23
Muy bien —dijo la voz de Cobb en mi auricular mientras flotábamos en grupo fuera de un campo de batalla holográfico—. Estoy casi convencido de que no os estamparéis de morros contra el primer cascote que caiga cerca de vosotros. Creo que quizá podríais estar preparados para aprender algunas técnicas avanzadas de armamento.
Incluso dos semanas después de perder a Bim, aún esperaba que preguntara entusiasmado por los destructores. Como no lo hizo, lo dije yo en homenaje a él.
—¿Destructores?
—No —respondió Cobb—. Hoy vamos a entrenar con el PMI.
«Ah, claro». Llevábamos tanto tiempo practicando con la lanza de luz que casi había olvidado que llevábamos una tercera arma, que podía eliminar los escudos enemigos.
Mientras esperaba a que Cobb nos enviara los emparejamientos de compañeros de ala, pasé la radio a un canal privado y llamé a Arcada.
—Casi ha parecido que nos dejaría usar los cañones, ¿eh, Arcada?
Ella solo gruñó.
—Me ha recordado a Bim —dije—. Ojalá por lo menos le hubiéramos ayudado a elegir identificador, ¿verdad?
—Hoy me toca con Rara —respondió Arcada mientras Cobb nos iba resaltando por parejas en las pantallas del sensor—. Cambio y corto. —Y cerró el canal.
Sentí que se me helaba la cara y apreté los dientes, maldiciendo en silencio a Caracapullo por revelar mi ascendencia. Aunque estuviera acostumbrada a esas cosas, me había caído bien Arcada. La chica animada y divertida casi me había parecido una amiga.
Llevé mi nave junto a la de Nedd, mi compañero de ala para ese día. Por delante de nosotros, en el cielo apareció un grupo de naves que empezó a volar en perezosos circuitos. Caían escombros, sobre todo trozos grandes y en llamas que bajaban a buena velocidad, dejando estelas de humo.
—Muy bien —dijo Cobb—. Uso básico del escudo. Peonza, danos un repaso.
Hacía aquello de vez en cuando, para poner a prueba nuestros conocimientos.
—Los escudos a bordo de las naves pueden absorber unos 80 kus de energía antes de saturarse y caer —dije—. Vienen a ser dos o tres disparos de destructor, el golpe de un escombro pequeño o un impacto de refilón. Si el escudo cae, hay que reactivarlo, proceso que utiliza energía del propulsor. Eso significa que pierdes impulso y maniobrabilidad durante más de medio minuto.
—Bien. Anfisbena, ¿qué se ha dejado?
Me impresionó hasta cierto punto que hubiera sabido pronunciar el nombre del dragón de dos cabezas que Arturo tenía por identificador.
—No mucho —dijo Arturo—. Hay que avisar siempre al compañero de ala si tu escudo cae, para que pueda cubrirte con fuego de sus destructores mientras lo reactivas. Tampoco es que sepamos gran cosa sobre el uso de los destructores…
—Se pulsa el gatillo y ya está, listillo —replicó Cobb—. Para disparar con destructor no hace falta cerebro. Pero el PMI es un asunto muy distinto. Pulso Magallanes Invertido. Anula cualquier escudo, incluyendo el propio, ojo, en un radio de cincuenta metros.
—Cincuenta metros —dijo FM en voz baja—. Eso es un alcance muy corto.
—Un alcance ridículo —confirmó Cobb—. Prácticamente tendréis que estar oliendo sobaco de krell antes de poder darles con el PMI.
—Señor —dijo Jorgen—. Me preocupa que el pelotón vaya a ser capaz de acercarse tanto.
—Qué lástima, ojalá hubiéramos dedicado un mes a practicar las maniobras y los enganches a corto alcance con lanza de luz mientras los otros cadetes jugaban a dispararse —restalló Cobb—. Mirad, los escudos krells son fuertes. Si combatís a mi manera, anularéis por completo esa ventaja. Y si no queréis combatir a mi manera, podéis largaros a lamer rocas calientes y haceros granjeros de algas.
