Capítulo - XXXIX

Calma y sosiego. Paz y tranquilidad. La superficie de las aguas brillaba; a cuatro metros de profundidad se oscurecían y a veinte metros de profundidad, el negro absoluto dominaba el paisaje. En la primera inmersión, Eva y Rajid se habían equipado con dos linternas, una cámara digital y ocho extrañas bolas del tamaño de una naranja que estaban en fase experimental. Cuando encendieron las linternas aún faltaban más de quince metros para divisar la ciudad perdida. El gobierno turco, en su intento por preservarla y por acallar las voces de protesta de los arqueólogos, cubrió las ruinas con mortero rojo, aunque no se veía por ninguna parte.

Las mascarillas de cara completa, equipadas con radiotransmisores para que los buzos puedan comunicarse entre ellos y con el equipo de la superficie, no se empañaban con facilidad. Aun así, el suave aleteo de los buzos, turbaba el fondo del artificial pantano y la reblandecida y posada tierra ocultaba lo poco que se podía ver.

- Creo que vamos a tener que abortar la inmersión –comunicó Eva- la visibilidad es nula.

- No hará falta. Coge una de las bolas que te he dado y haz lo mismo que yo –dijo Rajid-.

Palpó la dura y transparente bola, y cuando encontró un punto blando gelatinoso, introdujo su pulgar con fuerza y lo activó. Una especie de luz roja, similar a la de una luciérnaga, empezó a parpadear en el centro de la bola. Rajid la agitó con brío y, de pronto, la bola se iluminó de tal forma, que enseguida se distinguían algunos detalles de lo que había a su alrededor

- Muy bien. Ahora sólo falta esperar a que el agua se aclare y podremos empezar a explorar.

- No hace falta esperar Eva.

Rajid sacó, de un pequeño macuto, un tubo con la forma del genoma humano. Lo retorció y lo soltó para que se posara en el fondo del pantano. Cogió un mando a distancia con forma de detonador con gatillo, y activó el artefacto. Una sensación extraña recorrió los cuerpos de los buzos.

- ¿Qué ha sido eso?

- No te preocupes Eva. Mantén la calma.

La energía que desprendía el artefacto, agrupaba las partículas de polvo que turbaban las aguas hasta convertirlas en grandes bolas de arena fangosa. Cuando por fin se veía todo, los dos compañeros consiguieron ver cómo, poco a poco, el artefacto se cubría de tierra hasta que se transformó en una bola amorfa de casi cuatro metros cúbicos. Funciona –pensó Rajid-. Enseguida sacó otro artefacto y lo soltó a unos pocos metros del otro. Al activarlo, el fondo se removía y se adhería a él, dejando visible el mortero rojizo que cubría los restos de la ciudad de Alianoi.

       - ¿Qué demonios son esos trastos?

- Un separador de pulso reversible.

- ¿Cómo dices?

Eva aún no se creía lo que estaba presenciando.

- Es como un imán para la tierra. Me fijé en él cuándo investigaba los inventos de las empresas Nagato. Al parecer lo destinarán para la construcción de cimientos bajo el agua y enseguida supe que le encontraríamos una utilidad.

- ¿Lo destinarán?

- Sí. Aún están realizando pruebas.

Eva ladeó la cabeza y, a través de la máscara, miró a Rajid enfadada.

- ¿Me estás diciendo que no sabías lo que iba a hacer este chisme?

- Somos como un par de conejitos de indias. ¿Asustada?

- Es mejor que no te diga lo que pienso.

Cuando el segundo artefacto acabó su trabajo, la estatua de una mujer descansando sobre una concha de mar apareció. A su lado, una columna de soportes jónicos yacía tumbada y tras ella, más arena lodosa. 

- Creo que vamos a necesitar más chismes de estos –dijo Eva-.

- No te preocupes. He traído un montón.

- ¿Y qué hacemos con las bolas luminosas?

- Nada.

- ¿Y por qué no las apagamos para utilizarlas más tarde?

- La única manera de apagarlas es rompiéndolas o sacándolas fuera del agua. Funcionan con la presión que ejerce el agua sobre el orificio de silicona.

- ¿Puedes explicármelo?

- Creo que en la parte interna, un pequeño impulsor se activa cada pocos segundos.

-Ya lo entiendo –interrumpió Eva- el impulsor empuja la silicona hacia fuera y la presión del fondo la empuja hacia dentro.

- Exacto.

- Bombea energía como un corazón.

- Esa es la idea; o al menos eso creo.

Empezaron a ascender lentamente dejando tras de sí el iluminado fondo. La columna descubierta se difuminaba ante sus ojos conforme se alejaban y lo mismo sucedía con la dama de mármol. El burbujeante oxigeno que se escapaba de las válvulas al respirar, reverberaba entre la luz del fondo y la luz de la superficie como si un portal mágico, sacado de una película de ciencia ficción, hubiera aparecido de repente. Una anguila de rio, negra como el carbón, se asomó para ojear a los visitantes y se deslizó entre Rajid y Eva. Lo que el despistado animal no sabía, es que no se trataba de unos simples turistas, sino más bien de unos intrusos que ajetrearían su recién creado hábitat.

El juicio de los espejos. Las lágrimas de dios
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