28
Aquella sopa me supo mejor que la sangre de mis enemigos.
Teniendo en cuenta que, en realidad, nunca había degustado la sangre de mis enemigos, quizá la frase no hiciera mucha justicia a la sopa.
Sabía mejor de lo que debería saber la sopa. Sabía a risa, a cariño y a apreciación. Su calidez resplandeció dentro de mí como combustible de cohete encendido. Me acurruqué en las mantas, con el enorme plato hondo en el regazo, mientras Kimmalyn y FM charlaban.
Reprimí las lágrimas. No iba a llorar.
Pero la sopa me sabía a hogar, de algún modo.
—Ya te dije que el traje haría que viniera conmigo —estaba diciendo Kimmalyn, sentada en la cama con las piernas cruzadas—. El negro es el color de la intriga.
—Estás fatal —dijo FM, meneando su cuchara—. Suerte tienes de que no os haya visto nadie. Los Desafiantes andan siempre ansiosos por encontrar una razón para ofenderse.
—Tú también eres Desafiante, FM —repliqué—. Naciste aquí, igual que las demás. Eres ciudadana de las Cavernas Unidas Desafiantes. ¿Por qué estás siempre fingiendo que eres otra cosa?
FM sonrió de oreja a oreja, entusiasta. Al parecer, le gustaba que le hicieran preguntas como aquella.
—Ser Desafiante no tiene que ver solo con nuestra nacionalidad —dijo—. Se expresa siempre como una mentalidad. «Un verdadero Desafiante pensará de esta forma», o «Para ser Desafiante, nunca tienes que dar el brazo a torcer», o cosas parecidas. Así que, según esa misma lógica, puedo dejar de ser Desafiante mediante mis decisiones personales.
—¿Y… quieres hacerlo? —pregunté, ladeando la cabeza.
Kimmalyn me pasó otra rebanada de pan.
—Cree que quizá seáis todos un poco demasiado… pugnaces.
—Esa palabra otra vez —dije yo—. ¿Se puede saber quién habla así?
—Las personas eruditas —respondió Kimmalyn, y dio una cucharada a su sopa.
—Me niego a dejarme reprimir por las ataduras de la autocracia y el nacionalismo —dijo FM—. Para sobrevivir, nuestro pueblo se ha endurecido por necesidad, pero también nos hemos esclavizado a nosotros mismos. La mayoría de las personas nunca cuestiona nada, sino que se empecina en seguir el curso de una vida de obediencia. ¡Y otros tienen la agresividad tan incrementada que les cuesta albergar sentimientos naturales!
—Yo albergo sentimientos naturales —dije—, y pelearé con cualquiera que diga lo contrario.
FM me miró.
—Exigiría espadas al alba —añadí, comiéndome el pan—, pero seguro que estoy demasiado llena para levantarme. ¿De verdad os dan de comer esto a todos cada día?
—Bueno, ¿qué comes tú, querida? —preguntó Kimmalyn.
—Ratas —respondí—. Y setas.
—¿Todos los días?
—Antes echaba pimienta a las ratas, pero se me terminó.
Se miraron las dos.
—Lo que te ha hecho la almirante es una vergüenza para la FDD —dijo FM—. Pero también es una consecuencia natural de la necesidad totalitaria de poder absoluto sobre todo aquel que se le resista, y un ejemplo perfecto de la hipocresía del sistema. El desafío no es «Desafiante» para ellos a menos que, en realidad, no desafíe nada.
Lancé una mirada a Kimmalyn, que se encogió de hombros.
—Este tema la apasiona un montón.
—Estamos apoyando un gobierno que se ha saltado sus límites en nombre de la seguridad pública —dijo FM—. ¡El pueblo debe protestar y alzarse contra la clase alta que los tiene esclavizados!
—¿Clase alta, como tú? —pregunté.
FM bajó la mirada a su plato de sopa y suspiró.
—Cuando iba a las reuniones de los disputadores, mis padres solo me daban palmaditas en el hombro y explicaban a todo el mundo que estaba pasando por una fase contracultural. Y luego, me apuntaron a la escuela de vuelo y… bueno, en fin, así puedo volar.
Asentí. Esa parte la entendía.
—Pensé que, si me convertía en una piloto famosa, podría hablar en nombre de los oprimidos, ¿sabes? Es más probable que pueda cambiar las cosas desde aquí que estando en las cavernas profundas, poniéndome trajes bonitos para ir a bailes y sentándome toda recatada al lado de mis hermanas. ¿Verdad? ¿No os parece?
—Claro —dije yo—. Tiene todo el sentido del mundo. ¿A que sí, Rara?
—Es lo que le digo yo siempre —me contestó Kimmalyn—, pero creo que tendrá más peso viniendo de ti.