Y dicho eso, nos lanzó a la simulación. Y no protesté. Después de tantas semanas practicando lo que se reducía a un puñado de virajes complicados, tenía ganas de llegar a algo que se pareciera lo más mínimo al combate real.
A cada cual se nos asignó una nave krell falsa que volaba siguiendo una pauta sencilla. Nuestra misión era acercarnos como pareja de compañeros de ala volando a exactamente cincuenta y cinco metros de distancia entre nosotros. Nos interponíamos en el camino de la nave krell y uno de los dos activaba el PMI. Entonces parábamos y realizábamos un proceso rápido de reactivación.
No llegábamos a derribar la nave krell. Solo teníamos que destruir sus escudos con el PMI, una y otra vez. E incluso con los trazados sencillos que hacían las naves krells, era difícil con ganas. Tenías que acercarte tanto que daba la sensación de que ibas a estrellarte contra ella. Resultó que los cincuenta metros de distancia estaban justo por debajo del umbral para hacer una pasada cómoda. Las primeras veinte veces o así, me aparté demasiado deprisa y el PMI anuló mi escudo, pero no el del enemigo.
Aproximarse. Activar el PMI. Salir esquivando. Reactivar.
Repetir.
—¿Sabes? —dijo Nedd mientras volábamos—. Me gustaría derribar a unos cuantos idiotas de estos.
—No extrapoles, Nedder —dijo Cobb en nuestros auriculares—. El ejercicio de hoy consiste en hacer caer sus escudos. Nada más.
—Pero…
—Ya llegaremos a la parte de destruirlos. Durante los próximos días, vamos a concentrarnos en las estrategias básicas con el PMI.
Nedd suspiró en el canal del grupo.
—¿Unos días haciendo solo esto? ¿Nadie más encuentra aburrida la idea?
Algunos de los otros se mostraron de acuerdo, pero yo no. Todo momento que pasara volando, aunque fuese en una simulación, era un deleite. La explosión de velocidad, la precisión… aquello era la libertad.
Recordaba mejor a mi padre cuando volaba. La chispa de anticipación en sus ojos, la inclinación de su cabeza cuando miraba el cielo… y anhelaba volver a él. Cada vez que volaba, compartía algo nuevo con mi padre, algo personal.
Nedd y yo hicimos unas cuantas pasadas más con el PMI y, en una que me tocaba a mí, me extrañó que la nave krell se saliera de su circuito y me obligara a perseguirla. No era el ejercicio normal, pero me planteó un desafío. Y cuando por fin anulé su escudo, me descubrí casi jadeando, pero sonriendo por la emoción.
—Venga, dime que esta última no ha sido divertida —dije a Nedd por nuestra línea privada.
Miré hacia su nave, que volaba a mi lado, al holograma que reproducía a mi compañero de ala, con casco y todo. Tenía un aspecto un poco bruto, grandullón, con una cara que parecía demasiado grande para su cabeza. Ni me imaginaba lo que debía de ser embutirse en una de aquellas cabinas con su metro noventa y tres de altura.
—Lo divertido es quedarte sentado en casa —dijo él—, con los pies levantados, disfrutando de una taza de algo caliente. Todo esto me supera mucho.
—Va, venga ya —repliqué—. No me creo ni una palabra, Nedd.
—¿Qué pasa? —dijo él—. Yo solo soy un tío normal.
—¿Que creció en las cavernas profundas?
—En realidad, crecí aquí, en Alta.
—¿Cómo, en serio? —dije sorprendida.
—Sí. Iba al colegio con Jorgen y Arturo allá abajo, pero mis padres cuidan del huerto.
—Por lo tanto, no eres solo un tío normal —insistí—. Te educaron con la élite, y tus padres se ofrecieron voluntarios para hacer el trabajo más duro de todo Detritus. Y además de eso, ¿cuántos hermanos pilotos tienes?
—Yo qué sé —dijo—. No sé contar hasta tan alto.
—Nunca había visto a alguien a quien se le diera tan mal hacerse el tonto.
—¿Ves? Ni eso me sale bien —respondió—. Más a mi favor, ¿verdad?
