52
Judy Ivans, Férrea, observó a la fuerza krell aproximarse cada vez más a Alta.
Las conversaciones por radio llenaban la sala de mando, pero no era la charla habitual de batalla. Estaban llamando varias familias poderosas para anunciar que iban a escapar en sus propias naves. Cobardes, todos ellos. En el fondo, Judy había sabido lo que iba a pasar, pero aun así le partió el corazón.
Rikolfr se acercó a ella, cargado con informes. Era la única otra persona que aún miraba el holoproyector. Todos los demás estaban sumidos en la confusión, operadores y almirantes subordinados enviando alarmas frenéticas a la población de Ígnea, ordenando una evacuación de emergencia.
Para lo que iba a servir.
—¿Cuánto tiempo hasta que el bombardero llegue a Alta? —preguntó Judy.
—Menos de cinco minutos —dijo Rikolfr—. ¿Evacuamos el centro de mando a una caverna inferior? Quizá sean lo bastante seguras.
Judy negó con la cabeza.
Rikolfr tragó saliva, pero siguió hablando.
—La última línea de baterías antiaéreas de emergencia ha avisado por radio. Los cazas krells han llegado hasta ellas y están atacando. Han caído tres y las demás están soportando fuego intenso.
Se suponía que siempre debía haber cazas para ayudar a las armas antiaéreas. Judy señaló con la barbilla los tres pequeños triángulos rojos del holograma, que volaban para enfrentarse al enemigo. Eran cazas robados, según había sabido. Patriotas, verdaderos Desafiantes.
—Conéctame con esos cazas —dijo, y activó el micrófono de sus auriculares antes de hablar—. ¿Escuadrón Cielo?
—Aquí estamos, señora —respondió Anfi. Era el hijo de Valda. ¿Cómo se llamaba, Arturo?—. Piloto, tenéis que derribar esa bomba. En menos de cinco minutos, estará en posición para destruir Ígnea. ¿Entendido? Autorizo la destrucción de esa bomba cueste lo que cueste.
—Pero ¿y Alta, señora? —preguntó el chico.
—Ya está muerta —dijo ella—. Yo estoy muerta. Haced caer esa bomba. Sois tres cazas contra dieciséis. —Miró los informes—. Dentro de dos minutos, el Escuadrón Contracorriente se unirá a vosotros. Tienen seis cazas más, tres de los cuales son naves exploradoras. El resto de nuestras fuerzas está demasiado lejos para poder hacer algo.
—Entendido, Mando de Vuelo —dijo el chico, con una voz que sonaba nerviosa—. Que las estrellas los guíen.
—Y a ti, jefe de escuadrón.
Judy dio un paso atrás para mirar la batalla.
—¡Almirante! —gritó un técnico de radio—. ¡Señora! ¡Se acerca un caza sin identificar! ¡Estoy añadiéndolo al holograma!
Apareció un triángulo verde, alejado de la inminente confrontación de naves pero acercándose a una velocidad estremecedora.
Rikolfr dio un respingo. Judy frunció el ceño.
—Señora —dijo el técnico—, esa nave está volando a Mag 20. Cualquier caza nuestro se habría hecho pedazos a esa velocidad.
—¿Qué han encontrado ahora los krells para arrojarnos encima? —murmuró Judy para sí misma.
—Mando de Vuelo —dijo por la línea la voz de una chica conocida—, aquí Cielo Once presentándose a la batalla. Identificador: Peonza.
M-Bot iba tan rápido que el calor de la fricción con el aire incendió su escudo con un fulgor llameante. Surcamos el cielo como una rauda bola de fuego, pero en la cabina apenas notaba un leve temblor.
Después del Poco averiado, era un contraste muy marcado.
—Me temo que aún no estoy a pleno rendimiento —dijo M-Bot—. Propulsor e impulsores, operativos. Anillo de pendiente y controles de altitud, operativos. Comunicaciones y sistemas de sigilo, operativos. Lanza de luz, operativa. Hipermotor citónico, no operativo. Autorreparación, no operativa. Destructores, no operativos.
—No tenemos armas —resumí—. Las estrellas no quieran que pilote una nave que funcione bien del todo aunque sea una vez.
—Eso me ofendería —dijo M-Bot—, si pudiera ofenderme. Además, no te pongas tan arisca. Por lo menos, mi subrutina de agresividad verbal está operativa.
—¿Tu qué?
—Subrutina de agresividad verbal. ¡He pensado que, ya que iba a la batalla, debería gozar de la experiencia! Así que he escrito un programa nuevo para expresarme adecuadamente.