—¿Por qué de mí? —pregunté—. FM, ¿no estabas diciendo que la gente como yo tiene emociones antinaturales?
—¡Sí, pero es que no puedes evitar ser un producto de tu entorno! —exclamó FM—. No es culpa tuya que seas un embrollo de agresividad y destrucción sediento de sangre.
—¿Lo soy? —Me animé—. O sea, ¿es así como me ves?
FM asintió.
¡Qué bien!
La puerta del pequeño dormitorio se abrió de repente y, por instinto, cogí con fuerza el plato, pensando que la sopa seguía caliente y sería una buena distracción si se la echaba a alguien en la cara.
Arcada se metió en la habitación y su silueta delgada se destacó sobre la luz del pasillo. Tirda. Ni siquiera había pensado en ella. Las otras dos me habían llevado al dormitorio mientras ella cenaba en el comedor. ¿Le habrían pedido permiso para cometer aquella pequeña infracción?
Me miró a los ojos y se apresuró a cerrar la puerta.
—He traído postre —dijo, levantando un pequeño paquete envuelto en una servilleta—. Caracapullo me ha pillado cogiéndolo cuando se ha pasado a vernos. Creo que solo lo hace para echarnos miradas asesinas antes de irse a cenar con personas más importantes.
—¿Y qué le has dicho? —preguntó Kimmalyn.
—Que quería algo para picar de noche. Espero que no sospeche. El pasillo parecía despejado, sin policías militares ni nada, así que creo que estamos a salvo.
Desató la servilleta y reveló un trozo de tarta de chocolate que solo se había aplastado un poco de camino hasta el dormitorio.
La observé, pensativa, mientras nos daba un poco a cada una y luego se dejaba caer en su cama y se metía el último pedazo entero en la boca. Aquella era la chica que apenas me había dirigido la palabra en las últimas semanas. ¿Y me estaba trayendo tarta? Desde luego, me alivió que no fuese a denunciarme, pero por lo demás no sabía qué pensar de ella.
Volví a acomodarme en mis mantas y probé la tarta.
Era mucho, muchísimo mejor que la rata. No pude contener un pequeño gemido de deleite, que provocó una sonrisa a Kimmalyn. Estaba sentada a un lado de la cama de Arcada, que no la había hecho esa mañana. La cama de Kimmalyn era la de encima, hecha con esmero, con las esquinas inmaculadas y la funda de almohada con volantes. La de FM estaba enfrente, con una pila de libros en la estantería que había cerca del cabezal.
—Bueno —dije, chupándome los dedos—, ¿y qué hacéis aquí por las noches?
—¿Dormir? —respondió Arcada.
—¿Doce horas?
—Bueno, está el entrenamiento físico —dijo FM—. Solemos hacer largos en la piscina, aunque Arcada prefiere las pesas. Y practicamos con las armas de fuego, o echamos horas en el centrifugador.
—Ahí todavía no he devuelto —dijo Arcada—, lo que, en mi opinión, es inapropiado del todo.
—Arcada nos ha enseñado a jugar a bolapared —dijo Kimmalyn—. Da gusto verla machacar a los chicos. Se lo toman siempre como un desafío estimulante.
—Se refiere a que nos gusta ver perder a Nedd —tradujo FM—. Se queda siempre tan sorprendido que… —Dejó la frase inacabada, quizá cayendo en la cuenta de que nunca volverían a verlo jugar.
Se me atenazó el estómago. Nadar. Disparar. ¿Deporte? Ya sabía todo lo que me estaba perdiendo, pero oírlas comentarlo de aquella manera…
—Esta noche no esperarán que hagamos nada de eso —dijo Kimmalyn—, porque estamos enfermas. ¡Será divertido, Peonza! Podemos quedarnos despiertas toda la noche, hablando.
—¿De qué? —pregunté.
—De cosas normales —dijo FM, levantando los hombros.
¿Qué era lo normal?
—¿Por ejemplo… de chicos?
—¡Estrellas, no! —exclamó Arcada, incorporándose y cogiendo algo de encima del cabezal. Sostuvo en alto un cuaderno lleno de dibujitos de naves haciendo maniobras—. ¡Estrategias de combate!
—Arcada siempre está intentando poner su nombre a los movimientos nuevos —comentó FM—. Pero hemos pensado que la «maniobra Arcada» tendría que tener varios bucles, o algo así. Como la de la página quince.
—Odio los bucles —dijo Arcada—. Esa tendríamos que llamarla «maniobra Rara». Es muy vistosa.
—Qué bobadas dices —objetó Kimmalyn—. No sé cómo, pero acabaría estrellándome contra mí misma si tuviera que hacer tantos bucles.
