2
Quiere contarnos lo que hace a diario en el Cuerpo de Saneamiento, ciudadano Alfir?
La señora Vmeer, nuestra instructora de estudios laborales, hizo un gesto alentador al hombre que estaba de pie delante de la clase.
El tal ciudadano Alfir no se parecía en nada a lo que yo había supuesto que sería un trabajador de saneamiento. Aunque llevaba mono de sanitario y guantes de goma, en realidad era guapo: mandíbula cuadrada, brazos fornidos, vello del pecho sobresaliendo por encima del ceñido cuello de su mono.
Casi podía imaginármelo como Beowulf. Hasta que habló.
—Bueno, sobre todo nos ocupamos de mantener desembozado el sistema —dijo—, para que las aguas negras, que vienen a ser sobre todo desechos humanos, puedan fluir de vuelta a las plantas de procesado y que el aparataje separe el agua y los minerales útiles.
—Suena perfecto para ti —susurró Dia, inclinándose hacia mí—. ¿Limpiar desperdicios? Un paso adelante para la hija de un cobarde.
No podía atizarle un puñetazo, por desgracia. Dia no solo era la hija de la señora Vmeer, sino que además yo ya tenía una advertencia por pelearme. Reincidir me impediría hacer el examen, lo cual era una estupidez: ¿no querían que los pilotos fuesen grandes luchadores?
Estábamos sentados en el suelo de un aula pequeña. Ese día no teníamos pupitres, porque los había solicitado otro instructor. Me sentía como una niña de cuatro años a la que estuvieran leyendo un cuento.
—Quizá no os parezca muy glorioso —dijo Alfir—, pero sin el Cuerpo de Saneamiento, ninguno de nosotros tendría agua. Los pilotos no pueden volar si no tienen nada que beber. En cierto modo, tenemos el trabajo más importante de las cavernas.
Aunque me había perdido varias de aquellas charlas, había oído las suficientes. A principios de semana, los trabajadores del Cuerpo de Ventilación habían dicho que su trabajo era el más importante de todos. Igual que los obreros el día antes. Igual que los trabajadores de la forja, los limpiadores y los cocineros.
Todos nos habían dado el mismo discurso, a grandes rasgos. Decían que todos éramos piezas importantes de la maquinaria que combatía a los krells.
—Todos los trabajos de la caverna son esenciales para la maquinaria que nos mantiene con vida —dijo Alfir, como reflejando mis pensamientos—. No podemos ser todos pilotos, pero no hay un empleo que sea más importante que los demás.
A continuación iba a decir algo sobre saber cuál era tu lugar y obedecer las órdenes.
—Para uniros a nosotros, tendréis que ser capaces de seguir las instrucciones —dijo el hombre—. Tenéis que estar dispuestos a cumplir con vuestra misión, por insignificante que pueda pareceros. Recordad: la obediencia es desafío.
Yo lo entendía, y hasta cierto punto estaba de acuerdo con él. Los pilotos no conseguirían gran cosa en la guerra sin agua, o sin comida, o sin saneamiento.
Pero aun así, aceptar alguno de aquellos trabajos me daba una sensación de conformismo. ¿Dónde estaba la chispa, la energía? Se suponía que éramos los Desafiantes. Que éramos guerreros.
La clase aplaudió con educación cuanto terminó de hablar el ciudadano Alfir. Al otro lado de la ventana, otros trabajadores caminaban en fila por debajo de estatuas con formas rectilíneas, geométricas. A veces parecíamos mucho menos una maquinaria bélica que un reloj para medir cuánto duraban los turnos de trabajo.
Los alumnos se levantaron para tomarse un descanso y yo me alejé a zancadas antes de que Dia pudiera lanzarme otra pulla. La chica llevaba toda la semana intentando provocarme para que me metiera en líos.
Me acerqué a un alumno que estaba al fondo del aula, un chico pelirrojo y larguirucho. Había abierto un libro para ponerse a leer en el mismo instante en que terminó la charla.
—Rodge —lo llamé—. ¡Galimatías!
Su apodo, el identificador que le habíamos elegido para cuando se convirtiera en piloto, hizo que levantara la mirada.
—¡Spensa! ¿Cuándo has llegado?
—A mitad de la charla. ¿No me has visto entrar?
—Estaba repasando de memoria las listas de diagramas de vuelo. Tirda, nos queda solo un día. ¿Tú no estás nerviosa?
—Pues claro que no. ¿Por qué tendría que estar nerviosa? Lo tengo controlado.
—Yo no lo veo tan claro. —Rodge echó una mirada fugaz a su libro de texto.
—¿Estás de broma? Pero si te lo sabes todo, Gali.
—Creo que deberías llamarme Rodge. En fin, todavía no nos hemos ganado las identificaciones. No hasta que aprobemos el examen.
