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Confirmaciones verbales, en orden ascendente —dijo Napia, la jefa del Escuadrón Pesadilla—. Los novatos primero.
—Cielo uno, preparado —respondió Jorgen, y entonces titubeó un momento. Suspiró—. Identificador: Caracapullo.
Napia soltó una risita.
—Te acompaño en el sentimiento, cadete.
FM hizo su confirmación, y luego yo. Lo que quedaba del Escuadrón Cielo estaba volando ese día con Pesadilla en sus maniobras.
No había tomado ninguna decisión sobre qué hacer con la información que me había dado la yaya. Seguía muy afligida, insegura. Pero de momento, había decidido hacer caso a Jorgen y seguir volando. Podía evitar repetir lo que le había pasado a mi padre, ¿verdad? ¿Si iba con cuidado?
Ejecuté las maniobras que nos ordenó la jefa del Escuadrón Pesadilla, dejando que los movimientos familiares me distrajeran. Me gustaba estar de nuevo en una nave de clase Poco después de pasar unas semanas probando otros diseños. Era como sentarte en tu butaca cómoda de siempre, con los huecos dejados por tu trasero en los lugares perfectos.
Volábamos en formación amplia, Jorgen emparejado con un miembro del Escuadrón Pesadilla, a solo diez mil pies de altitud. Buscábamos en el suelo trozos de escombro, surcos de naves en el polvo o cualquier otra cosa sospechosa. Era parecido a explorar durante una batalla, pero incluso más monótono, si es que era posible.
—¡Signatura sin identificar en 53-1-8.008! —exclamó un hombre del Escuadrón Pesadilla—. Deberíamos…
—Cobb nos ha advertido sobre el truco de 8.008 —dijo Jorgen sin entonación—. Y del de hacer que el piloto novato evacúe el tanque séptico de su propia nave. Y de la broma de: «Preparaos para una inspección».
—Tirda —dijo otro piloto—. El viejo Cobb sigue siendo un muermo de cuidado, ¿eh?
—¿Porque no quiere que gasten novatadas a sus cadetes? —preguntó Jorgen—. Se supone que tenemos que buscar signos de presencia krell, no dedicarnos a rituales juveniles de iniciación. Esperaba más de todos vosotros.
Miré fuera de mi cabina hacia FM, que negó con la cabeza. «Ay, Jorgen».
—Conque Caracapullo, ¿eh? —dijo un piloto—. No puedo imaginarme de dónde has sacado un mote como ese.
—Basta de charla —dijo Napia, cortando los canales individuales—. Dirigíos todos a 53,8-702-45.000. El radar de la base muestra un poco de turbulencia en el campo de escombros por encima de ese punto.
La orden provocó algunas protestas, cosa que me resultó curiosa. Había imaginado que los pilotos graduados serían… bueno, más dignos. Quizá fuese la influencia de Jorgen en mí.
Volamos con el rumbo indicado y, por delante, empezó a producirse una gran lluvia de escombros. Cayeron trozos de metal, algunos como brillantes líneas de fuego y humo y otros, los que tenían anillos de pendiente o piedra de pendiente aún cargada, flotando más despacio. Nos aproximamos con cautela al borde de la lluvia de escombros.
—Muy bien —dijo Napia—. Se supone que tenemos que enseñar algunas maniobras a estos cadetes. Mientras vigilamos por si hay krells, vamos a dar unas pasadas por los escombros. Si veis algún anillo de pendiente bueno, marcadlo con una baliza de radio para recuperarlo. Lodazal y Afinadora, vais primero. Rumbo local ochenta y tres. Llevaos a las dos cadetes a vuestra cola. Sushi y Nord, coged rumbo diecisiete y llevaos a Caracapullo. A lo mejor puede daros alguna lección sobre los procedimientos correctos. Las estrellas saben que buena falta os hace, cabezas huecas.
FM y yo seguimos a los pilotos graduados, que hicieron una pasada muy cautelosa y bastante poco interesante entre los escombros. Ni siquiera utilizamos las lanzas de luz. Lodazal, el hombre que se había reído antes de Jorgen, disparó unas pocas balizas de radio a los trozos de cascote más grandes.
—¿Vuestro jefe de escuadrón siempre es así? —nos preguntó—. ¿Siempre habla como si tuviera una palanca de control metida por el trasero?
