Marea cayó en silencio—. Pero hemos fracasado. Ellos tienen mejores destructores y mejores escudos. Eso significa que, al luchar contra ellos, no solo os superan en armamento, sino también en protección.
Me concentré por completo en la supervivencia. Viré, esquivé y giré. Tres naves krells, nada menos que tres, se pusieron a mi cola, y una me dio con un disparo de destructor. Hice un viraje brusco a la derecha, pero me alcanzó otro disparo y empezó a parpadear la luz de aviso en mi panel de control. Estaba sin escudo.
—Tenéis que dar a un krell media docena de veces para anular su escudo —dijo Cobb—, pero ellos os lo hacen a vosotros con solo dos o tres impactos.
Ascendí para hacer un rizo. Las explosiones señalaron las muertes de mis compañeros, resplandores en el cielo apagado. Solo seguía volando otra nave aparte de la mía, y supe sin tener que mirar los números del fuselaje, que sería la de Jorgen. Era mucho mejor piloto que yo.
Eso seguía irritándome. Gruñí, rodando en un amplio bucle, intentando meter alguna nave enemiga en mi punto de mira. Ya… casi… estaba…
Mis controles se apagaron. La nave dejó de responder. Al intentar aquella vuelta había superado el límite crítico de aceleración, y los ConGravs se habían agotado. Aunque mi cuerpo no podía sentirlo en el aula, si hubiera estado en una nave de verdad, me habría desmayado.
Una nave krell me eliminó con un disparo de pasada, casi casual, y mi holograma vibró. Entonces desapareció la cubierta de mi cabina y volví a estar en el aula. Jorgen consiguió resistir otros diecisiete segundos. Los conté.
Apoyé la espalda en el asiento, con el corazón acelerado. Había sido como presenciar el fin del mundo.
—Supongamos que estuvierais cerca de ser pilotos competentes —dijo Cobb—. Es toda una fantasía, lo sé, pero siempre he sido un optimista. Aunque consiguierais volar mejor que la nave krell promedio, seguiríais teniendo una gran desventaja si usarais solo vuestros destructores.
—Entonces ¿estamos jodidos? —preguntó FM, levantándose.
—No. Lo que pasa es que tenemos que luchar de otra forma, y tenemos que apañárnoslas para nivelar esa desventaja. Vuelve a ponerte las correas, cadete.
FM lo hizo y los hologramas arrancaron de nuevo, situándonos formando una hilera en el cielo. Las naves krells volvieron a aparecer en silenciosa formación, delante de nosotros. Esa vez, las miré con más recelo, y mi dedo índice anhelaba rociarlas con fuego de destructor.
—Dragoncete —dijo Cobb a Arturo—. Pulsa los botones que tienes junto a los dedos corazón y anular. Dales a los dos a la vez.
Mi nave se sacudió, y un pequeño estallido de luz emergió de Arturo, como una radiante salpicadura de agua.
—¡Eh! —exclamó Arcada—. Mi escudo ha caído.
—El mío también —dijo Kimmalyn.
—Y el mío —añadió Arturo.
—El mío sigue en marcha —dijo Caracapullo, igual que varios otros.
«El escudo de Arturo ha caído —pensé—, como los de las dos naves contiguas a él en la hilera». Me incliné hacia delante y miré fuera de la cubierta de la cabina, muy interesada. En mis tiempos de estudiante, me habían enseñado todo sobre especificaciones de propulsores, patrones de vuelo, anillos de pendiente… A grandes rasgos, todas las características de los cazas excepto los detalles sobre el armamento.
—El PMI —dijo Cobb—. Pulso Magallanes Invertido. Sirve para anular por completo cualquier escudo protector que emita una nave… incluyendo, por desgracia, el propio. Tiene un alcance cortísimo, así que casi tendréis que meteros dentro de los motores de un krell antes de poder activarlo.
»La clave para derrotar a los krells no está en acribillarlos con disparos de destructor. Está en maniobrar mejor que ellos, en combatirlos en equipo y en ser más listos. Los krells vuelan de forma individual. Apenas se apoyan unos a otros.
»Vosotros, en cambio, lucharéis en las tradicionales parejas de compañeros de ala. Os preocuparéis de activar el PMI para que vuestro compañero tenga un disparo limpio y sin escudo de por medio. Pero también tenéis que recordar siempre que activar el PMI os deja expuestos y vulnerables hasta que podáis reactivar vuestro escudo.
Un repentino estallido de luz que hubo cerca hizo que FM soltara una palabrota en voz baja.
—¡Perdón! —exclamó Marea con su marcado acento—. ¡Perdón, perdón!
Era lo más largo que le había oído decir en todo el día.
—¿Cuál es la tercera arma? —preguntó Caracapullo.