«Ah, maravilloso».
—¡Temblad y temed, enemigos míos! —gritó—. ¡Pues sacudiremos el aire con trueno y sangre! ¡Vuestra perdición es inminente!
—Esto… —dijo la voz de Kimmalyn por radio—. Benditas sean tus estrellas, seas quien seas.
Estupendo. ¿M-Bot había dicho eso por el canal general? Supuse que, dado que su orden de «quedarse en la sombra» estaba sin efecto, ya no le importaba quién lo oyera.
—Es mi nave quien ha hablado, Rara —dije.
—¡Peonza! —exclamó ella—. ¿Has encontrado otro caza?
—Me ha encontrado él a mí —respondí—. Estoy descendiendo a tus siete, y debería llegar a la batalla dentro de pocos segundos.
Según las proyecciones de M-Bot, sería justo al mismo tiempo que llegarían los demás.
—Un momento —dijo Nedd—. ¿Soy muy idiota o Peonza acaba de decir que su nave ha hablado?
—¡Hola, Nedd! —saludó M-Bot—. Puedo confirmar que eres muy idiota, pero todos los humanos lo sois. Tus capacidades mentales parecen estar dentro de una desviación típica de la media de la especie.
—Es complicado —dije—. Bueno, en realidad no. Mi nave puede hablar y no deberíais hacerle caso.
—¡Encogeos y temblad ante mi majestuoso poder destructivo! —añadió M-Bot.
—Parece que encajáis muy bien entre vosotros —comentó Arturo—. Me alegro de que hayas venido, Peonza. ¿No tendrás… un plan, por casualidad?
—Sí —dije—. Antes que nada, veamos cómo reaccionan a mi presencia. Esperad.
Hice rodar a M-Bot sobre su eje y sobrecargué el propulsor hacia atrás, ralentizando nuestra increíble aproximación. Incluso con sus ConGravs avanzados, noté que la aceleración me empujaba contra el asiento. Cuando hubimos reducido a Mag 2,5, volví a rotar en el aire y estudié la situación. Dieciséis cazas krells.
Era el momento. Tenía otra oportunidad.
Debía detener esa bomba.
Pasé veloz por el centro de las naves krells, casi rozando el bombardero y su escolta, compuesta por las tres naves negras restantes. Giré hacia arriba y dejé que vieran bien a M-Bot, con sus diabólicas alas y su peligrosa silueta. Tenía cuatro cápsulas de destructor, que confié en que no se dieran cuenta de que estaban vacías, y un diseño evidentemente avanzado y poderoso.
Los krells siempre intentaban atacar a la que consideraban que era la nave más peligrosa o la que estaba pilotada por un oficial. Contaba con que vieran a M-Bot y…
… y salieron de inmediato en su persecución. Una bandada de trece naves, todas menos las tres negras, abandonaron su formación y se lanzaron a por mí, abriendo fuego con una caótica andanada de destructores.
Excelente. Aterrador, pero excelente.
—Tenemos que seguir justo por delante de ellos, M-Bot —dije—. Hay que tenerlos engañados, que crean que pueden tomarnos la delantera en cualquier momento.
—Entendido —respondió él—. Arr.
—¿Arr?
—Supuesta forma de hablar de los piratas, aunque en realidad sea un acento estilizado occidental que popularizó el papel interpretado por un individuo concreto. Se supone que resulta intimidatorio.
—Vale.
Negué con la cabeza y emprendí un complejo bucle Ahlstrom.
—Las lagunas de mi memoria me dejaron disponibles algunas exquisiteces eclécticas —dijo él—. Arr.
Viré a la derecha, mirando los sensores de proximidad, y reparé en que habían llegado Arturo, Rara y Nedd.
—¿Estos somos todos, Anfi? —pregunté.
—El Escuadrón Contracorriente está de camino, como a un minuto y medio de distancia —dijo Arturo—. Jorgen está asignado con ellos, y también un par de pilotos más mayores a los que no conozco. Creo que han recogido a unos exploradores mientras venían, así que puede que también traigan a FM.
—Muy bien —dije. Gruñí e hice virar mi nave en otra secuencia de esquivas—. Hasta que lleguen, mira a ver si Nedd y tú podéis acosar a ese bombardero. Pero tened cuidado: esas naves negras que lo protegen son más capaces que un krell normal. Intentad alejar al bombardero para que…
—Negativo —me interrumpió Férrea por radio. Genial. Pues claro que estaba escuchando—. Pilotos, abatid ese bombardero.