Puse los ojos en blanco mientras nos preparábamos para dar otra pasada. Nedd parecía decidido a hacerse pasar por una especie de compinche grandote y tontorrón. Pero lo exageraba, posiblemente a propósito. Ni las piedras eran tan estúpidas como Nedd se fingía a veces.
En el campo de batalla, Arcada y Kimmalyn pasaron a toda velocidad junto a una nave krell. Arcada activó el PMI bien, pero Kimmalyn no solo volaba demasiado cerca, con lo que también la afectó a ella, sino que además montó en pánico al ver caer su escudo y viró a un lado. Con lo que se estrelló contra la nave krell.
Me encogí. Hacía ya bastante tiempo que ninguno de nosotros cometía un error tan clamoroso. Nedd dio un silbido y habló por el comunicador.
—Bonita explosión, Rara. Siete de diez. Intenta girar tus restos un poco más la próxima vez que caigas.
—Benditas. Sean. Tus. Estrellas —masculló Kimmalyn, casi un insulto viniendo de ella.
—Je —dijo Nedd.
—No tendrías que provocarla —le dije por nuestra línea privada—. Se esfuerza mucho.
—Todo el mundo necesita a alguien con quien descargarse, hasta ella. Sobre todo ella. A veces se pone tan tensa que me parece que debe de haberse apretado el cinturón dos agujeros de más.
—Es solo que viene de otra caverna —dije—. Su cultura la hace más educada.
—Está nerviosa —afirmó él—. Sabe que es nuestra peor piloto. Pisar ese tema de puntillas solo la pondrá más nerviosa, créeme.
Vaya.
—¿Y qué opinas de Arcada?
—Es buena —respondió Nedd—, pero no tanto como se cree. —Se quedó callado un momento—. Antes se tomaba todo esto como un juego. Era atleta, ¿sabes?
—¿Cómo, atleta de verdad?
—Sí. Estaba en un equipo de cavabola. Jugaba de portadora y era de las mejores en la liga de estudiantes. Parece que para ella todo es una competición, pero entonces perdimos a Bim y a Marea, y ahora casi no abre la boca. No sabe cómo reaccionar desde que no puede ver el vuelo como un juego.
—Creía que decías que eras tonto.
—Más tonto que las piedras.
—¿Y esas perspicaces observaciones de nuestros compañeros?
—Solo estoy dándote charla. Digo lo primero que me viene a la cabeza, ¿sabes? Suerte tienes de que haya tenido el menor sentido. Por lo general, me salen solo gruñidos.
—Va, hombre.
Hicimos unos ejercicios más, durante los que Nedd se dedicó a enviarme gruñidos por el auricular. En serio, no sabía si era un inmaduro o un maestro bromista… O mejor dicho: en realidad, estaba segura de que era las dos cosas. Pero ¿quizá también algo más?
Al final, Cobb nos ordenó que nos alineáramos y nos envió a hacer pasadas en solitario, para poder observarnos y darnos consejos específicos sobre cómo mejorar. Y aunque me lo estaba pasando bien, agradecí el descanso. Era un ejercicio agotador.
Miré todas las pasadas en solitario, y lo cierto era que empezábamos a parecer pilotos de verdad. La forma en que rodó Arcada persiguiendo a su esquivo krell fue impresionante. Y aunque a veces FM iba con demasiado cuidado, su forma de volar tenía una precisión inspiradora.
Kimmalyn fue la siguiente en entrar, y esa vez logró alcanzar al krell con su PMI. Sonreí y la llamé cuando regresó.
—Hola —dije por una línea privada—. Bien hecho.
—No me he estrellado —respondió ella—. Eso es nuevo.
—Casi nunca te estrellas.
—Casi nunca soy la mejor en ningún entrenamiento tampoco.
—Todos tenemos nuestros talentos. El tuyo es disparar a distancia. El mío es soltar palabrotas a la gente.
—¿Soltar palabrotas? Pero si casi nunca…
—Cierra el pico, caratirda.
