Capítulo - L

En alguna parte de la ciudad de Dublín, Irlanda…

El frío mármol, calentado por una funda bordada a mano, cableada y acolchada, había sido transformado en un trono moderno creado por unos maestros talladores alemanes. En los posa brazos, dos cabezas de caballos inclinadas aguardaban ser acariciadas por su dueño; la base de ocho patas, anclándose por el propio peso del mármol sobre el suelo, estaban adornadas con hojas de paladio, rubíes y esmeraldas incrustadas. La mesa que presidía, también hecha de la misma manera, rara vez recibía más de un invitado a la vez, y en el centro de la habitación, una fuente de porcelana con cien diferentes tipos de árboles dibujados por toda la superficie, no dejaba de remover el agua hacia todas partes para que el elemento líquido no descansase. Los techos cubiertos con tapices que exhibían varias representaciones del siglo dieciséis, se alargaban hasta las cornisas de las ventanas, que rara vez recibían la luz del sol.

El anciano de barba larga sin bigote, se la teñía de negro para no perder la firmeza de su mirada ni el respeto de sus subordinados. Sus dos hijos habían muerto por culpa de los errores del pasado y desde entonces, su objetivo en la vida era el de defender el amuleto de sus antepasados a toda costa, sin darle mal uso como antaño. Los retratos de los descendientes perdidos colgaban en la pared frente al trono de mármol, y servían para recordarle al anciano lo frágil que es el cuerpo humano y lo fácil que es ser destruido por una idea o por una emoción.

Su temblorosa mano, cargada por los años, ya no le servía de mucho y más bien le estorbaba. Le desesperaba el castigo del tiempo y en sus ojos marrones únicamente se distinguía negrura y amargura, mientras sus pobladas cejas ocultaban las profundas arrugas de su frente. Con gran dificultad, alargó el brazo y agarró su bastón de caoba con el mango de cabeza de león, y se acercó al interfono.

- Mairy, prepárame el coche. Creo que me apetece pasear.

- Pero si en un par de horas será medianoche… ¿se encuentra usted bien?

- Mejor que nunca Mairy. Anda, no te preocupes tanto por mí y haz lo que te he pedido.

*

De vuelta en Turquía…

Tres zodiacs con seis ocupantes, echaban el ancla sobre el punto que marcaba el GPS, que era donde se encontraba el pico piramidal. Rajid decidió quedarse en tierra para intentar liberar al robot de su prisión hecha de crustáceos, aunque hasta el momento no parecía tener suerte.

Las embarcaciones las alinearon hasta formar una estrella de tres puntas. En el centro, quedó un hueco en forma de triángulo, donde Ryo quería abrir los portales. Hiro sacó su catana y empezó a limpiarla con un trapo hecho con fibras de cortezas de limón; le agradaba tanto la textura de la rara tela, como el sutil perfume a cítrico dulce que desprendía. Cuando la hora se acercó, Ryo ató la peineta con un sedal para pescar de acero fino, y lo sumergió en el agua.

- ¿Qué vas a hacer con tu catana? –preguntó Hiro-.

- Me la ataré en la muñeca con un pañuelo y cuando la golpees la sumergiré.

- ¿Estás seguro? Ya sabes cómo vibra la condenada.

- Sí, lo sé.

Ana, Selma, Tom y Alejandro, se colocaron en las partes traseras de las zodiacs para mantener el equilibrio en el caso de que fuese necesario. Ryo colocó un pie encima del borde para acercarse más al agua e Hiro se puso a su lado. La luz de la luna llena iluminaba la superficie del pantano, acariciándolo con sus rayos invisibles que, aun así, alteraban su paz y creaban numerosos círculos de ondas como si alguien estuviera lanzando minúsculas piedras en todas direcciones. Dos cabras sobre una colina mascaban un matojo verde que se les había escapado en anteriores ocasiones y miraban embobadas, una pareja secreta dejó de acariciarse aguardando con impaciencia el desenlace de lo que estaban viendo y que no se podían creer, y la vista de los dos espías, gélida y escrutadora, estaba fijada en los movimientos de Ryo y de sus compañeros.

Con un fuerte golpe de muñeca, el frío metal cortó el aire silbando una melodía mortal que había quitado el sueño a los hombres durante siglos y había inspirado poemas rebosantes con palabras de libertad manchadas de sangre. El silbido se ahogó en el agua, Hiro miró a la luna y a Ryo, y golpeó con fuerza su catana. La espada con el iridio empezó a temblar. A su alrededor, se formaron pequeñas gotas de agua que se condensaban de manera aleatoria y la removida superficie del pantano se calmó durante cinco segundos hasta que, repentinamente, comenzó a removerse de nuevo. Los pequeños copos de agua que luchaban por desprenderse de la alisada superficie, se estiraban creando gotas oscuras y transparentes. Las zodiacs se tambaleaban, sus ocupantes se sujetaron con fuerza entre ellos y los que observaban a lo lejos se frotaban los ojos para asegurarse de que no estaban soñando.