—Por mucho que pudiera gustarme que se sacrificara, Férrea —dije—, determinemos antes si es necesario. Anfi, Nedder, haced lo que podáis.
—Hecho, Peonza —dijo Nedd.
—¿Y yo? —preguntó Kimmalyn.
—Apártate —dije—. Apunta a ese bombardero. Espera a que haya caído su escudo y sus guardias estén distraídos.
Se iluminó una línea privada en mi comunicador.
—Spensa —dijo Kimmalyn—, ¿estás segura de que quieres dejarme esto a mí? O sea…
—Yo no llevo armas, Rara —respondí—. Es o tú o nadie. Puedes hacerlo. Prepárate.
Hice un picado, rodeada de disparos de destructor. Pasamos casi rozando el suelo, y mi séquito me siguió como un enjambre furibundo de insectos. Tirda. Ya se veía Alta por delante. Estábamos muy cerca.
Por encima de mí, Nedd y Arturo entablaron combate con los guardianes negros del bombardero. No tuve tiempo de prestarles atención, ya que me vi forzada a esquivar en otra dirección para evitar a un grupo de krells que habían vuelto en bucle para intentar cortarme el paso.
Un par de disparos de destructor impactaron contra el escudo de M-Bot.
—¡Eh! —gritó M-Bot—. ¡Solo por eso, buscaré a vuestros primogénitos y me carcajearé con deleite mientras les narro vuestras muertes con todo lujo de detalles y multitud de adjetivos desagradables!
Gemí. Había vuelto a hablar por el canal del grupo.
—Por favor —pedí a los demás—, decidme que yo no sueno así.
Nadie me respondió.
—¡Que una plaga de singulares enfermedades humanas, muchas de las cuales provoquen incómodas hinchazones, caiga sobre vosotros!
—Ay, tirda. Sí que sueno así, ¿verdad?
Apreté los dientes y aceleré para adelantar al enemigo. Eran muchísimos. Lo único que necesitaban era tener suerte con unos cuantos disparos.
Pero lo único que necesitaba yo era tenerlos entretenidos un poco más de tiempo. Viré a la derecha, enganché a uno con mi lanza de luz y aproveché su impulso para hacer un giro cerrado. Pasé como una exhalación alrededor de sus compañeros mientras liberaba al que había enganchado, que salió despedido hacia abajo, con mal ángulo.
Ahora arriba. Ascendí y rodeé la ladera de una colina, alejándome antes de que los krells pudieran arrinconarme.
—¿Spensa? —dijo M-Bot.
Abajo. Descendí justo antes de que unas naves krells intentaran interponerse en otra dirección.
—¿Cómo estás haciendo eso? —preguntó.
Derecha. Viré entre unas naves que venían hacia mí. Los disparos de sus destructores pasaron pegados a mis alas, pero ni uno solo acertó.
—Estás reaccionando a cosas que todavía no han hecho —dijo M-Bot.
Podía sentir sus órdenes al fondo de mi mente. Tenues pero nítidas, las órdenes llegaban desde arriba para aquellos krells. Estaban comunicándose a través de otro espacio, otro lugar… y yo podía acceder a él. Escuchar sus órdenes.
De algún modo, estaba interiorizando sus órdenes y reaccionando a ellas antes de saber lo que hacía.
Intenté impedir que eso me pusiera los pelos de punta.
M-Bot tenía una agilidad increíble. Era capaz de hacer propulsiones rápidas y virajes deliberados en todas las direcciones. Mientras volaba, me dio la impresión de que podía sentirlo a él también, percibir las mismísimas líneas de electricidad que enviaban mis órdenes a través de su fuselaje. Volé con la destreza inmediata, inconsciente, de una persona al flexionar los músculos. Con la precisión de un cauteloso cirujano pero también con la energía frenética del atleta más fuerte del mundo. Era increíble.
Estaba tan absorta que casi no oí a Arturo llamar por radio.
—Peonza, esto no funciona. Esas naves negras se niegan a alejarse del bombardero. Se enfrentan a nosotros si nos acercamos, pero se repliegan cuando nos apartamos. Y el bombardero sigue volando con rumbo fijo.
—¿Tiempo estimado hasta que el enemigo esté en posición de destruir Ígnea? —pregunté.
—Menos de dos minutos —dijo M-Bot—, a su velocidad actual de…
—Aquí el líder de Contracorriente, identificador: Terrier —intervino una voz masculina—. Por la luz de la Estrella Polar, ¿qué está pasando aquí?