Se le escapó una risita que me hizo sonreír. Quizá Nedd tuviera razón. Quizá a Kimmalyn le hiciera falta poder desahogarse de vez en cuando.
—Querida —dijo Kimmalyn—, no seré yo quien te critique. Pero eso no ha sido una palabrota nada imaginativa. La habré oído… no sé, ¡todos los días desde que salí de la Caverna Pródiga! En el lugar del que vengo, tienes que ser comedida.
—¿Y qué sentido tiene entonces?
—Bueno, tienes que evitar que la gente se dé cuenta de que la estás denigrando. ¡Si no, qué vergüenza!
—Entonces ¿insultáis a la gente… sin ofenderla?
—Somos así. Pero no te preocupes si no le encuentras el sentido. Personalmente, me parece muy motivador que estés cómoda siendo como eres. ¡Seguro que te ha dado muchas oportunidades de aprender las lecciones de la vida!
—Eso ha sido… caray. —Sonreí—. Me gusta.
—Gracias.
Hubo un chasquido en nuestra línea y llegó la molesta voz de Caracapullo.
—Rara, Peonza, ¿estáis viendo la maniobra de Arcada? Tendríais que prestar atención.
—Estoy mirando —espeté.
—Bien. Porque desde donde estoy, parecía que estabais ahí sentadas parloteando y riendo.
—Jorgen —dijo Kimmalyn—, quiero que sepas la consideración que nos mereces como jefe de escuadrón. Como la Santa es justa y bondadosa, estoy segura de que se te recompensará con todo lo que mereces en esta vida.
—Gracias, Rara. No os despistéis. Cambio y corto.
Me quedé mirando hasta que se apagó la luz que indicaba que Caracapullo estaba en la línea y entonces estallé en carcajadas.
—¡Ha sido lo más glorioso que he oído en la vida!
—Bueno —dijo Kimmalyn—, es bien sabido que a veces te pones un poco dramática, pero supongo que puedo aceptarte el cumplido. —Salió volando para hacer otra pasada, ya que Cobb quería instruirla en su forma de usar el propulsor.
—Es casi como si este no fuera su sitio —susurré para mí misma—. Como si fuese a la vez demasiado buena para nosotros y no lo bastante buena…
—Eso es contradictorio —dijo la voz de M-Bot en mi auricular—. Muy propio de los humanos.
—Sí —respondí, y entonces envaré la espalda. Un momento—. ¿M-Bot?
—¿Sí?
—¡M-Bot!
—No es que me moleste que me chillen, dado que mis emociones son sintéticas, pero ¿te importaría…?
—¿Cómo? —dije. Me encorvé en el asiento y bisbiseé muy bajito—: ¿Los demás pueden oírte?
—Me he infiltrado en vuestras líneas y envío mi señal directa a tu casco —respondió él—. Tu emisor de comunicaciones inalámbricas me proporciona un punto focal para aislarte.
—¿Mi qué?
—En tu mochila. Creo que la tienes al lado del asiento.
La radio personal que me había dado Cobb.
—Como te decía, los métodos de comunicación de tu gente son más bien primitivos —prosiguió—. Cosa que me resulta curiosa, ya que el resto de vuestra tecnología parece relativamente similar a la mía, aparte de vuestra carencia de brillantes inteligencias artificiales. Bueno, eso y que no tenéis hipermotores citónicos. Ni técnicas adecuadas de documentación fúngica. Así que supongo que, en realidad, estáis atrasados en todos los campos importantes.
—¡Creía que tenías miedo de que te descubrieran! —susurré—. ¿Por qué estás hablando conmigo aquí?
—Soy una nave de infiltración, Spensa —dijo él—. Soy más que capaz de introducirme en las líneas de comunicación sin revelar mi presencia. Pero te advierto que no me fío de esa FDD tuya.
—Y bien que haces —repuse, sincera—. Pero ¿en mí confías? ¿Aunque te mintiera?
—Me recuerdas a alguien que he olvidado.
—Eso… es un poco contradictorio, M-Bot.
—Para nada. Ya te he dicho que soy racional al cien por cien.
