Capítulo - IIXL

A mil doscientos metros de profundidad, el Smirna, un submarino de última generación, recibía instrucciones en un código que sólo los altos cargos de la marina y los capitanes de los navíos conocían. Cuando lo botaron en los astilleros de Philadelfia, los ingenieros desconocían que muy pronto sería el buque insignia de la flota submarina turca, ni sabían exactamente cuál sería su lugar en la historia.

El oficial de comunicaciones corría por el estrecho pasillo y esquivaba a cualquiera que se interponía en su camino. Sin querer tiró una malla de naranjas que uno de los ayudantes de cocina traía desde el almacén y se cayó al suelo de aluminio. Se levantó, agarró el portafolios donde llevaba el mensaje y salió corriendo de nuevo hacia la sala de mando.

- Capitán… un mensaje en clave omega.

Un hombre muy bajito y con cara de haber nacido del revés ojeó el folio con el mensaje. Observó de reojo al oficial de comunicaciones que aún jadeaba y se dio cuenta del arañazo que se había hecho en la mano y que le sangraba.

- Gracias teniente. Ya puede retirarse y de paso váyase a la enfermería para que le vea el médico.

Al primer oficial no le extrañó el comportamiento de su capitán. Era muy habitual en él tratar a sus subalternos con rudeza y a la misma vez con una profunda preocupación, igual que la de un padre con sus hijos. Lo que sí le extraño era el gesto de preocupación que vislumbró en su cara cuando le entregaron el mensaje y lo ojeó por primera vez. Se veía claramente una expresión de “Ojala esto no fuese cierto” y rápidamente el capitán reaccionó dirigiéndose hacia él. Le mostró el folio con el mensaje y se colocó frente a la mesa de mapas.

- Son malas noticias Kóstantin.

- ¿Cómo dice capitán? –preguntó intrigado el primer oficial-.

Habían estado navegando juntos durante los últimos quince años, y nunca le había llamado por su nombre de pila.

- Debemos cambiar el rumbo y dirigirnos hacia el este.

- ¿Y las órdenes anteriores? ¿Es que abandonamos las maniobras?

- Quedan anuladas. Todo queda anulado.

- Eso significa que atravesaremos el canal de Suez.

- Sí.

El primer oficial permaneció mirando el papel con el incomprensible mensaje y asintió con la cabeza. La rotunda afirmación de su capitán le hizo entender que no debía hacer más preguntas.

*

En alguna parte de la península arábica…

- ¿Dónde has dicho que nos van a recoger?

- ¿Qué ha… has dicho?

El fuerte ruido de los motores de hélice de la avioneta, imposibilitaba la comunicación entre los pasajeros.

- ¿¡Digo, que dónde nos van a recoger!?

- Prefiero q… que no lo sepáis. Ninguno de lo… los dos. Callaos y dej… dejadme descansar.

Utengue mantuvo la boca cerrada mientras el capitán barbudo se disponía a protestar.

- Nosotros no planeamos ser derrotados dos veces.

- Es cierto. Vosotros no… no planeasteis nada. Ese es el problema. Que actuáis si… sin planear y sin pensar; por es… eso, esta vez dejadme a… a mi hacer el trabajo de pensar.

- ¡No me hace ninguna gracia! –gritó el capitán barbudo-.

El tartamudo se incorporó y se arrimó al capitán.

- Escúchame bien. Todos sabemos que, en… en ocasiones, las co… cosas se complican. Por ello deb… debemos tomar decisiones difíciles y… y seguir adelante. ¿Me… me explico?

Intrigado, asintió con la cabeza y se dejó guiar hasta la parte delantera de la avioneta para que Utengue no pudiera escuchar la conversación.

- Llevamos jun… juntos desde el principio y deb… debemos ser cautos. No podemos vo… volar sin paracaídas.

- Creo que entiendo lo que quieres decir.

- ¿Se… seguro?

- No más errores. Nada de volar sin paracaídas.

El tartamudo se colocó detrás de él, le agarró del cuello mientras con la mano izquierda abrió la puerta de la avioneta, usó su pie derecho para ponerle una zancadilla y lo lanzó al vacío. El ahogado grito del maldito desgraciado se escuchó durante un segundo en el interior de la avioneta aunque para él resultó ser un interminable estruendo de agonía, que acabó al desvanecerse en la interminable arena del desierto.

- Pero ¿qué has hecho? –dijo estupefacto Utengue-.

- El jefe me dijo que de… debía castigar a uno de los dos para motivar al… al que se quede. ¿Hubieras preferido se… ser tú?

Sus oscuros ojos se helaron y sus fosas nasales se paralizaron. Comprendió que no volvería a cometer ningún otro error. El tartamudo le observo con indiferencia, y utilizó el teléfono de abordo para realizar una llamada.

- ¿Sí? Con él se… señor Robert House por… por favor.

- Dígale que e... que es urgente.

- Soy yo. Informe al… al jefe que el señor Stone ha de… decidido dar por con… concluida nuestra colaboración.

- Muy bien. Así lo… lo haré.

El juicio de los espejos. Las lágrimas de dios
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