50
Aquí Mando de Vuelo —dijo Férrea por mi radio—. Cadete, ¿de dónde has sacado esa nave?
—¿Acaso importa? —pregunté—. Deme un rumbo. ¿Dónde están esos krells?
—Hay quince naves en ese escuadrón, chica.
Tragué saliva.
—¿Rumbo?
—57-113,2-15.000.
—Bien.
Cambié de dirección y sobrecargué el propulsor. Los ConGravs se activaron durante los primeros segundos, pero luego apreté los dientes cuando me golpeó la aceleración. Mi Poco empezó a repiquetear bajo la tensión, incluso a la relativamente baja velocidad de Mag 5. ¿Con qué se mantenía de una pieza esa nave, con moco y oraciones?
—¿Cuánto falta para que entren en la zona mortal? —pregunté.
—Menos de ocho minutos —dijo Férrea—. Según nuestras proyecciones, llegarás hasta ellos en unos dos minutos.
—Estupendo —dije. Respiré hondo e hice acelerar poco a poco la nave a Mag 6. No me atrevía a correr más por lo mucho que tiraba hacia atrás de la nave aquella ala quemada—. Puede que lleguen algunos refuerzos más. Cuando los vea, dígales lo que está pasando.
—¿Sois más? —pregunté Férrea.
—Eso espero. —Dependería de si Arturo y los demás lograban robar unas cuantas naves—. Tendré que contener a los krells hasta entonces. Yo sola. Con una nave que no lleva escudo.
—¿Estás sin escudo?
—Tengo confirmación visual de los krells —dije, sin hacer caso a la pregunta—. ¡Allá voy!
Los cazas krells se lanzaron a por mí. Sabía que eran solo quince, pero allí, volando sola y desprotegida, me parecieron una flota entera. Viré inmediatamente a un lado, con el fuego de destructor brillando por todo mi alrededor. Empezó a seguirme por lo menos una docena de naves, y mi alarma de proximidad se volvió loca.
Hice una escora cerrada, deseando que hubiera escombros con los que poder maniobrar más deprisa. Tracé una curva, evitando de algún modo que me acertaran, hasta que la vi. Una nave más lenta y más grande. Avanzaba pesadamente, lastrada por una enorme bomba que llevaba por debajo, casi tan grande como la propia nave.
—Mando de Vuelo —dije mientras me lanzaba en picado, rodeada de fuego de destructor—, tengo confirmación visual de una aniquiladora.
—Abátela, cadete —ordenó la almirante de inmediato—. Ya me has oído. Si puedes dispararle, derriba esa nave.
—Afirmativo —respondí, y ejecuté un bucle giratorio. El indicador de mis ConGravs se iluminó para avisarme de que había agotado su breve efecto de amortiguación, y la aceleración me aplastó contra el lado de la cabina y de mi asiento.
Mantuve la conciencia sin saber muy bien cómo mientras se me cruzaba un par de naves krells por delante. Mi reacción instintiva era darles caza.
«No». Estaban ofreciéndome objetivos para apartarme. Esquivé en dirección contraria y las naves que llevaba detrás liberaron una demencial tormenta de destructores.
No duraría mucho en aquel combate. No podría resistir hasta que llegaran Arturo y los demás. Los krells acabarían conmigo mucho antes.
Tenía que llegar al bombardero.
Los krells intentaron llevarme hacia un lado, pero esquivé entre dos de ellos y mi nave se sacudió al cruzar sus estelas. Eso no solía pasar, porque las turbinas atmosféricas lo compensaban. Las mías todavía funcionaban, por suerte, pero era evidente que tampoco demasiado bien.
Con los dientes castañeando por el traqueteo, rodeé más naves, me concentré en mi objetivo y liberé una andanada de disparos de destructor.
Algunos impactaron en el bombardero, pero su escudo los absorbió, y no estaba lo bastante cerca para activar el PMI. Las pequeñas y extrañas naves que acompañaban al bombardero se separaron y volaron en mi dirección, obligándome a virar.
Tracé una larga curva, intentando no hacer caso al hecho de que me estaban persiguiendo casi dos escuadrones de enemigos.
Enfoqué la atención en mi nave. En mis maniobras.
Yo, los controles y la nave. Juntos, reaccionando a…
Derecha.
Esquivé justo antes de que una nave krell me cortara el paso.
Van a abrir fuego continuado. Descendí por debajo de una repentina y concentrada ráfaga.
Izquierda.
Hice un giro en barrido por instinto y pasé dando vueltas sobre mí misma entre dos naves enemigas, haciendo que chocaran.
Era asombroso. Pero de algún modo, no sabía cómo, alcanzaba a oírlos en mi mente. De algún modo, sabía… las órdenes que se estaban enviando a los cazas enemigos.
Podía oírlas.
Judy estaba de pie en silencio junto al holograma y, poco a poco, los ayudantes y los almirantes de menor rango se congregaron junto a ella. Ya habían retirado todos los escuadrones del combate por el astillero y los habían enviado a toda velocidad de regreso hacia Alta.