—La lanza de luz —aventuré. Había leído el nombre, pero, de nuevo, los detalles de lo que hacía no venían en los libros.
—Ah, así que sabes de ella, Peonza —dijo Cobb—. Ya lo sospechaba. Haznos una demostración.
—Esto… vale. Pero ¿por qué yo?
—Funcionan muy parecido a sus primas pequeñas, las líneas de luz. Me da en la nariz que tienes un poco de experiencia con ellas.
¿Cómo podía saberlo Cobb? Llevaba mi línea de luz a clase, porque la necesitaba para entrar y salir de la caverna, pero creía que la había mantenido oculta bajo la manga larga de mi traje de vuelo.
—Pulgar y meñique —me indicó Cobb—. Los botones a ambos lados de la esfera de control.
Bueno, pues bien. ¿Por qué no? Empujé el acelerador hacia delante y salí de la línea para acercarme a las naves krells que flotaban. Escogí una, de la que colgaban cables a popa. Al igual que todas las naves, tenía un anillo de pendiente debajo, con el tamaño habitual de unos dos metros de diámetro y brillando con una suave luz azul.
La nave krell parecía incluso más siniestra al verla de cerca. Daba aquella extraña sensación de estar inacabada, aunque en realidad no lo estaba. Aquellos cables que le colgaban por detrás tenían que tener un propósito, y lo único que pasaba era que su diseño era alienígena. No estaba por terminar, sino construida por criaturas que no pensaban igual que los seres humanos.
Contuve el aliento y pulsé los botones que había indicado Cobb. Una línea de luz roja fundida salió de la proa de mi nave y se adhirió al caza krell. Tal y como había dicho Cobb, funcionaba igual que una línea de luz, pero era más grande y salió disparada de mi nave como un arpón.
«Uau», pensé.
—Lanzas de luz —dijo Cobb—. Seguro que habréis visto a sus primas pequeñas en las muñecas de los pilotos. Las usaban en el departamento de ingeniería de la antigua flota para anclarse mientras trabajaban en las naves sin gravedad. Peonza tiene una, no sé cómo, hecho que he optado por no mencionar al intendente.
—Crac…
—Puedes agradecérmelo cerrando el pico cuando hablo yo —dijo Cobb—. Las lanzas de luz funcionan como una especie de lazo de energía, que os conecta a aquello en lo que las clavéis. Podéis usarlas para enlazaros con una nave enemiga o podéis usarlas con el terreno.
—¿El terreno? —preguntó Arturo—. ¿Se refiere a pegarnos al suelo?
—Claro que no —dijo Cobb.
El cielo explotó por encima de mí, alcé la mirada y di un respingo al ver que de la omnipresente neblina de escombros empezaban a caer bolas de fuego. Metal supercalentado y otros detritos, convertidos en estrellas fugaces por la temperatura de la reentrada.
Me apresuré a hacer girar mi nave, empujé el acelerador y regresé a la línea. Los escombros tardaron unos minutos en empezar a caer a nuestro alrededor, algunos pedazos más refulgentes que otros. Se movían a distintas velocidades, y me di cuenta de que algunos cascotes tenían piedra de pendiente brillando azul en su interior, ralentizando un poco su descenso.
Los escombros impactaron contra varios cazas krells y los pulverizaron.
—Los krells suelen atacar durante las lluvias de escombros —dijo Cobb—. Ellos no tienen lanzas de luz y, aunque suelen ser muy maniobrables, una nave de la FDD con un buen piloto puede volar más rápido y con más agilidad. A menudo, os enfrentaréis a ellos entre los cascotes que caen. Allí dentro, la lanza de luz será vuestra mejor herramienta, y por eso vamos a pasar el próximo mes entero entrenando con ella. Cualquier idiota que tenga un dedo puede disparar un destructor, pero hace falta un piloto de verdad para volar entre los cascotes y usarlos para obtener ventaja.
»He visto a pilotos usar las lanzas de luz para estampar un krell contra otro, para atravesarlos y convertirlos en basura espacial e incluso para tirar de un compañero de ala y sacarlo del peligro. Podéis hacer giros inesperados adhiriéndoos a un trozo grande y rodeándolo. Podéis arrojar cascotes al enemigo, que anularán su escudo al instante y los destruirán. Cuanto más peligroso sea el campo de batalla, más ventaja tendrán los mejores pilotos. Que, cuando haya terminado de entrenaros, seréis vosotros.
Vimos caer los escombros, luces ardientes que se reflejaban en mi cubierta.
—Entonces —dije— ¿según usted cuando acabemos de entrenar deberíamos ser capaces de usar garfios hechos de energía para aplastar a nuestros enemigos con trozos llameantes de basura espacial?
—Sí.
—Eso —susurré— es lo más bonito que he oído en la vida.