—En una «maniobra Rara», habría que elogiar al enemigo mientras se le dispara —dijo FM, sonriendo—. «¡Vaya! ¡Qué chispas más encantadoras haces al morir! Tendrías que estar muy orgulloso. ¡Bien hecho!».
Mi tensión se fue disipando mientras las chicas presumían de las maniobras que habían diseñado. Los nombres eran espantosos sin excepción, pero la charla era divertida, interesante y… bueno, y más que bienvenida por mi parte. Me pasaron el cuaderno y esbocé una maniobra de una complejidad obscena, algo entre un bucle Ahlstrom y una horquilla doble con curva lateral.
—Lo peor de todo —dijo FM— es que seguro que a ella le saldría.
—Sí —convino Kimmalyn—. Eh, ¿por qué no llamamos «maniobra Rara» al despegue? Es lo único que domino bien.
—Venga, no eres tan mala —le dijo Arcada.
—Soy la peor piloto del escuadrón.
—Y la que mejor dispara.
—Cosa que aportará cero si muero antes de poder devolver el fuego.
Di un gruñido, con la mano aún sobre el cuaderno de Arcada. Pasé a otra página.
—Rara es una francotiradora excelente, y Arcada, a ti se te da de maravilla perseguir a las naves krells. FM, tú eres muy buena esquivando.
—Pero no acierto ni a la ladera de una montaña —dijo FM—. Supongo que, si pudieras mezclarnos a todas, tendrías una buena piloto.
—¿Y no podemos intentar algo como eso? —propuse, dibujando—. Cobb dice que los krells siempre están buscando a los pilotos que destacan. Dice que, si encuentran a alguien que creen que puede ser jefe de escuadrón, concentran todo el fuego en esa nave.
—¿Y? —dijo Arcada, incorporándose en la cama—. ¿Adonde quieres llegar?
—Bueno, si de verdad son máquinas, a lo mejor es que tienen instrucciones de derribar a nuestros jefes. A lo mejor están grabadas en sus cerebros de máquina, hasta el punto de que siguen esa orden incluso llegando a extremos ridículos.
—Me parece mucho suponer —dijo FM.
Miré hacia mi mochila y la radio portátil que tenía enganchada a un lado. Había una luz intermitente. M-Bot había intentado llamarme, seguro que con otra petición de setas.
—Mirad —dije, volviendo a mi boceto—. ¿Y si animáramos a los krells a perseguir a miembros concretos de nuestro escuadrón? Si concentraran el fuego en FM, que es quien mejor esquiva, podrían dejar en paz a los demás. Rara podría prepararse y acabar con ellos. Arcada podría esperar lejos y lanzarse a por quien intentara derribar a nuestra artillera.
Las demás se acercaron. Arcada asintió, pero FM negó con la cabeza.
—No tengo nada claro que pudiera sobrevivir a eso, Peonza. Acabarían persiguiéndome decenas de krells. Me derribarían seguro. Pero… a lo mejor tú podrías.
—Eres nuestra mejor piloto —dijo Rara, asintiendo—. Y no te da miedo nada.
El bolígrafo se quedó quieto y miré el plan de vuelo a medio trazar, con la nave de Rara estática en el perímetro, abatiendo un krell tras otro. Había dibujado una docena de naves que perseguían a una sola piloto.
¿Cómo me sentiría estando en la cabina, sabiendo que llevaba detrás a una docena de enemigos? Al instante, la ensoñación se apoderó de mi mente y lo imaginé como un combate increíble y teatral. ¡Explosiones, y emoción, y gloria!
Pero apareció otra voz en mi interior. Una voz tranquila y solemne que susurró: «Eso no es la realidad, Peonza. En la realidad, estarías aterrorizada».
—Yo… —Me lamí los labios—. No sé si podría hacerlo, tampoco. Hum… —«Venga, suéltalo de una vez»—. A veces me asusto.
FM frunció el ceño.
—¿Y qué?
—Pues que algunas cosas que digo… son como… bravuconadas. En realidad, no tengo tanta confianza.
—¿Te refieres a que eres humana? —dijo Kimmalyn—. Benditas estrellas, ¿quién iba a pensarlo?
—Lo has dicho como si estuvieras haciendo una gran confesión —añadió FM—. «Chicas, tengo emociones. ¡Son un horror!».
Me sonrojé.
—Para mí es muy importante. Pasé toda la infancia soñando con el momento en que pudiera volar y luchar. Pero ahora que estoy aquí y he perdido amigos… duele. Soy más débil de lo que creía.
—Si eso te hace débil —dijo FM—, yo debo de ser una inútil.
—Exacto —dijo Kimmalyn—. No estás loca, Peonza. Es solo que eres una persona.
—Aunque —matizó FM— una persona a la que ha adoctrinado hasta la médula un sistema desalmado, diseñado solo para escupir siervos voluntariosos, patrioteros y obedientes. Sin ánimo de ofender.
