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Los siguientes días, entrené en naves que me parecieron torpes.
Ordinarias. Claramente inferiores, comparadas con aquellos momentos extraordinarios en la cabina de M-Bot. Tampoco ayudó que estuviéramos pilotando cazas pesados, de clase Largo, que estaban armados hasta los dientes con destructores y hasta misiles PMI.
Después de eso, pasamos a los cazas de clase Slatra, más parecidos a lanzaderas o naves de carga venidas a más que a verdaderos cazas estelares. Tenían varios activadores de escudo que funcionaban coordinados para mantener alzada una barrera constante y proteger con ella a individuos o cargamentos de gran importancia.
Aunque ambos tipos de nave tenían sus usos, eran demasiado aparatosos para superar en velocidad o capacidad de maniobra a los krells. Por eso la mayoría de los pilotos llevaban cazas de clase Poco o Fresa, naves rápidas capaces de enfrentarse a los veloces interceptores krells.
Incluso practicando con un Fresa, que era una nave relativamente rápida, los virajes y las propulsiones me hacían recordar lo bien que había respondido M-Bot. Me pregunté si habría llegado el momento de revelar su existencia a la FDD. M-Bot me había abandonado. Estaba claro que su programación era defectuosa, por lo que estaría más que justificado que enviara una hueste de ingenieros a la cueva para desmontarlo.
Solo era una máquina. Pero entonces ¿por qué no podía hacerlo?
«Tienes libre albedrío —le había dicho—. Puedes elegir por ti mismo».
—¡Cuidado, Peonza! —dijo FM, haciéndome volver de sopetón a la realidad. Me había escorado demasiado cerca de ella. Tirda, tenía que mantener la atención puesta en el vuelo.
—Perdona —dije. Se me ocurrió que haber entrenado en simuladores, donde podíamos explotar y volver a insertarnos en la batalla, tenía sus inconvenientes. Quizá hubiera cogido malas costumbres que podrían estallarme en la cara al volar en naves reales… con consecuencias reales.
Hicimos unos cuantos ejercicios complejos en formación de tres naves, turnándonos para ir en cabeza. Al final, Cobb nos ordenó regresar a la base.
—Peonza y FM —dijo—, vosotras dos sois mejores con naves pequeñas.
—¿No vamos a ser todos mejores con ellas? —preguntó Jorgen—. Llevamos meses entrenando con cazas de clase Poco.
—No —dijo Cobb—. Tú parece que podrías encajar en un Largo.
—Está diciendo que eres lento, Jorgen —apuntó FM—. ¿Verdad, Peonza?
Di un gruñido por respuesta, distraída pensando en M-Bot. Y en mi padre. Y en Arcada. Y en el recuerdo de aquellos ojos rodeándome, como me había advertido Cobb. Y…
Y tirda. Era mucho con lo que cargar a la vez.
—A ella le gusta que vuele lento —dijo Jorgen, con una risita forzada—. Así es más fácil estrellarse contra mí si quiere.
Incluso después de tantos meses, seguía sacando el tema de la ocasión en la que había ganado estampando mi nave contra la suya. Interrumpí la línea, sintiéndome avergonzada, frustrada.
Iniciamos el regreso y, para mi disgusto, se activó la línea directa con Jorgen. Como jefe de escuadrón, podía impedir que lo apagara.
—Peonza —dijo—, ¿qué te pasa?
—Nada.
—No me lo creo —dijo—. Has dejado pasar una oportunidad perfecta para burlarte de mí.
La verdad… era que quería hablar con él. Estuve a punto de hacerlo, pero algo me contuvo. Mis propios miedos, tal vez. Me habían impedido hablar con Gali cuando había resuelto el misterio sobre mi padre, y me habían impedido decirle a Cobb hasta el momento lo que había visto.
Mi mundo entero se derrumbaba a mi alrededor. Y yo estaba pasando apuros para aferrarme a él, para asir algo en lo que una vez había podido apoyarme: mi confianza. Deseaba más que nada volver a ser la persona que había sido, la chica que al menos podía fingir que se lo tomaba todo con calma.
Jorgen cerró la conexión y volamos hasta Alta en silencio. Cuando llegamos, hicimos nuestros informes verbales y aterrizamos.
—Buen trabajo —dijo Cobb—. Tengo permiso para daros un permiso adicional de medio día, por si queréis prepararos para la graduación, dentro de dos semanas.