Llegarían tarde. Incluso el Escuadrón Contracorriente, al que Judy había ordenado regresar antes, estaba demasiado lejos. En ese momento, lo único que importaba era un puntito rojo en medio de aquel remolino azul. Un grandioso puntito rojo que serpenteaba entre los ataques enemigos, evitando la destrucción una y otra vez, por imposible que pareciera.
De algún modo, aquella chica estaba enfrentándose a un número abrumador de enemigos y sobreviviendo.
—¿Alguna vez había visto a alguien volar así? —preguntó Rikolfr.
Judy asintió.
Había visto a alguien. A otro único piloto.
No me veía capaz de explicarlo. Sin saber cómo, sentía las órdenes que llegaban desde arriba, las que decían a las naves krells lo que tenían que hacer. Podía oírlas. Los oía procesando, pensando.
No era una ventaja crucial, pero sí suficiente. Justo la que necesitaba para poder trazar otro bucle con mi traqueteante Poco y disparar de nuevo al bombardero.
«Ya van cinco impactos», pensé mientras me veía obligada a retirarme de nuevo por las cuatro naves guardianas negras. El escudo del bombardero debía de estar a punto de caer. El entrenamiento de Cobb me advirtió de que estuviera preparada para sobrecargar el propulsor en el momento en que derribara al bombardero. Cuando la aniquiladora chocara contra el suelo, la detonación haría que…
—¿Peonza? —Era la voz de Jorgen.
Estuvo a punto de desconcentrarme. Viré para esquivar.
—Peonza, ¿eres tú? —preguntó—. Mi jefe de escuadrón me ha dicho que has aparecido en el canal. ¿Qué está pasando?
—Estoy… —dije entre unos dientes que rechinaban—. Estoy pasándolo de muerte sin ti. Más. Krells. Para. Mí.
—Voy con el Escuadrón Contracorriente —dijo Jorgen—. Vamos a ayudarte.
Me quedé sin réplicas ingeniosas y sin bravuconadas.
—Gracias —susurré, con el casco pegado al cuero cabelludo por el sudor mientras intentaba regresar para hacer otra pasada.
Cayeron disparos rojos hacia mí, dirigidos a mi nave. Pero pude esquivarlos. Sabía lo que iban a…
Una explosión sacudió mi caza y le arrancó la punta del morro. Algo me había disparado sin que pudiera anticiparme a ello.
Mi Poco traqueteó y empezó a salirle humo del morro, mientras mi consola se convertía en un campo de luces rojas. Pero conservaba la capacidad de maniobra y esquivé hacia un lado.
«Ese disparo —pensé—. Una nave negra me ha dado, y no puedo oír en mi mente las órdenes que le llegan».
Di otro rodeo para abalanzarme sobre el bombardero otra vez. Pulsé los gatillos, pero no pasó nada. Tirda. Los destructores estaban en el morro. Los había dañado ese disparo.
Mi esfera de control temblaba, amenazando con salirse. Justo como me había advertido Dorgo.
—Te queda un minuto hasta que ese bombardero llegue a la zona mortal, Cielo Diez —dijo Férrea sin levantar la voz.
No respondí, esforzándome por mantener la delantera a los enemigos que me acosaban.
—Si entra en la zona —dijo Férrea—, tienes autorización plena para derribarlo de todos modos. ¿Recepción confirmada, piloto?
Las aniquiladoras estaban preparadas para estallar si recibían un disparo o si caían al suelo. Por lo tanto, si derribaba el bombardero después de que superara la línea de la zona mortal, la onda expansiva destruiría Alta, pero no Ígnea.
—Confirmada —dije, escorándome.
«Voy sin armas».
Oía el viento casi como si no tuviera cubierta. Seguía teniendo el morro incendiado.
«Menos de un minuto».
Gané altitud y luego me lancé en picado, seguida aún por una horda de naves krells.
«El escudo de ese bombardero tiene que estar a punto de caer».
Encaré mi caza hacia el bombardero que volaba por debajo y sobrecargué el propulsor.
—¿Cadete? —dijo Férrea—. Piloto, ¿qué estás haciendo?
—Me he quedado sin armamento —siseé entre dientes apretados—. Tengo que embestirlo.
—Entendido —susurró Férrea—. Que los Santos estén contigo, piloto.
—¿Cómo? —dijo Jorgen por radio—. ¿Qué? ¿Embestirlo? ¡Peonza!
Me abalancé en picado hacia el bombardero enemigo.
—Peonza —dijo Jorgen, su voz apenas audible sobre los bocinazos de alarma y el rugido del aire alrededor de mi cabina—. Peonza, morirás.
—Sí —susurré—, pero habré ganado de todas formas.
Seguí a toda velocidad hacia la nave, rodeada de una columna de fuego enemigo. Y entonces, por fin, saturada por el esfuerzo, mi pobre y averiada nave decidió que había tenido suficiente.
El anillo de pendiente se desactivó.
Mi caza se precipitó hacia el suelo sin que me lo esperara, haciendo que me quedara corta y no me estrellara contra el bombardero. Azotada por el viento y sin el anillo de pendiente para mantenerla elevada, mi nave empezó a girar descontrolada.
Todo se convirtió en un borrón de humo y fuego.