—Cosa que está claro que haremos.
—Pero ¿y si no hemos estudiado lo que deberíamos?
—¿Cuáles son las cinco maniobras básicas de giro?
—La horquilla inversa —respondió de inmediato—, el bucle Ahlstrom, la vuelta gemela, el vuelco sobre ala y el giro Imban.
—¿Umbrales de alarma de la FDD para la aceleración de las distintas maniobras?
—Diez G en ascenso o escora, quince G hacia delante, cuatro G en un picado.
—¿Tipo de propulsor que lleva el interceptor Poco?
—¿Qué diseño?
—El actual.
—A-19. Sí, esas cosas me las sé, Spensa. Pero ¿y si en el examen no salen esas preguntas? ¿Y si trata sobre cosas que no hemos estudiado?
Al oírlo, sentí enraizar la más tenue semilla de la duda. Aunque habíamos hecho exámenes de práctica, los contenidos de la prueba para pilotos cambiaban cada año. Siempre había preguntas sobre propulsores, componentes de cazas y maniobras, pero en teoría podían preguntarnos sobre cualquier parte de nuestro aprendizaje.
Yo me había saltado muchas clases, pero sabía que no tenía por qué preocuparme. Beowulf no se preocuparía. La confianza era el alma del heroísmo.
—Voy a clavar ese examen, Gali —dije—. Tú y yo vamos a ser los mejores pilotos de la Fuerza de Defensa Desafiante. ¡Lucharemos tan bien que los krells alzarán sus lamentos al cielo como el humo sobre una pira, llorando desesperados ante nuestro avance!
Gali ladeó la cabeza.
—¿Me he pasado un poco? —pregunté.
—¿De dónde sacas esas frases?
—Suenan a cosas que podría decir Beowulf.
Rodge volvió a apoyar la espalda para estudiar, y supongo que yo debería haber hecho lo mismo. Pero una parte de mí estaba harta de estudiar, de intentar embutir cosas en mi cerebro. Quería que llegara la prueba de una vez.
Por desgracia, ese día aún nos quedaba una clase. Escuché cómo charlaba la otra docena aproximada de estudiantes, pero no estaba de humor para soportar sus tonterías. Así que me dediqué a pasearme como un animal enjaulado, hasta que vi que la señora Vmeer caminaba hacia mí acompañada por Alfir, el empleado de saneamiento.
La instructora llevaba una blusa verde brillante, pero la insignia plateada de cadete que tenía en el pecho era lo que de verdad denotaba sus logros. Significaba que había aprobado el examen de piloto. Luego debía de haber abandonado la escuela de vuelo, o tendría una insignia dorada, pero no era tan raro que la gente lo dejara. Y allí abajo, en Ígnea, incluso una insignia de cadete era señal de un gran éxito. La señora Vmeer tenía privilegios especiales en la asignación de ropa y comida.
No era mala profesora. No me trataba de forma muy distinta a los demás alumnos, y apenas me fruncía el ceño nunca. Me caía bastante bien, aunque su hija fuese una criatura de oscuridad destilada, merecedora solo de una muerte violenta para que su cadáver sirviera para elaborar pociones.
—Spensa —dijo la señora Vmeer—, el ciudadano Alfir quería hablar contigo.
Me preparé para las preguntas sobre mi padre. Todo el mundo quería preguntarme siempre por él. ¿Cómo era la vida de la hija de un cobarde? ¿Tenía ganas de esconderme de ello? ¿Me había planteado cambiarme el apellido? La gente que se creía empática siempre hacía preguntas como esas.
—He oído que eres toda una exploradora —dijo Alfir.
Abrí la boca para espetarle una réplica, pero me mordí la lengua. ¿Qué había dicho?
—Sales a las cuevas —siguió diciendo—. ¿Es para cazar?
—Eh… sí —respondí—. Ratas.
—Nos hace falta gente como tú —afirmó Alfir.
—¿En Saneamiento?
—Gran parte de la maquinaria que mantenemos discurre por cavernas lejanas. Hacemos expediciones hasta ellas, y necesitamos personas duras para esas salidas. Si quieres un trabajo, te lo estoy ofreciendo.
Un empleo. ¿En Saneamiento?
—Yo voy a ser piloto —le solté.
—El examen de piloto es difícil —repuso Alfir, con una mirada a la profesora—. No lo aprueba mucha gente. Lo que te ofrezco es un puesto garantizado con nosotros. ¿Seguro que no quieres pensártelo?
—No, gracias.
Alfir se encogió de hombros y se marchó. La señora Vmeer me observó un momento y luego negó con la cabeza y fue a recibir a la siguiente oradora.
