Capítulo - IIIXL

270 a.C. En el palacio del gobernador de la región…

 Filetero bostezaba en su pedestal. Los señores de los pastos, los grandes mercaderes, los sacerdotes y los escribas; todos deseaban una audiencia con él, y a ninguno le agradaba las decisiones de su gobernador. Aún no había llegado el momento de ser coronado rey, no mientras el Gran Alejandro Magno estuviera vivo. El imperio Heleno abarcaba una ingente extensión de tierras, tanto civilizadas como nefastas, y no se apoderaría de él sin encontrar resistencia.

El rey de los ladrones, convertido en un próspero y respetado comerciante, frecuentaba el teatro, el mercado, el templo y el ágora de la ciudad. Tomaba parte en la filantropía, se ocupaba en financiar obras públicas y todas las semanas mandaba diez corderos para los oficiales y los suboficiales de la guardia. Nadie conocía su pasado y todos le querían porque no sabían muy bien lo que era. Un manipulador.

El día que el antiguo rey de los ladrones fue a visitar a su gobernador, se celebraba una reunión con algunos gobernantes de otras zonas designados por Alejandro, embajadores y mandatarios menores de los alrededores. El embustero se hacía llamar Darnen de Angostina, y ambos nombres eran inventados. Entre otras cosas, se hacía pasar por representante de los comerciantes de la ciudad para poder participar en todos los actos oficiales. Al gozar con el apoyo del gobernador, nadie osaba poner en duda sus palabras, y a nadie le importaba demasiado. Desgraciadamente, su soberbia le impidió meditar sus palabras durante la reunión.

- Mi señor –empezó Darnen de Angostina en su discurso- que los dioses le protejan y que le bendigan con una numerosa, sana y fuerte descendencia. Al igual que todos los presentes, solicito que vuestra bondad y sabiduría nos guíe durante estos tiempos inciertos. Como comprenderá, todos deseamos una mejor vida, para nosotros y nuestros conciudadanos y, por desgracia, los rumores de la enfermedad de nuestro rey Alejandro nos hacen parecer débiles frente a nuestros enemigos.

Entre los invitados, la mano derecha del verdadero rey junto a cuatro de sus mejores hombres, escuchaba con detenimiento las palabras de los asistentes. El resto de embajadores y mandatarios sólo pronunciaron palabras de ánimo y ruegos a los dioses para que protegieran y curaran a su rey.

Para desgracia de Filetero, nunca formulaba las preguntas apropiadas durante el juicio de los espejos, ni tampoco podía considerarse de corazón puro. En una ocasión, una versión anciana de sí mismo le advirtió que perdería la oportunidad de perseverar en el tiempo y que debía abandonar el camino elegido, por otro más satisfactorio y noble. No debes gobernar –le dijo su arrugada versión-. Esas palabras nunca dejaban de revolotear en sus pensamientos, igual que una centena de avispas que merodean alrededor de la fruta podrida de un árbol. Gobernaré a pesar de todo. Y el mundo se postrará ante mí –se decía cuando se miraba al espejo-. 

- Mi señor. Debemos ser realistas y afrontar la situación…

Las palabras de Darnen de Angostina no le distraían. Permanecía ensimismado, ignorando la presencia de los demás y observando con adulación el anillo de Noé; el que fue elegido por Dios. La fina capa de iridio que bordeaba la parte superior de la joya le mantenía en vilo durante muchas noches. En una ocasión, un joyero amigo suyo le dijo que el anillo se forjó para acoplarse al extraño metal, y no al revés. Imposible de manipular, y poderoso; muy poderoso. Tarde o temprano encontraría el modo de hacerlo funcionar para su beneficio. Encontraría el modo de transformar su corazón en puro. Encontraría la forma de convertirse en el hombre que ha de regir todo el mundo conocido.

- …Debemos nombrarle rey. ¡Ahora mismo!

Las últimas palabras del confiado maleante le trastornaron. No supo si debía aprovecharse de la situación y acceder a ser nombrado rey mientras Alejandro aún estaba con vida, o si debía declinar la oferta para esperar un momento mejor. Acarició el amuleto del saber y su intuición le dijo que debía actuar con cautela y aguardar con humildad su turno, y resultaba más que obvio que más temprano que tarde llegaría. Pero su entrepierna no obedeció a su instinto y se levantó victorioso, ardiendo en deseos de ser coronado. La sangre de su rey aún circulaba caliente pos sus venas y él se disponía a usurparle el trono. Había faltado a su juramento.

- ¡Viva el rey! –voceó Darnen de Angostina-.

- ¡Viva el rey! –gritaron todos al unísono-.

Aunque algunos con más fervor que otros.

El juicio de los espejos. Las lágrimas de dios
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