Me quité el casco, se lo entregué a la miembro del personal de tierra y, letárgica, la seguí escalera abajo. Me quité el traje de vuelo sin pensar en lo que hacía, casi sin hablar con FM, y luego metí las manos en el bolsillo de mi mono y me puse a vagar por los terrenos de la FDD.
Medio día libre. ¿Qué iba a hacer con él? En otros tiempos, habría vuelto a la cueva para trabajar en M-Bot, pero ya no. Eso se había acabado. Y aunque había escrito a Gali para decirle, con disimulo, que el vuelo inicial había ido bien, no le había contado que la nave había decidido apagarse. Me preocupaba que se empeñara en entregar a M-Bot a la FDD.
Al poco tiempo, llegué a los huertos, pegados al muro de la base. Pero la serenidad de los árboles no me proporcionó el mismo consuelo que antes. Ya no sabía lo que quería, pero desde luego no eran unos árboles.
Sin embargo, reparé en la hilera de pequeños garajes que había cerca del huerto. Uno estaba abierto y se veía un coche azul en su interior, y una sombra moviéndose cerca cuando Jorgen fue a sacar algo del maletero.
«Ve —me urgió una parte de mí—. Ve a hablar con él, con alguien. Deja de tener miedo».
Fui hasta la entrada del garaje. Jorgen cerró el maletero del coche y se sobresaltó, sorprendido de verme allí.
—¿Peonza? —dijo—. No me digas que necesitas otra matriz de energía.
Respiré hondo.
—Una vez me dijiste que, si necesitaba hablar con alguien, acudiera a ti. Que tu trabajo como jefe de escuadrón era hablar con nosotros. ¿Iba en serio?
—Eh… —Bajó la mirada—. Peonza, esa frase la saqué de mi manual.
—Lo sé. Pero ¿iba en serio?
—Sí. Por favor, dime qué te pasa. ¿Es porque Arturo lo haya dejado?
—En realidad, no —respondí—, aunque también forma parte de ello.
Me rodeé a mí misma con los brazos, como si quisiera mantenerme erguida. ¿De verdad podía decirlo? ¿Sería capaz de expresarlo?
Jorgen rodeó el coche y se sentó en el parachoques delantero.
—Sea lo que sea, puedo ayudar. Puedo arreglarlo.
—No arregles —dije—. Solo escucha.
—Eh… Vale.
Entré en el garaje y me senté en el parachoques a su lado, mirando fuera por la puerta abierta. Arriba, hacia el cielo y las lejanas estructuras del campo de escombros.
—Mi padre era… un traidor. —Respiré hondo. ¿Por qué me costaba tanto decirlo?—. Siempre me había opuesto a esa idea, me había convencido de que no podía ser verdad. Pero Cobb me dejó ver una grabación de la Batalla de Alta. Mi padre no huyó, como dicen todos. Hizo algo peor. Cambió de bando y derribó a nuestras propias naves.
—Lo sé —dijo Jorgen en voz baja.
Pues claro que lo sabía. ¿Lo había sabido todo el mundo menos yo?
—¿Sabes algo de una cosa llamada el defecto? —pregunté.
—Lo he oído mencionar, Peonza, pero mis padres no quieren explicarme qué es. Dicen que es una bobada, sea lo que sea.
—Yo creo… creo que es algo que hay dentro de una persona y lo obliga a servir a los krells. ¿Te parece una locura? De repente, mi padre se unió a ellos y disparó a sus compañeros de escuadrón. Debió de pasar algo, alguna cosa rara. Eso es evidente.
»Enterarme de que me equivocaba sobre él ha puesto patas arriba todo lo que sabía. Férrea me odia porque confiaba en mi padre y él la traicionó. Está segura de que tengo el mismo fallo en mi interior que él, y puso sensores en mi casco para comprobarlo, de algún modo.
—Menuda idiotez —dijo él—. Mira, mis padres tienen muchos méritos. Podemos ir a hablar con ellos y… —Respiró hondo y debió de reparar en la expresión de mi cara—. Vale. ¿No arreglar, solo escuchar?
—Solo escuchar.
Asintió.
Volví a abrazarme a mí misma.
—No sé si puedo confiar en mis propios sentidos, Jorgen. Hay… señales que mostraba mi padre, antes de cambiar de bando. Señales que veo en mí misma.
—¿Como cuáles?