—Jorgen es un jefe de escuadrón buenísimo —espeté—. No deberías molestarte con alguien solo porque espera que des siempre lo mejor de ti.
—Eso —dijo FM—. Si vas a comprometerte con una causa, por imperfecta que sea en lo fundamental, deberías intentar cumplir tus funciones con honor.
—Tirda —exclamó Lodazal—. ¿Estás oyendo esto, Afinadora?
—Oigo a un puñado de cachorritos ladrando por la línea —respondió Afinadora. Tenía la voz aguda y desdeñosa—. No me dejan escuchar a los cadetes, por desgracia.
—Deberíais andaros con cuidado —dije, sintiendo crecer la ira—. La semana que viene seremos pilotos de pleno derecho y competiré con vosotros por la cifra de bajas. Buena suerte llegando a ases después de que eso ocurra.
Lodazal soltó una risita.
—¿Te faltan unos días para ser piloto de pleno derecho? Caray, qué mayor te has hecho.
Activó su propulsor y se lanzó de vuelta a los escombros que caían, con Afinadora a su ala. FM y yo los seguimos y vimos a Lodazal acercarse a un trozo de cascote y usar su lanza de luz para pivotar en torno a él.
Fue un giro competente, pero tampoco nada del otro mundo. A continuación pivotó sobre otro trozo de basura espacial, que marcó para recuperación. Afinadora imitó sus maniobras, pero ella terminó fallando a su segundo escombro por hacer un giro demasiado cerrado.
FM y yo los seguimos a una distancia discreta, observándolos, hasta que FM me dijo por nuestra línea privada:
—Peonza, creo que intentan presumir.
—Qué va —dije—. Han hecho unos giros muy básicos. Seguro que no creen que vayan a impresionarnos con…
Callé al ver que se iluminaba la línea de comunicación con Lodazal.
—Eso es usar la lanza de luz, niñas. Puede que vayan a graduaros, pero todavía os queda mucho que aprender.
Miré hacia FM, incrédula. Por supuesto, sabía que la mayoría de los cadetes se centraban en el combate aéreo y el uso de los destructores. Cobb decía que era un problema que tenía la FDD, que se dedicaba a escupir pilotos especializados en maximizar las muertes y no en la destreza volando. Pero incluso sabiéndolo, me sorprendió.
¿De verdad esperaban aquellos pilotos que nos quedáramos pasmadas por unas maniobras que Cobb nos había enseñado en las primeras semanas de clase?
—¿Dos-catorce? —propuse a FM—. ¿Con doble cero al final y barrido en V?
—Encantada —dijo ella, y sobrecargó su propulsor.
Las dos volamos veloces y pivotamos en direcciones opuestas rodeando un escombro grande. Yo me lancé en torno a un segundo pedazo ardiente, pasando por debajo y saliendo despedida hacia el cielo, con el anillo de pendiente vuelto hacia atrás. Giré entre dos pedazos de cascote grandes y los etiqueté ambos antes de pivotar alrededor del más alto para regresar en picado hacia abajo.
FM venía derecha hacia mí. La enganché con la lanza de luz, giré y sobrecargué el propulsor en oposición a ella. Nos hicimos girar una a la otra con pericia en el aire, conservando el impulso. Mis ConGravs destellaron justo cuando retiraba la lanza para que saliéramos de la maniobra.
Después del giro, FM salió disparada con rumbo este, y yo hacia el oeste. Cada una marcó un escombro y luego viramos a la vez para reunirnos con Lodazal y Afinadora.
Que no dijeron nada. Los seguí en silencio, sonriendo de oreja a oreja, hasta que se encendió otra luz en el panel de comunicaciones.
—¿Buscáis escuadrón para después de graduaros? —nos preguntó Napia—. Tenemos un par de huecos.
—Ya veremos —dijo FM—. Tal vez me haga exploradora. La vida en este escuadrón parece como un poco aburrida.
—¿Os habéis dedicado a luciros? —intervino la voz de Jorgen por un canal privado mientras regresaba acompañado de su compañero de ala.
—¿Nos crees capaces? —le pregunté.
—Peonza —dijo él—, podrías estar atada a una camilla con ocho costillas rotas y una fiebre delirante y, aun así, te las ingeniarías para hacer quedar mal a todos los demás.
