39
Gali ya se había marchado cuando regresé a mi caverna, aunque parecía haber hecho bastantes progresos con el propulsor. Babosa Letal estaba en una roca cerca del ala, y le rasqué la cabeza al pasar junto a ella para meterme en la cabina.
Tuve una extraña sensación de… inevitabilidad. Llevaba secretos guardados durante mucho tiempo en el bolsillo. Las respuestas, por fin, sobre lo que había pasado con mi padre. ¿Por qué, de pronto, estaba tan reacia?
Cerré la cabina.
—M-Bot, ¿sabes cómo sacar el holograma de algo como esto? —Sostuve en alto el estuche metálico para enseñale los conectores que había en la parte de abajo.
—Sí —dijo él—. Es un formato estándar. ¿Ves los puertos que hay debajo del panel marcado como A-118? Conéctalo al puerto donde pone «SSXB».
Seguí sus instrucciones, aunque vacilé un momento antes de conectar el estuche.
M-Bot canturreó para sí mismo.
—Ah. Qué curioso. Qué curioso.
—¿Qué?
—Estoy prolongando el suspense para que disfrutes de la sorpresa.
—Por favor, no lo hagas.
—Los humanos prefieren…
—Que me lo digas.
—Vale, quejica. Ese estuche contiene muchísimos datos. Hay un holomapa en tres dimensiones, pero también los datos originales de los transpondedores de las naves, señales de radio de la batalla y hasta un poco de metraje en vídeo del interior de los búnkeres. Esto sería muy difícil de falsificar.
Falsificaciones. No me había parado a pensar en eso, pero después de que lo dijera M-Bot, me entró la ansiedad.
—¿Estás seguro?
—Lo detectaría si hubiera alguna edición. ¿Quieres ver la batalla?
—Sí.
«No».
—Pues baja.
—¿Que baje?
—Mi holoproyector puede emitir una versión en miniatura de la batalla para que la veas.
Salí de la cabina, volví a rascar en la cabeza a Babosa Letal, que se había movido al morro de la nave, y me dejé caer con un golpe seco al suelo rocoso.
Apareció una batalla delante de mí. Cuando Cobb nos veía volar, estaba todo pintado de colores lisos: brillantes naves rojas y azules. En vez de eso, M-Bot proyectaba las naves tal cual eran, solo reducidas en tamaño. Volaban en oleadas ante mí, tan reales que no pude contenerme y estiré el brazo para tocarlas, lo que hizo que se descompusieran en partículas granulares de algo que no era del todo luz.
A continuación aparecieron los krells, con un aspecto incluso menos acabado, menos uniforme, que las naves a las que me había enfrentado yo. Cables colgando en ángulos extraños, alas con desgarrones, retales metálicos. Mi pequeña caverna se convirtió en un campo de batalla.
Me senté y miré en silencio. El holoproyector de M-Bot no reproducía sonido. Las naves explotaban en fogonazos de muerte silenciosa. Volaban como moscas sin alas ni zumbidos.
Conocía aquella batalla. Me la habían enseñado en clase y había memorizado las tácticas que se habían empleado. Pero al verla, pude sentirla. Antes había imaginado las grandiosas maniobras mediante las que, contra todo pronóstico, cuarenta cazas humanos habían derrotado a dos veces y media esa cantidad de enemigos. Había visualizado una defensa valerosa. Al borde de la desesperación, pero siempre manteniendo el control.
Sin embargo, viendo el holograma con ojos de piloto, pude sentir el caos. El ritmo entrecortado de la batalla. Las tácticas me parecieron menos magníficas. No menos heroicas, pero sí mucho más improvisadas. Lo cual, en realidad, mejoró mi opinión sobre los pilotos.
Siguió durante bastante tiempo, mucho más del que había durado cualquier escaramuza en la que hubiera participado el Escuadrón Cielo, y distinguí con facilidad a mi padre. Era el mejor piloto de su grupo, el que encabezaba las cargas. Me sentí arrogante por pensar que podía encontrar la nave de mi padre en aquel batiburrillo, pero había algo en su forma de volar que…
—¿Puedes identificar a los pilotos? —pregunté.
Aparecieron pequeñas letras encima de cada nave, enumerando identificadores y designaciones.
ESPERANZA SIETE, decía la etiqueta de la nave. DESIGNACIÓN: PERSEGUIDOR.
Arrogante o no, había acertado. Aun sabiendo que no debía, volví a intentar tocar su nave y se me inundaron los ojos. Qué tonta era. Me sequé las lágrimas mientras mi padre entraba en formación con su compañero de ala. Identificador: Chucho. Cobb.
