Capítulo - LXXVII

Mientras tanto… en Egipto…

- Cuidado con ese cable. No, no, no y no.

Ahmed coordinaba a los trabajadores y el profesor Ravenbaum se mordía las uñas disimuladamente. No soportaba la tensión.

- Quiero que tiréis con fuerza, pero con cuidado –ordenaba Ahmed-.

El bloque de piedra que cubría la entrada resultó ser un hueso muy duro de roer. Tenían que retirarlo con mucho cuidado para que la estructura no cediese por el peso mal distribuido. El pasillo tras ella debía de permanecer intacto para poder entrar sin sufrir sucesivos retrasos, y la base no podía sucumbir después de un cambio de presión interno.

- Maldita pirámide invertida –resopló el profesor-.

Ahmed notó su preocupación y siguió dando instrucciones.

- ¡Con cuidado! ¡Con cuidado!

El bloque parecía moverse.

- Eso es. Seguid así.

El profesor dejó de morderse las uñas y se acercó un poco más.

- Bien, bien, bien –dijo Ahmed-.

El bloque se desplazó un centímetro hacia fuera y la pirámide parecía soportar el cambio.

- Perfecto. ¡Vamos, vamos, vamos! –siguió animando-.

A los veinte hombres se sumaron otros tres, y el bloque comenzó a rendirse a la fuerza que se acumulaba en el gancho que estaba anclado en la piedra al final del cable.

¡Gggggggrrrrrrrrrr!

Un fuerte rugido se escuchó y una extraña fuerza recolocó el bloque en el sitio donde se encontraba.

Ffffffsssssssssss…

Era como si alguien o algo estuviera absorbiendo el aire que provenía del exterior e impedía que los hombres pudieran desbloquear la entrada.

- Traed otro gancho y otro cable –gritó Ahmed-.

Se giró y miró al profesor que volvió a morderse las uñas. Sostuvo su mirada sobre él, y cuando el profesor asintió, se concentró de nuevo en el trabajo.

- Vamos, rápido…

Otros doce trabajadores se sumaron.

- Quiero que coloquéis el gancho aquí y que ajustéis bien el cable.

Los hombres obedecieron y en cuestión de minutos todo estaba a punto.

-Todo listo –informó Ahmed-.

El profesor respiró profundamente y observó los postes de soporte. Aguantaran. Deben de hacerlo –pensó-.

- Adelante.

Los trabajadores tiraron con fuerza, una y otra vez, hasta que el bloque comenzó a moverse de nuevo.

- Vamos bien, vamos bien –gritaba Ahmed-.

Gggggggrrrrrrrrr… Fffffffssssssssssssss…

El rugido apareció de nuevo pero esta vez la piedra seguía deslizándose hacia fuera.

- ¡Con suavidad y sin prisas! ¡Vamos!

El bloque salía, los postes aguantaban, los trabajadores soportaban la presión y el profesor notaba como se acercaba el momento. Su momento. Pronto despejarían la entrada y el gemelo del amuleto de Osiris estaría a su alcance. Sintió como la presión del mundo reposaba sobre sus hombros, sintió como el abrumador éxito le cambiaría la vida, la riqueza y el poder por fin estaría a su alcance, y a cambio de todo eso, habría vendido su alma al mismísimo diablo.

- Tengo buenas noticias –dijo el profesor por teléfono-.

- Te escucho.

- Pronto podremos entrar.

- Sin duda se trata de una excelente noticia. Felicidades profesor. Lo ha conseguido –contestó la espesa voz-.  

 
El juicio de los espejos. Las lágrimas de dios
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