—No hay tiempo para explicaciones —dije—. Jefe de escuadrón, trae todo lo que tengas y ataca a esas naves negras que protegen el bombardero.
—¿Y quién eres tú?
Viré, seguida por mi acompañamiento de furiosas naves krells, y pasé muy cerca por encima de los seis recién llegados a la batalla. Apenas alcancé a verlos por lo denso que era el fuego de destructor en torno a mí. Recibí un tercer impacto, y un cuarto.
—Escudo al cuarenta por ciento de energía —señaló M-Bot.
Me mantuve por delante de casi todos los enemigos, encontrando los huecos entre disparos gracias a que podía interpretar por instinto los movimientos de los krells.
Aparecieron estrellas en mi campo de visión. Puntitos de luz.
Los ojos.
La voz de Jorgen sonó por el canal de radio.
—Señor, con el debido respeto, es una persona a la que debería obedecer. Ahora mismo.
Terrier gruñó y dijo:
—Escuadrón Contracorriente, todas las naves, atacad a esos cazas negros.
—Todas no —dije, rodando sobre mí misma hacia la derecha—. Jorgen, FM, ¿estáis ahí?
—Aquí estamos, Peonza —dijo FM.
—Tomad posiciones los dos cerca de ese bombardero. Voy a llevar este enjambre de krells hacia él y, con un poco de suerte, serán la suficiente distracción para que podáis entrar. Cuando eso ocurra, necesito que anuléis el escudo del bombardero. No nos queda mucho tiempo.
—Entendido —dijo Jorgen—. ¿Conmigo, FM?
—Hecho.
Tracé un amplio bucle que me hizo pasar cerca de Kimmalyn, que se había preocupado de alejarse del campo de batalla principal. Mi séquito la pasó por alto, suponiendo que la peligrosa era yo.
—Rara —dije por un canal privado—, necesito que dispares a ese bombardero.
—Si la nave se estrella, la bomba detonará —me advirtió Kimmalyn—. Morirás. Moriréis todos. Y aunque escapéis, todos los que están en Alta morirán.
—¿Crees que puedes cargarte los motores de la nave? ¿O hacer algo para que el bombardero suelte la aniquiladora?
—Un disparo como ese sería…
—Kimmalyn, ¿qué diría la Santa?
—¡Y yo qué sé!
—Pues entonces, ¿qué dirías tú? ¿Te acuerdas del día en que nos conocimos?
Me escoré y viré de vuelta hacia el bombardero. Terrier y sus naves, acompañadas por Arturo y Nedd, se habían abalanzado contra los cazas negros. Me precipité sobre todos ellos, seguida por el resto de cazas enemigos, para crear un embrollo caótico y frenético.
—Menos de treinta segundos —dijo M-Bot con suavidad.
—Me aconsejaste que respirara hondo —dije a Kimmalyn—, que alcanzara las alturas…
—Y que aferraras una estrella —susurró ella.
Mi llegada, y la de las naves que me perseguían, provocó la confusión que había esperado. Salieron cazas disparados en todas las direcciones, y las naves negras se dispersaron para evitar colisionar con sus propios compañeros.
Oí en mi mente una orden krell concreta enviada al bombardero. Los ojos me acompañaron, de algún modo volviéndose más brillantes, más llenos de odio, mientras oía el habla krell en mi cerebro.
Iniciar cuenta atrás para detonación en cien segundos.
—¡M-Bot! —exclamé—. ¡Alguien de arriba acaba de hacer que la bomba explote con una cuenta atrás de cien segundos!
—¿Cómo lo sabes?
—¡Porque los oigo!
—¿Los oyes cómo? ¡No están usando ninguna frecuencia de radio que yo pueda detectar! —Calló un momento—. ¿Puedes oír sus comunicaciones superlumínicas?
Vi un fogonazo a mi derecha.
—¡El PMI ha funcionado! —gritó FM, emocionada—. ¡El bombardero está sin escudo!
—¡Rara, fuego! —chillé.
Una línea de luz roja perforó el campo de batalla. Pasó entre naves krells y justo por encima del ala de Jorgen mientras sobrecargaba el propulsor para alejarse del bombardero.
Y vaya si no acertó en el punto exacto entre el bombardero y la bomba, amputando las abrazaderas. El bombardero siguió volando hacia delante.
Pero la bomba, libre de ataduras, cayó.
—¡Aniquiladora derribada! —gritó Terrier—. ¡Todas las naves, huid sobrecargando! ¡Ya!
Todos se dispersaron, incluidos los krells. Todos menos yo.
Yo me lancé en picado.