Puse los ojos en blanco.
—Se llama lógica. —Esperó un momento y añadió, en voz más baja—: Se me da súper bien.
Por delante, Kimmalyn terminó su pasada con la nave krell escapando. No había llegado a activar el PMI.
«Pero podría haber derribado a ese bicho en el aire —pensé, irritada al ponerme en su lugar—. Suponiendo que tuviera el escudo desactivado».
Cobb nos decía una y otra vez que necesitábamos practicar los fundamentos, y yo más o menos le encontraba el sentido. Pero seguía sin parecerme justo. Era como si… no estuviéramos aprovechando todo el potencial de Kimmalyn.
—Peonza —dijo Cobb—, te toca.
—¿Te toca qué? —me preguntó M-Bot—. ¿Qué estamos haciendo? No tengo imagen, solo audio.
—Estamos volando —susurré.
Empujé el acelerador y me interné rauda entre los escombros holográficos, que se renovaban sin cesar con nuevos cascotes que caían del cielo.
Apareció mi objetivo, una nave krell que serpenteaba entre pedazos de chatarra. Me eché hacia delante y empecé a perseguirla, sobrecargando el propulsor entre los cascotes. Ya casi estaba lo bastante cerca…
Se encendió una luz intermitente en mi tablero. ¿Tenía enemigos en la cola? ¿Cómo podía ser? En teoría, estábamos haciendo un ejercicio en solitario, de uno contra uno. Por lo visto, Cobb pretendía ponérmelo más difícil.
Pues que así fuese.
Rodé en una esquiva giratoria mientras mi perseguidor empezaba a disparar sus destructores. La maniobra me salvó, pero permitió que mi objetivo ganara distancia. «De eso ni hablar», pensé, accionando la sobrecarga y lanzándome tras él. Doblé un recodo a gran velocidad y recuperé terreno. Mi perseguidor seguía pegado a mí, sin dejar de disparar.
Recibí un impacto que estuvo a punto de saturarme los escudos. Pero me concentré en la nave de delante, que esquivó hacia abajo. Así que desactivé el anillo de pendiente y sobrecargué el propulsor para hacer un picado que me atenazó el estómago. En el tablero de control aparecieron luces para avisarme de que, sin anillo de pendiente, no había nada que me impidiera estamparme contra el suelo.
—No sé contra quién combates —dijo M-Bot—, pero esos pitidos de aviso indican que no lo estás haciendo muy bien.
Como acompañando sus palabras, la línea del techo de mi cubierta me advirtió de que acababa de sobrecargar los ConGravs, y el indicador de aceleración se puso en rojo. En una nave de verdad, estaría absorbiendo toda esa fuerza, que en un picado enviaría la sangre hacia mi cabeza y me haría empezar a perder la conciencia.
—Intenta no morir —sugirió M-Bot—. No quiero quedarme solo con Rodge. Es un aburrido.
Atravesé la estela de otro pedazo de metal que caía ardiendo. Rebotaron chispas en mi escudo, haciendo que se iluminara y crepitara de energía. Había dejado muy atrás a mi perseguidor, pero no me había aproximado lo suficiente a la nave que tenía delante.
«No puedo seguir descendiendo —pensé—. Estamos ya muy cerca del suelo».
Apreté los dientes y lanceé el trozo de cascote mientras mi objetivo viraba a un lado y remontaba el vuelo. Rodeé por completo el cascote, reactivé el anillo de pendiente y volví a sobrecargar el propulsor. La maniobra me hizo trazar una circunferencia completa y salir despedida hacia arriba, tan veloz que rebasé a la nave krell.
Disparé el PMI justo antes de que la brillante línea de la cubierta se volviera roja del todo.
—¡Ja! —exclamé por la línea de grupo—. ¡Tus hijos sollozarán esta noche, cabronazo krell holográfico!
—¿En serio, Peonza? —dijo FM—. Esas cosas las sueltas con ironía, ¿verdad?
—¡La ironía es un arma de cobardes! —repuse—. Como el veneno. O los destructores de la nave de Caracapullo.
