Capítulo - LI

- ¿Crees que saldrá de esta?

- Creo que no se va a rendir tan fácilmente –contestó Ryo-.

- ¿Y luego?

- El luego viene después. Preocupémonos del ahora.

- Entiendo cómo te sientes Ryo, pero no debemos olvidar que hemos fracasado.

- No hemos fracasado Alejandro. Sólo no hemos hecho lo que debíamos. Eso es todo.

- Pues cuando sepas lo que hay que hacer, no dudes en contármelo.

Ryo se puso las manos sobre la cabeza, dio dos vueltas alrededor de sí mismo, y se sentó bruscamente en un sillón que se encontraba al lado de la entrada de la habitación 304. El hospital privado, situado a las afueras de la ciudad de Bergama, era un edificio repleto de detalles y lujos, tanto para sus pacientes como para sus familiares y amigos. Selma estaba tumbada en una cama doble de sábanas blancas y almohadas rellenas con plumas de pato. La fuerza de su cuerpo y de su espíritu le había ayudado a sobrevivir. Durante los últimos días pretendía levantarse y volver al trabajo pero ningún miembro del equipo se lo permitía. De hecho, ninguno de ellos había regresado al pantano tras el incidente. Por una parte querían permanecer al lado de su amiga y por otra, no tenían ni idea de lo que debían hacer para conseguir el amuleto. Agua furiosa, crustáceos agresivos, tierra que cicatriza y el alma perdida del guardián del anillo de Noé, resultaron ser unos obstáculos demasiado peligrosos e imposibles de sortear.

- Rajid ¿tienes un minuto?

Ryo se levantó y salió al pasillo. Rajid, que sujetaba la mano de Selma mientras ella dormía, le siguió asintiendo con la cabeza y sin pronunciar palabra.

- Quiero que averigües un par de cosas –susurró Ryo- también quiero que no se lo cuentes a nadie ni que hagas preguntas hasta que lo tenga todo claro.

- ¿A nadie?

- Exacto.

Se acercó a un mostrador que había al fondo del pasillo blanco, cogió un bolígrafo y un papel, y empezó a escribir las instrucciones. Rajid giró su muñeca y miró su reloj. No quería saber la hora; tampoco le importaba demasiado, sólo era un acto reflejo tras ponerse nervioso por estar a punto de recibir unas indicaciones que seguramente no se sentiría a gusto llevándolas a cabo. Fuese lo que fuese, no estaba dispuesto a defraudar a sus compañeros y mucho menos después de lo ocurrido. La enfermera colocada tras el mostrador a modo de florero, sonreía de manera agradable y falsa, dispuesta a hacer lo que sea si el director del hospital se lo ordenase. Aprobada en belleza y en simpatía –pensó el impaciente Rajid-. Sin embargo, su compañera disponía de atributos menos llamativos, pero no paraba de moverse de un lado a otro, revisar fichas, coger el teléfono y apuntar innumerables mensajes en Post-it amarillos. Injusta es la naturaleza e injusto es el ser humano –continuó pensando-.

- Deja de mirar a las enfermeras y presta atención.

Ryo le interrumpió y con dos dedos le indicó que se acercase.

- Lee bien lo que te he escrito y dime si puedes hacerlo.

Rajid se acarició una ceja, se rascó una oreja y arrugó el morro permitiendo que Ryo se diese cuenta de lo disgustado que estaba.

- Verás… no quiero parecer pesimista… pero…

- Te lo preguntaré de otra forma. ¿Puedes hacer lo que te he puesto en la puñetera lista, sí o no?

Una corriente de malas pulgas recorrió el cuerpo de Rajid, despertando sus juveniles e inmaduros instintos y haciéndole levantar la mano con el dedo índice completamente estirado. Tambaleó la muñeca unas cuantas veces, bajó el brazo, lo volvió a levantar, se tapó la boca con la palma abierta y permaneció indeciso.

- ¿Ya te has calmado? –preguntó Ryo-.

- Sí.

- Pues dime.

- Claro que puedo hacerlo.

-¿Y lo harás?

- Sí –contestó Rajid agachando la cabeza-.

El incómodo momento se interrumpió por la inesperada aparición de Selma en el pasillo del hospital, vistiendo una especie de bata con la que se le veía toda la parte de atrás, desde su espalda, pasando por sus posaderas y muslos firmes, y terminando en sus descalzos tobillos. Tom y Alejandro iban tras ella intentando hacerla razonar para que volviera a acostarse.

Tras el espectáculo, Ryo miró de nuevo a Rajid y sonrió. Él entendió que no le pediría que hiciera una cosa parecida si no lo considerase realmente necesario y le devolvió la sonrisa. Retiró el papel del mostrador y se lo metió en el bolsillo. Devolvió el bolígrafo a la enfermera de porcelana, se despidió de la enfermera que se encargaba de todo, golpeó un par de veces a Ryo en el hombro y se dirigió hacia la habitación de la convaleciente para relajarse. Ryo se quedó atrás. Se sentó en uno de los cómodos sillones que se encontraban en la recepción y se reclinó hacia atrás para relajar la tensión que se le había acumulado en el cuello.

- Que Dios me perdone –se dijo a sí mismo en voz baja-.

El juicio de los espejos. Las lágrimas de dios
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