Capítulo - LVII

La cojera le impedía correr todo lo rápido que a él le gustaría, pero eso no le impedía apartar a los cavadores que le estorbaban para abrirse camino hacia la tienda del profesor Ravenbaum. La fastidiosa arena del desierto se le metía en los ojos, le raspaba la garganta y le resecaba la boca. La sed le agobiaba. Nada de lo que sentía ni de lo que pensaba tenía demasiada importancia ya que la instantánea que apretaba hacia su pecho, como si se tratase de un importantísimo tesoro, era la prueba que buscaban para demostrarle al “inversor” de Nueva York que merecían el dinero invertido en su trabajo, y por lo tanto merecían vivir.

El ojo de Osiris, uno de los amuletos más conocidos y valorados en el mundo,  carecía de importancia ante la revelación de la existencia de su opuesto gemelo. Comúnmente representado mirando de izquierda a derecha, lo que Ahmed descubrió grabado en el centro de un enorme bloque de arenisca se parecía bastante al famoso ojo, aunque era diferente. Mirando de derecha a izquierda, por encima de la poblada ceja se veían representadas tres estrellas brillantes. Según pudo leer en la inscripción que venía a continuación, Ahmed entendió que las estrellas representaban los tres antiguos saberes; la iluminación, la palabra, y el conocimiento.

- Sabía que no debía estar muy lejos –dijo el profesor asombrado y a la vez aliviado-.

Hacía dos semanas que descubrieron la tumba secreta del dueño de la lápida que les guió hasta ella, pero jamás se esperaban encontrar una pirámide al revés enterrada bajo la inmensidad del desierto Egipcio. Desde ese preciso instante, el profesor Ravenbaum supo que se encontraban en el lugar correcto. El diseño de la singular y excepcional pirámide destacaba tanto por su complejidad como por su genialidad a la hora de querer enterrar algo o a alguien para no ser encontrado fácilmente. La estructura no sólo permanecía oculta de los saqueadores, sino que también se enterraba lentamente con la ayuda de los leves temblores de la tierra y la gravedad. La base superior estaba formada por una increíble base sólida que sobrepasaba la capacidad de construcción y transporte de aquella época, e imposibilitaba el acceso a ella incluso después de haber apartado las toneladas de arena que la cubrían. El trabajo de ingeniería necesario para apuntalar las improvisadas paredes de cemento rápido y gravilla blanca que soportaban el peso de la arena que empujaba las superficies de la estructura, era tan difícil como peligroso, ya que la inestabilidad del terreno desértico era una trampa mortal aguardando cualquier error de cálculo para cobrarse una vida. Por fin, tras muchas horas de trabajo, Ahmed había encontrado lo que sin duda alguna debía de ser la entrada que conduciría al preciado amuleto.

- Sí señor… Nos estamos preparando para retirar el bloque. -Afirmó el profesor mientras hablaba por teléfono-.

- No quiero que lo retiréis; quiero que os deshagáis de él –ordenó la espesa voz-.

- Me temo que eso nos es del todo imposible. No sólo llamaríamos la atención de los científicos que trabajan por los alrededores que sin vacila ni un segundo avisarían al gobierno egipcio para abrir una investigación que paralizaría nuestro trabajo, sino que también desestabilizaríamos la estructura y puede que se derrumbase. La pérdida de tiempo y recursos sería demencial.

- Muy bien profesor. Supongo que no importa esperar unos días más, pero no me gustaría perder la próxima luna llena. ¿Me he expresado con claridad?

- Sí señor.

- Entonces no te entretengo más –terminó la espesa voz-.

El cansado hombre se guardó el teléfono y continuó vigilando las finas paredes que soportaban toneladas de peso. Bajo ellas, los obreros escarbaban los bordes del bloque y atornillaban anillas de acero para poder anclar unos cables que más tarde servirían para tirar y despejar el acceso. El sudor se le resbalaba desde la frente hacia la ropa que se le pegaba en el cuerpo creando una especie de película fina que le apretaba con fuerza. Las ampollas de sus pies no le impedían permanecer de pie durante horas, observando cómo se llevaba a cabo el trabajo, pero sí le impedían dormir bien por las noches y las ojeras se parecían a bolsas negras llenas de tinta que colgaban bajo sus fatigados ojos. La tensión era insoportable aunque en su semblante no se reflejaba ningún atisbo de ella. Sólo cansancio.

El juicio de los espejos. Las lágrimas de dios
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