—¿Un cobarde no usaría… una bomba bien grande, por ejemplo? —dijo FM—. ¿Algo que pudieras arrojar desde muy lejos? Para el veneno tendrías que acercarte bastante, creo yo.
—Como nuestro experto residente que soy —terció Nedd—, quisiera señalar que el arma de un verdadero cobarde es un sofá cómodo y una pila de novelas un poco divertidas.
—Aun así, estás muerta, Peonza —dijo Caracapullo, descendiendo con su nave hacia la mía—. Estabas en línea roja, y es muy posible que tengas daños retinales. Si esto fuera una batalla de verdad, sin duda habrías quedado incapacitada, y tu nave estaría sin escudo. Morirías enseguida, cortesía del krell que te persigue.
—Da lo mismo —repliqué, divertida por lo ofendido que sonaba. ¿De verdad se sentía tan amenazado por mi aptitud?—. Mi tarea era acabar con los escudos de mi objetivo, y la he cumplido. Mi perseguidor es irrelevante. Cobb nos ha ordenado que usemos el PMI contra el objetivo.
—No puedes seguir haciendo trampas en las simulaciones —dijo Caracapullo—. Vas a ser inútil en el campo de batalla.
—No estoy haciendo trampas en nada. Estoy ganando.
—Como quieras —dijo—. Al menos, esta vez no has estrellado tu nave contra la mía. Que las estrellas amparen a quien se interponga entre Peonza y sus intentos de quedar bien delante de todo el mundo.
—¿Qué? —repliqué, cada vez más irritada con él—. Serás…
—Basta de cháchara —intervino Cobb—. Peonza, has volado bien, pero Jorgen tiene razón. En conjunto, has fracasado al hacerte matar.
—Pues eso —dijo Caracapullo.
—Pero… —empecé a objetar.
—Si tenéis tiempo de discutir —me interrumpió Cobb—, está claro que no os aprieto lo suficiente. Escuadrón, quiero que hagáis tres rondas de ejercicios de formación gamma-M antes de cenar. Jorgen, encárgate de supervisarlo.
—Espere —dijo Kimmalyn—. ¿Se marcha?
—Pues claro que sí —respondió Cobb—. No voy a llegar yo tarde a la cena. Cambio y corto.
—Genial —dijo Arcada—. Gracias por nada, Peonza.
Un momento, no podía estar culpándome a mí y no a Caracapullo de que nos hubieran puesto más trabajo, ¿verdad? Caracapullo nos organizó en formación gamma-M, un ejercicio de vuelo que era bastante monótono. Nos costó solo unos diez minutos, pero pasé todo ese tiempo reconcomiéndome, frustrándome cada vez más y más. Hasta hice caso omiso a M-Bot cuando intentó hablar conmigo.
Al terminar, me quité el casco, sin obedecer la orden de Caracapullo de alinearnos e informar de nuestro estado. Era solo que… necesitaba un descanso. Un momento sola. Me limpié el sudor de la cara y eché hacia atrás el pelo que se me había pegado a la frente por el casco.
Inspirar. Espirar.
Mi cabina holográfica desapareció.
—¿Qué estás haciendo? —exigió saber Caracapullo, de pie junto a mi asiento—. ¿Te has quitado el casco? ¡He ordenado que os alineéis!
—Me hace falta un minuto, ¿vale? Déjame en paz.
—¡Estás desobedeciendo órdenes!
Tirda. No podía lidiar con él en ese preciso momento. Estaba avergonzada, exhausta y cada vez más furiosa. Había sido una sesión de entrenamiento muy muy larga.
—¿Y bien? —dijo Caracapullo, inclinándose sobre mí. Los demás fueron desactivando sus hologramas y levantándose para estirarse.
Se me puso fría la cara. Y empecé a sentir que perdía el control.
«Tranquila, Spensa. Puedes tranquilizarte». Contuve la ira y me levanté. Tenía que salir del aula.
—¿Qué vas a decirme? —preguntó Caracapullo—. ¿Por qué no dejas de negar mi autoridad?