—Eh, eh —dije, sonriendo por el cumplido—, casi todo el mundo se deja mal a sí mismo. Yo solo me aparto a un lado para no molestar.
Jorgen soltó una risita.
—En mi última pasada, he visto algo iluminarse arriba. Podrían ser krells. A ver si Napia nos deja ir a comprobarlo.
—Ya estás otra vez —dijo FM—, siempre siendo un Caracapullo y recordando las órdenes que tenemos.
—Qué mal ejemplo para los demás —dije.
Jorgen llamó a Napia y empezó a ganar altitud.
—Peonza y FM, venís conmigo. Tenemos autorización para ascender a setecientos mil y comprobarlo. Pero tened cuidado, que no hemos practicado mucho la maniobrabilidad en atmósfera mínima.
Las naves estelares podían volar bien sin atmósfera, por supuesto, pero era una clase de vuelo distinta. Empecé a ponerme nerviosa a medida que ascendíamos y ascendíamos. Aquella era más altura incluso de la que había alcanzado con M-Bot, y no podía dejar de pensar en lo que había ocurrido cuando mi padre se había aproximado al campo de escombros. Seguía sin saber qué había cambiado allí arriba para hacer que atacara a su propio escuadrón.
Tirda. Quizá debería haberme quedado abajo. Pero ya era demasiado tarde y empezábamos a distinguir detalles en la neblina vaga que componía el campo de escombros. Nos acercamos más y alcancé a ver las cieluces que pendían del cielo en los niveles más bajos de escombros. A mi mente le costó asumir su escala. Aún estábamos a cien kilómetros de distancia y ya parecían gigantescas. ¿Cómo serían de grandes?
Con cierto reparo, intenté comprobar si podía oír mejor las estrellas desde más cerca. Me concentré y… me pareció oír unos tenues sonidos que emanaban de allí arriba. Pero llegaban apagados, como si hubiera algo amortiguándolos.
«El campo de escombros —pensé—. De verdad provoca interferencias». Mi padre no se había vuelto un traidor hasta después de haber visto un hueco en los escombros, una alineación que le permitió ver el espacio. ¿Y quizá cruzar volando el campo de escombros para salir en persona?
—Ahí —dijo FM, devolviendo mi atención a nuestro cometido—. A mis siete. Algo grande.
La luz cambió y vi una forma colosal entre los pedazos partidos de cascote. Era inmensa, rectangular y me sonaba de algo.
—Se parece mucho al viejo astillero al que entré siguiendo a Nedd —dije.
—Sí —convino Jorgen—. Y está en órbita baja. Podría caer dentro de unos días, al ritmo que va. A lo mejor es que todos esos viejos astilleros han empezado a quedarse sin energía.
—Lo cual supone… —dijo FM.
—Cientos de anillos de pendiente —terminó la frase Jorgen por ella—. Si ese monstruo cae y logramos recuperarlo, podría transformar la FDD entera. Voy a informar.
Vi unas luces a lo largo de un lado del enorme astillero.
—Eso eran destructores —dije—. Hay algo disparando ahí arriba. No os acerquéis demasiado. —Silencié la comunicación y busqué mi radio personal—. M-Bot, ¿estás viendo esto? ¿Sabes a qué podría estar disparando ese astillero?
Silencio.
Ah, claro. M-Bot ya no estaba.
—Por favor —susurré por la radio—, te necesito.
Silencio. Me sonrojé, sintiéndome tonta, y volví a meter la radio privada en el hueco de mi asiento, para que no se moviera por toda la cabina.
—Sí que es curioso, Jorgen —estaba diciendo Cobb cuando quité el silenciador—. Esos disparos de destructor deben de ser torretas defensivas en el mismo astillero. El que cayó la otra vez también las tenía, aunque para entonces ya se habían quedado sin energía. Informa de esto a Napia y yo lo comunicaré al Mando de Vuelo. Si ese trasto cae, nos interesará rescatarlo antes de que los krells puedan destruirlo.
—Cobb —dije—, todavía está disparando.
—Ya —repuso él—. Me lo ha dicho Jorgen.
—Pero ¿a qué? —pregunté.
En las alturas, unos puntitos negros empezaron a verse mejor y resultaron ser naves krells, que posiblemente habían estado explorando el perímetro del viejo astillero.
Pero en ese momento, nos vieron.