Se unió a ellos otro caza. Identificador: Férrea. Y luego otros dos a los que no reconocí. Identificadores: Ánimo y Clásico. Esos cinco eran los que quedaban de los ocho miembros originales del escuadrón de mi padre. En esa batalla habíamos sufrido muchas bajas, y las cuarenta naves humanas habían quedado reducidas a veintisiete.
Me levanté y seguí la nave de mi padre en sus desplazamientos por la caverna. Los Primeros Ciudadanos volaban frenéticos, pero su valentía dio fruto e hicieron retroceder a los krells. Sabía de antemano que lo harían, y aun así me quedé sin aliento mientras miraba. Explotaron naves con pequeños destellos. Vidas sacrificadas para fundar lo que se convertiría en la primera sociedad con un gobierno estable sobre la faz de Detritus desde que la Desafiante se estrellara en el planeta.
Tanto la sociedad como el gobierno eran defectuosos. FM tenía razón sobre lo injustos que eran, lo tozudos y autoritarios. Pero al menos, era algo. Existía porque aquellas personas, aquellos pilotos, habían desafiado a los krells.
Casi al final de la batalla, los krells se replegaron para reagruparse. Sabía por mis estudios que lanzarían solo una acometida más antes de retirarse por fin al cielo. Las líneas de batalla humanas volvieron a formar, los escuadrones se reunieron y casi pude oírlos dando sus confirmaciones verbales de estado.
Conocía ese momento. El momento en que…
Una nave, la de mi padre, salió de la formación. Mi corazón estuvo a punto de detenerse. Dejé de respirar.
Pero voló hacia arriba.
Salté a una roca y luego al ala de M-Bot, intentando seguir a mi padre mientras se elevaba cada vez más hacia el cielo. Alcé el brazo y pude imaginar lo que había visto. De algún modo, sabía lo que era. Mi padre había encontrado un hueco entre los cascotes, como el que me había señalado ese mismo día. Como el que luego yo solo había visto una segunda vez, pilotando a M-Bot, cuando los escombros se habían alineado a la perfección.
Interpreté de otra forma su desaparición. No era cobardía, ni muchísimo menos. Para mí, aquella jugada, la de volar hacia arriba, resultaba evidente. La batalla había durado ya una hora. Después de aquella defensa desesperada, mientras el enemigo se reagrupaba para un nuevo asalto, mi padre había temido la derrota.
Así que había tomado una medida desesperada. Había ido a ver de dónde procedían los krells. Para tratar de detenerlos. Sentí un escalofrío al verlo volar hacia arriba. Estaba haciendo lo que siempre me había dicho a mí que hiciera.
Había intentado aspirar a algo más elevado.
Su nave desapareció.
—No huyó —dije. Volví a quitarme las lágrimas de los ojos—. Rompió la formación. Y quizá desobedeció órdenes. Pero no huyó.
—Bueno —respondió M-Bot—, dep…
—¡Eso es lo que estaban encubriendo! —exclamé, mirando hacia la cabina de M-Bot—. Lo acusaron de cobardía porque voló hacia arriba cuando no debía hacerlo.
—Quizá quieras…
—Cobb lo sabía desde el principio. Seguro que lo reconcomía por dentro. Por eso no vuela: remordimientos por las mentiras que ha perpetuado. Pero ¿qué vio mi padre? ¿Qué le pasó? ¿Pudo…?
—Spensa —dijo M-Bot—. Voy a adelantar un poco la reproducción. Mira.
Una mota de luz, como una estrella, cayó desde el techo de la caverna. ¿Era la nave de mi padre, volviendo? Extendí el brazo hacia ella y la nave holográfica descendió planeando y me atravesó la mano. Cuando mi padre llegó donde estaban los otros cuatro cazas de su escuadrón, activó su PMI y anuló sus escudos.
Un momento. ¿Qué estaba pasando?
Ante mis ojos, los krells regresaron en oleada para un último asalto. Mi padre trazó un bucle perfecto, abrió fuego con sus destructores y destruyó a uno de sus propios compañeros de escuadrón.
«No… No puede ser…».
Ánimo murió en la explosión. Mi padre dio un rodeo y se unió a los krells, que no le dispararon. En vez de eso, le dieron apoyo mientras atacaba a otro miembro de su antiguo escuadrón.
—No —dije—. ¡No! ¡Es mentira!