—Oír sonidos de las estrellas —susurré—. Ver miles de puntos de luz que juraría que son ojos, observándome. Parezco estar perdiendo el control de todo en mi vida, o quizá es que nunca tuve ningún control desde el principio. Y… Jorgen, es aterrador.
Se inclinó hacia delante y juntó las manos.
—¿Sabes algo del motín a bordo de la Desafiante? —preguntó.
—¿Hubo un motín?
Asintió.
—Se supone que no debería saberlo, pero oyes cosas, cuando tienes los padres que tengo yo. En los últimos años, hubo un desacuerdo sobre lo que debería hacer la flota. Media nave se rebeló contra los altos mandos. Entre los rebeldes estaba el equipo de ingeniería.
—Mis antepasados —susurré.
—Fueron ellos quienes nos trajeron a Detritus —dijo Jorgen—. Hicieron que nos estrelláramos aquí, por nuestro propio bien. Pero… se dice, se rumorea, que el personal de ingeniería estaba aliado con los krells. Nuestro enemigo nos quería quietos, atrapados aquí.
»Mis antepasados eran del personal científico de la Desafiante, y también se unieron a los amotinados. Mis padres no quieren que la gente se entere del motín, porque creen que hablar de él solo provocará divisiones. Pero quizá fue ahí donde empezaron esas idioteces sobre un defecto y el control mental de los krells.
—Yo no creo que sean idioteces, Jorgen —dije—. Creo… creo que debe de ser verdad. Creo que, si subo al cielo con vosotros, podría… podría volverme en vuestra contra en cualquier momento.
Me miró, extendió el brazo y me apoyó la mano en el hombro.
—Eres asombrosa —dijo con suavidad.
Ladeé la cabeza.
—¿Qué?
—Que eres asombrosa —dijo—. En mi vida, todo ha estado planeado siempre. Hasta el último detalle. Y tiene sentido. Lo comprendo. Y luego, estás tú. Te saltas mi autoridad. Haces caso a tus sentimientos. ¡Hablas como una valquiria salida de una tirdosa balada! Debería odiarte. Y aun así… —Me apretó el hombro—. Y aun así, cuando vuelas, eres asombrosa. Eres decidida, hábil, apasionada. Eres un fuego, Peonza. Cuando todos los demás están en calma, tú eres una hoguera ardiente. Hermosa, como una hoja recién forjada.
Sentí una profunda calidez alzándose dentro de mí. Un calor que no estaba preparada para sentir.
—Me da igual el pasado —dijo Jorgen, mirándome a los ojos—. Me da igual que haya un riesgo. Quiero que vueles con nosotros, porque estoy convencido del todo de que estamos más seguros contigo a nuestro lado que si no estuvieras. Exista un defecto mítico o no. Correré ese riesgo.
—Férrea pensaba parecido sobre mi padre.
—Peonza, no puedes basar las decisiones sobre tu futuro en algo que no comprendemos.
Volví a mirarlo y encontré sus ojos, que eran de un castaño profundo. Pero tenía trazas de color gris claro en los mismos centros, alrededor de las pupilas. Era la primera vez que me fijaba.
De repente, me soltó el hombro y echó la espalda hacia atrás.
—Perdona —dijo—. He pasado directo al modo arreglar en vez de seguir escuchando, ¿verdad?
—No, está bien. Hasta me ha ayudado.
Se levantó.
—Entonces ¿seguirás volando?
—Por ahora —dije—. Intentaré no estrellarme contra ti, si no es estrictamente necesario.
Puso una sonrisa muy poco caracapullesca.
—Debería ir tirando. Tienen que tomarme medidas para el uniforme de graduación.
Me levanté y nos miramos incómodos durante un segundo. La última vez que habíamos tenido algo parecido a una conversación sincera, en la plataforma de lanzamiento, me había abrazado. Cosa que aún se me hacía rara. En vez de eso, le tendí la mano y él la cogió. Pero entonces se inclinó para acercarse a mí.
—Tú no eres tu padre, Peonza —dijo—. Recuérdalo.
Y me apretó otra vez el hombro antes de subir al coche.
Salí y dejé que se marchara al volante, pero entonces descubrí que no sabía qué hacer. ¿Volver a la base a hacer un poco de entrenamiento físico? ¿Caminar hasta la cueva de M-Bot, que yacía sin vida? ¿Qué iba a hacer con mi medio día de permiso?
La respuesta se me hizo evidente.
Ya hacía tiempo que debería haber ido a ver a mi familia.