Yo retrocedí hasta la pared y me crucé de brazos. La señora Vmeer sabía que iba a ser piloto. ¿Por qué se le había ocurrido que podría aceptar una oferta como aquella? Y Alfir no podía haber sabido nada de mí sin que ella le dijera algo, de modo que ¿qué estaba pasando?
—No van a dejarte ser piloto —dijo una voz a mi lado.
Miré y comprendí, demasiado tarde, que sin saberlo me había puesto al lado de Dia. La chica de cabello moreno estaba sentada en el suelo, con la espalda contra la pared. ¿Por qué no estaba charlando con los demás?
—No tienen otra opción —le dije—. Todo el mundo puede presentarse al examen de piloto.
—Todos pueden presentarse —replicó Dia—, pero ellos deciden quién lo aprueba, y no siempre son justos. Los hijos de los Primeros Ciudadanos entran automáticamente.
Eché una mirada al cuadro de los Primeros Ciudadanos que había en la pared. Los teníamos en todas las aulas. Y sí, sabía que sus hijos entraban en la escuela de vuelo sin tener que superar ninguna prueba. Se lo merecían, ya que sus padres habían combatido en la Batalla de Alta.
Sobre el papel, mi padre también lo había hecho, pero no contaba con que eso me sirviera de nada. Aun así, siempre me habían dicho que hacer un buen examen garantizaba el acceso a la escuela de vuelo, sin importar la posición social. A la Fuerza de Defensa Desafiante, la FDD, le daba igual quién fueras, siempre que supieras volar.
—Ya sé que no cuento como hija de un Primero —dije—, pero si apruebo, entraré. Igual que cualquier otro.
—Ahí está el asunto, boba. No vas a aprobar, pase lo que pase. Anoche oí a mis padres hablar de eso. La almirante Férrea ha dado orden de que te lo impidan. No creerías de verdad que iban a permitir que la hija de Perseguidor volara para la FDD, ¿o sí?
—Mientes. —Sentí que se me helaba la cara de furia. Intentaba provocarme otra vez para que cogiera una rabieta.
Dia se encogió de hombros.
—Ya lo verás. A mí me da lo mismo. Mi padre ya me ha conseguido un empleo en el Cuerpo de Administración.
Vacilé. Aquello no era como sus insultos de siempre. No tenía la misma mordida cruel, no daba la misma sensación de provocación divertida. A ella… de verdad parecía darle igual si la creía o no.
Crucé el aula hasta donde la señora Vmeer hablaba con la nueva oradora, una mujer del Cuerpo de Cubas de Algas.
—Tenemos que hablar —le dije.
—Un momento, Spensa.
Me quedé allí de pie, entrometiéndome en su conversación con los brazos cruzados, hasta que por fin la señora Vmeer suspiró y se me llevó a un lado.
—¿Qué ocurre, niña? —preguntó—. ¿Te has replanteado la generosa oferta del ciudadano Alfir?
—¿La almirante en persona ha ordenado que yo no apruebe el examen de piloto?
La señora Vmeer entrecerró los ojos, giró la cabeza y miró hacia su hija.
—¿Es verdad? —insistí.
—Spensa —dijo la señora Vmeer, mirándome de nuevo—. Tienes que entender que este es un asunto muy delicado. La reputación de tu padre es…
—¿Es verdad?
La señora Vmeer apretó los labios y no respondió.
—¿Son todo mentiras, entonces? —pregunté—. ¿Todo eso que dicen de la igualdad y de que lo único importante es la destreza? ¿De encontrar el puesto adecuado para ti y servir en él?
—Es complicado —dijo la señora Vmeer. Bajó la voz—. Mira, ¿por qué no te saltas el examen mañana y le ahorras la vergüenza a todo el mundo? Ven a hablar conmigo y miraremos qué empleo podría convenirte. Si no es en Saneamiento, ¿qué tal en las tropas de tierra?
—¿Para pasarme el día entero montando guardia? —repliqué, en voz cada vez más alta—. Necesito volar. ¡Necesito demostrar que valgo!
La señora Vmeer suspiró y negó con la cabeza.
—Lo siento, Spensa, pero esto era imposible desde el principio. Ojalá algún profesor tuyo hubiera tenido la valentía de quitarte la idea de la cabeza cuando eras más pequeña.
En ese momento, todo se derrumbó a mi alrededor. Un futuro ensoñado. Una huida meticulosamente imaginada de mi vida de escarnio.
Mentiras. Mentiras que una parte de mí ya sospechaba. Pues claro que no iban a dejarme aprobar el examen. Pues claro que sería demasiado bochornoso permitirme volar.
Quería montar en cólera. Quería pegar a alguien, romper algo, chillar hasta que me sangraran los pulmones.
Pero lo que hice fue salir del aula, alejarme de los ojos burlones de los otros alumnos.