- ¡Sujetad a Ryo! –gritó Hiro-.

La enrojecida muñeca de Ryo soportaba un gran dolor. Él era fuerte, pero la furia de lo desconocido le superaba. Sin poder evitarlo, soltó la catana y se le hundió en el agua. Entonces, el brillo de la luna se concentró en el minúsculo triángulo formado por las embarcaciones y el pantano se agitó violentamente, y las gotas empezaron a separarse de la superficie creando un muro sobrenatural alrededor de los amuletos y sus poseedores.

- ¡No me lo puedo creer! –exclamó Selma-.

- No distraigas a Ryo –instó Tom-.

- Pero… pero…

Los seis miraron a su alrededor y vieron como llovía al revés. De abajo hacia arriba. Quisieron encontrar con la mirada el punto donde la lluvia acababa por encima de sus cabezas, pero no parecía tener fin. Los remolinos de viento arrastraban las oscuras gotas convirtiéndolas en una capa de niebla negra, y que caía sobre ellos en forma de vapor nocturno. Entonces, una luz procedente del fondo del pantano se unió a la de la luna, como si un gran tubo fluorescente atravesase el planeta a lo vertical, desde sus profundas entrañas hasta los adormilados ojos del satélite terrestre.

El rostro de Ryo apareció distorsionado en la luz. Era muy viejo, casi anciano. Con sus ojos rasgados, agrietados por el tiempo, y una larga barba que se perdía en las profundidades del elemento líquido, les habló con una voz cristalina como el viento, y que su eco alteraba la perfección del rayo luminoso.

- No debes tener miedo a tomar decisiones difíciles. La tierra y el agua pueden ser tus amigos, pero también pueden convertirse en tus enemigos.

- La naturaleza me impide acceder al lugar donde se encuentra el tercer amuleto –dijo Ryo-. Es imposible.

- Debes sortear las dificultades y afrontar los problemas. El anillo de Noé es escurridizo, y tiene memoria. Aún recuerda el uso que le dieron en otros tiempos y se niega a ser utilizado.

- ¿Los amuletos están vivos?

- Todo en el cosmos tiene vida. Algunas formas de vida viven tan sólo durante unos segundos de nuestro tiempo, otras necesitan siglos para pronunciarse. Y a ti te ha tocado proteger a todo lo animado e inanimado de este mundo.

La voz empezó a distorsionarse hasta que finalmente se apagó. La luz parpadeó un par de veces y otro rostro apareció. Era el de un Ryo tranquilo y feliz. Su extenso flequillo lucía una especie de trenzas con flores y la sonrisa de su rostro parecía que nunca iba a desaparecer.

- Busca en tu interior el valor de enfrentarte a ti mismo. El verdadero reto es tomar decisiones que dañaran a unos pocos, pero salvarán a cientos de miles.

- ¿Entonces debo ser cruel?

- En mi mundo yo nunca lo fui. Sin embargo llevo en mi corazón centenas de almas segadas por mi espada y mi soberbia. Un sacrificio necesario para que el resto del mundo conocido pueda vivir en paz.

- ¿El mundo conocido?

- Todos estamos conectados con todo. Gracias a los regalos del universo, las distintas civilizaciones esparcidas por nuestro planeta, crearon maravillas alineadas con las estrellas con una precisión asombrosa. Y a pesar de las distancias, en todas partes encontramos elementos comunes. El futuro de tu mundo te depara muchas sorpresas, pero no sé si serán las mismas que en el mío, así que será mejor que no te confunda.

- ¿Y cómo sigo?

- No puedo ser tan concreto. Lo que sí te puedo decir, es que no debes preocuparte por los enemigos que duermen bajo tus pies.

La voz se desvaneció y las aguas del pantano se agitaron con furia. De pronto, la lluvia cesó y se deshizo en el aire. Hiro y Eva se sentaron, Tom siguió sujetando a Ryo que se dispuso a recoger los dos amuletos y Selma miró a Alejandro desconcertada.

- Que extraños son esos personajes. Nunca me imaginaría a Ryo actuando de esa manera –dijo Selma-.

Ryo sonrió observándola de reojo y siguió con lo que estaba haciendo. Cuando sacó del agua la peineta y la catana, se quedó pensativo.

- Si no debemos preocuparnos por los enemigos que duermen bajo nuestros pies, eso quiere decir que probablemente alguien esté observándonos en este momento.