—¿Qué autoridad? —restallé. Cogí la mochila y eché a andar hacia la puerta.
—¿Huyes? —dijo Caracapullo—. Qué apropiado.
Me detuve de golpe.
—Supongo que cabe esperar insubordinación por parte de la hija de Zeen Nightshade —dijo—. Tu familia no es precisamente famosa por obedecer órdenes, ¿verdad?
Frío en el rostro. Calor ardiendo muy dentro de mí.
«Se acabó».
Me volví despacio, regresé junto a Caracapullo y dejé la mochila en el suelo con calma.
El me miró desde arriba, burlón.
—Eres…
Bajé una rodilla al suelo y le propiné un puñetazo en la suya. Dio un respingo y, cuando se dobló de dolor, me alcé y le clavé el codo en la barriga. El gruñido que dio me sentó de maravilla, avivando algo muy primario en mi interior.
El codazo lo había dejado sin aliento, impidiendo que gritara. De modo que, mientras estaba aturdido, le enganché el tobillo con el mío y lo tiré de espaldas al suelo.
Era más corpulento que yo. Si se recuperaba, podría conmigo, así que salté encima de él y alcé el puño, preparándome para estampárselo en su cara de idiota.
Me detuve ahí, temblando. Furibunda. Pero, de algún modo, también fría y calmada, como me ponía cuando luchaba contra los krells. Era como si lo tuviera todo bajo control y, al mismo tiempo, estuviera absolutamente descontrolada.
Caracapullo me miró desde abajo, paralizado, al parecer estupefacto del todo. Aquella cara de idiota que tenía. Aquel gesto burlón. Era así como hablaban todos de mí. ¡Era eso lo que pensaban todos de mí!
—¡Uau! —dijo Nedd—. ¡Me cago en la tirda!
Seguía arrodillada encima de Caracapullo, temblando, con la mano levantada.
—En serio, ¡uau! —exclamó Nedd, arrodillándose a nuestro lado—. Peonza, ha sido increíble. ¿Puedes enseñarme a hacerlo?
Le lancé una mirada.
—Aquí no aprendemos combate cuerpo a cuerpo —siguió diciendo Nedd, mientras daba unos tajos al aire con la mano—. Cobb dice que no vale para nada, pero ¿y si un krell intenta… no sé, atacarme en un callejón o algo así?
—Nadie ha visto nunca un krell vivo, imbécil —dijo Arcada.
—Ya, pero podría ser porque… a ver… porque siempre atacan a gente en callejones, ¿verdad? ¿Lo habíais pensado alguna vez?
Bajé la mirada hacia Caracapullo. De pronto, podía oírme a mí misma respirando en bocanadas cortas y rápidas.
—Peonza —dijo Nedd—. No pasa nada. Solo estabas enseñándonos unas técnicas de cuerpo a cuerpo, ¿verdad? ¿Cómo has podido hacer esa jugada? Eres como la mitad de alta que Jorgen.
Calma. Respira.
—¿La mitad de alta? —dijo Arturo—. ¿Puedo señalar que, en ese caso, mediría menos de un metro? Tus cálculos no cuadran.
Me aparté de Caracapullo, que soltó el aire y se quedó flácido en el suelo. FM parecía horrorizada, pero Nedd me levantó el pulgar. Arturo negaba con la cabeza. Kimmalyn estaba de pie tapándose la boca con la mano, y Arcada… a Arcada no podía interpretarla. Estaba cruzada de brazos y me observaba, pensativa.
Jorgen se levantó con dificultades, agarrándose la tripa.
—Ha agredido a un superior. ¡Ha atacado a otro miembro de su escuadrón!
—Se ha pasado un poquito, sí —dijo Nedd—. Pero en fin, te lo estabas buscando, Jorgen. No hay daños permanentes, ¿verdad? ¿Podemos olvidarlo y ya está?
Jorgen me miró y se le endureció la expresión.
No. Aquello no iba a olvidarlo. Esa vez sí que me había metido en un buen lío. Lo miré a los ojos y luego, por fin, cogí mi mochila y me marché.