Clásico murió intentando huir de mi padre.
—¡M-Bot, ese no es él! —grité.
—Sus signos vitales son los mismos. No puedo ver lo que pasó arriba, pero sí que es la misma nave, y con el mismo piloto. Es él.
Destruyó otra nave mientras lo miraba. Era un terror en el campo de batalla, una hecatombe de acero y fuego.
—No.
Férrea y Chucho formaron juntos y se lanzaron en persecución de mi padre, que derribó a alguien más. Ya había matado a cuatro Primeros Ciudadanos.
—No… —Me sentí vacía. Me dejé caer al suelo.
Chucho disparó. Mi padre esquivó, pero Chucho siguió tras él, dándole caza. Hasta que, al final, acertó un disparo.
La nave de mi padre explotó en una diminuta bola de fuego, y sus piezas cayeron en espiral ante mí, como una lluvia de escombros ardientes.
Apenas fui consciente de lo que quedaba de batalla. Me quedé mirando el lugar donde se había esfumado el caza de mi padre. Los humanos terminaron saliendo victoriosos. Los krells restantes huyeron, derrotados.
Catorce supervivientes.
Veinticinco muertos.
Un traidor.
El holograma se apagó.
—¿Spensa? —dijo M-Bot—. Identifico tu estado emocional como aturdimiento.
—¿Estás seguro del todo de que estos datos no pudieron falsificarse?
—¿La posibilidad de que esta grabación sea falsa y yo incapaz de detectarlo? ¿Teniendo en cuenta la tecnología de tu gente? Altamente improbable. En términos humanos, no, Spensa. Es imposible que esto sea falso. Lo… siento.
—¿Por qué? —susurré—. ¿Por qué hizo eso? ¿Era uno de ellos desde el principio? ¿O bien… qué vio allí arriba?
—No dispongo de datos que puedan ayudar a responder a esas preguntas. Tengo grabaciones de voz de la batalla, pero mis análisis indican que son las conversaciones habituales en combate, al menos hasta que tu padre vio el agujero en el cielo.
—Pon eso —dije—. Déjame escucharlo.
«Puedo oír las estrellas».
Lo había pedido yo misma, pero volver a escuchar la voz de mi padre después de tanto tiempo me provocó una oleada de emoción de todos modos. Dolor, amor. En esos momentos, volví a ser una niña pequeña.
«También puedo verlas, Cobb —dijo mi padre—. Igual que las he visto antes, hoy mismo. Un agujero en el campo de escombros. Puedo atravesarlo».
«¡Perseguidor! —exclamó Férrea—. Mantén la formación».
«De verdad que puedo atravesarlo, Judy. Tengo que intentarlo. Tengo que ver. —Hizo una pausa y dijo en voz más suave—: Puedo oír las estrellas».
La línea quedó un tiempo en silencio. Luego habló Férrea.
«Ve —dijo—. Confío en ti».
El audio se cortó.
—Después de eso —dijo M-Bot—, tu padre voló al otro lado del campo de escombros. Los sensores no registraron lo que pasó allí arriba. Y después, aproximadamente cinco minutos y treinta y nueve segundos más tarde, volvió y atacó.
—¿Dijo alguna cosa?
—Tengo solo un fragmento breve —respondió M-Bot—. Supongo que querrás oírlo.
No quería. Pero tenía que oírlo de todos modos. Con lágrimas cayéndome por la cara, escuché la grabación que reprodujo M-Bot. Era del canal abierto, con muchas voces solapándose en el caos de la batalla. Oí con claridad a Cobb gritando a mi padre.
«¿Por qué? ¿Por qué, Perseguidor?».
A continuación, casi inaudible entre las conversaciones, la voz de mi padre. Suave. Apenada.
«Os mataré —dijo—. Os mataré a todos».
La caverna quedó en silencio de nuevo.
—Es el único momento que encuentro en el que habló después de su regreso —dijo M-Bot.
Negué con la cabeza, intentando encontrarle sentido.
—¿Por qué la FDD no hizo público todo esto? No tuvieron ningún problema en acusarlo de cobardía. ¿Por qué ocultar la verdad, si era incluso peor?
—Podría aventurar una suposición —dijo M-Bot—, pero me temo que, sin más información, solo estaría inventándome cosas.
Me puse de pie con torpeza y subí a la cabina de M-Bot. Pulsé el botón que la cerraba, sellé la cubierta y apagué las luces.
—¿Spensa?
Me acurruqué.
Y me quedé allí tumbada.