No pude evitar darme cuenta de que Arcada se había quedado en silencio durante esa conversación. Estaba tumbada en la cama, mirando el colchón de encima.
—Con nosotras, puedes reconocer esas cosas —dijo Rara—. No pasa nada. Somos un equipo. —Se inclinó hacia nosotras—. Ya que estamos siendo sinceras, ¿os cuento una cosa? En realidad, me invento casi todas esas citas que suelto.
Parpadeé.
—¿En serio? Entonces, ¿la Santa no dijo todas esas cosas?
—¡Qué va! —dijo Kimmalyn, en un susurro conspiratorio—. ¡Son cosas que se me ocurren a mí! Solo que no lo reconozco, porque no quiero parecer demasiado sabia. No sería apropiado.
—Me acabas de girar el mundo entero, Rara —replicó FM—. Es como si acabaras de decirme que en realidad arriba es abajo o que a Arcada le huele de maravilla el aliento.
—Oye —intervino Arcada—, la próxima vez vete a pedirle tarta a otra.
—Hablo en serio —dije a las otras dos—. Me entra miedo.
«Quizá en secreto sea una cobarde».
FM y Kimmalyn le quitaron importancia. Me tranquilizaron y me explicaron cómo se sentían ellas. FM seguía considerándose una hipócrita por querer acabar con la FDD y, al mismo tiempo, querer volar en ella. Kimmalyn tenía el alma de una listilla, pero los modales de una chica educada en la alta sociedad.
Agradecí su amabilidad, pero se me ocurrió que la disputadora contracultural y la chica de Pródiga quizá no fuesen quienes mejor comprendieran lo importante que era no asustarme. Así que dejé pasar el tema.
Nos quedamos hablando hasta bien entrada la noche, y fue… bueno, fue una delicia. Una charla sincera y amistosa. Pero a medida que pasaban las horas, empecé a sentir una extraña ansiedad. En ciertos aspectos, aquel era uno de los mejores días de mi vida. Pero también me confirmó lo que siempre había temido: que todos los demás estaban creando vínculos entre ellos sin mí.
Mi mente se puso en marcha incluso mientras sonreía por algo que había dicho Kimmalyn. ¿Había alguna forma de extender aquello? ¿Con qué frecuencia podrían decir las chicas que estaban enfermas? ¿Cuándo podría volver con ellas?
Llegó un momento en que la biología empezó a plantearme sus exigencias, así que Rara y FM salieron al cuarto de baño para confirmar que estaba despejado. Me quedé en el dormitorio con Arcada, que había estado dando cabezadas. No quería despertarla, de modo que esperé junto a la puerta.
—Sé cómo te sientes —dijo Arcada sin previo aviso.
Estuve a punto de saltar hasta el techo.
—¿Estás despierta?
Asintió. Ni siquiera parecía adormilada, aunque juraría que la había oído roncar suavemente poco antes.
—Pero el miedo no nos vuelve cobardes, ¿verdad? —preguntó Arcada.
—No lo sé —dije, acercándome a su cama—. Ojalá pudiera contenerlo.
Arcada volvió a asentir.
—Gracias —le dije— por dejar que estas dos hayan planeado esta noche para mí. Sé que pasar tiempo conmigo no es tu actividad favorita.
—Vi lo que hiciste por Nedd —respondió ella—. Te vi entrar volando tras él, hacia las profundidades de aquel pedazo de escombro.
—No iba a dejar que entrara solo.
—Ya. —Vaciló—. Mi madre me contaba historias sobre tu padre, ¿sabes? Cuando me veía retroceder en el parque, o encogerme si me lanzaban una bola en los entrenamientos. Me hablaba del piloto que afirmaba ser valiente, pero por dentro era un cobarde. Me decía: «No te atrevas a manchar el buen nombre de los Desafiantes. No te atrevas a convertirte en una Perseguidor».
Torcí el gesto.
—Pero no tenemos por qué ser así —prosiguió Arcada—. Eso es de lo que me he dado cuenta. Un poco de miedo, un fragmento de la historia… esas cosas no significan nada. Lo único que importa es lo que hacemos. —Me miró—. Siento mucho la forma en que te he tratado. Es que… me sorprendió averiguarlo. Pero tú no eres él, ni yo tampoco, a pesar de cómo me sienta de vez en cuando.
—Mi padre no era un cobarde, Arcada —dije—. La FDD miente sobre él.
No pareció que me creyera, pero asintió de todas formas. Entonces se incorporó y extendió el puño cerrado.
—No seremos cobardes. No recularemos. Seremos valientes hasta el final, ¿de acuerdo, Peonza? Es un pacto.
Hice chocar mi puño con el suyo.
—Valientes hasta el final.