- Bien pensado –añadió Tom- pero si no debemos preocuparnos de ellos, propongo que no lo hagamos.

Una fuerte ráfaga de viento, proveniente de la nada,  removió las zodiacs y les pilló por sorpresa. Desde el fondo del pantano, un remolino de burbujas y barro empezó a emerger a una velocidad asombrosa. El remolino llegó a la superficie, y continuó subiendo hasta que se alzó por encima de las cabezas de los seis ocupantes. Tom echó a Ryo hacia atrás y el resto hizo lo mismo, pero Selma no reaccionó a tiempo y cayó sobre el remolino y desapareció.

- ¡Selmaaaaaaaaa! –gritó Alejandro-.

En lo profundo del agua, donde no se veía ni el final ni el principio, Selma aguantaba la respiración mientras su cuerpo se tambaleaba violentamente hacia todas partes pero sin despegarse de la gigantesca tira de agua revoltosa. Por algún motivo que no podía comprender, mantenía los ojos abiertos y ni la furia del movimiento, ni los restos de lodo y gravilla la dañaban. Por desgracia, los pulmones le apretaban el pecho y por la nariz le entraba agua que le escocía; quiso luchar y nadar para salvarse. Era inútil. Estaba confundida y asustada aunque durante un breve instante que a ella le pareció una eternidad, todo comenzó a tener sentido. El fondo se esclareció, la cúpula bajo la que se encontraba la estrella dorada y el amuleto se abrió de par en par igual que una lata de sardinas, retorciéndose por los dos lados; el escorpión gigante fue apartado y golpeado con la pared de la piscina y, de pronto, la tierra empezó a removerse. Miles de cangrejos cavaban como hormigas en una colonia. Un verde intenso apareció de la nada y una luz cegadora se introdujo en el furioso remolino. ¡Un obelisco!exclamó Selma hacia sus adentros-. Hecho de granito verde, el obelisco descansaba sobre el anillo de Noé. Filetero lo había escondido bien. No deseaba que nadie lo encontrase jamás y su espíritu que residía en las ruinas, no estaba dispuesto a permitirles hacerse con su tesoro, y su maldición.

- ¿Qué quieres?

La acuosa y fluida imagen de un ser atormentado y golpeado por el infortunio, apareció en el remolino. Con los ojos vacios, ladeó la cabeza y formuló la misma pregunta.

- ¿Qué quieres?

Selma no podía abrir la boca. Si llegase a hacerlo se ahogaría y se perdería en el fondo del pantano, puede que para siempre. Recordó el día en que su padrastro la rescato de los apilados cadáveres, y de cómo le enseño a sobrevivir; incluso a matar. Hoy no tenía opciones. Cualquier movimiento desesperado consumiría más oxígeno y cualquier intento de comunicarse la mataría. Deseaba cerrar los ojos para que ese horrible y sobrenatural ser no fuese la última imagen que se llevaría a la otra vida, pero era imposible. Ahora lo veía con más claridad. El difuminado rostro se encendía y se apagaba igual que un foco moribundo, mostrándose como humano y como calavera. Ya no tenía miedo porque sabía que de todas formas iba a morir. Alargó la mano y tocó la ilusión de una larga cabellera hecha de viento fangoso y agua blanquecina; la prisión del alma de Filetero estaba hecha de mentiras e ilusiones que la encadenaban firmemente con lo sobrenatural. Y de pronto todo paró.

*

En Nueva York, unas horas más tarde…

En el edificio Chrysler la ceremonia se iba a iniciar. Acércate –dijo la espesa voz-. En esta ocasión, el enfurecido poseedor del Tomahawk, había decidido revelar su secreto a un sabio anciano proveniente de la antigua, aunque no olvidada, tribu de los Apaches. Desesperado y malhumorado, vestido con su túnica negra y con la cabeza afeitada de nuevo, se encontraba de espaldas al anciano indio que había acudido a regañadientes y gracias a la promesa de una buena recompensa. Conocía muy bien la leyenda del arma iroquesa, que durante los turbios años de la conquista del oeste por los nuevos americanos, había caído en manos de su legendario hermano Gerónimo, y había devuelto la esperanza a su pueblo durante un breve periodo de tiempo. Era un arma de doble filo; muy traicionera. Al principio creyó que se trataba de una broma o de un capricho insignificante de un multimillonario. Hasta se rió hacia sus adentros cuando el mensajero del dueño del Tomahawk le pagó el precio que le pidió sin negociar ni un céntimo. Quiero mil dólares por cada pluma de mi vincha –propuso el anciano-. Y eso que eran doscientas doce las plumas que la adornaban. En un abrir y cerrar de ojos, el anciano tenía en sus manos un cheque con la cantidad que había pedido y un poco más por si las moscas; fue entonces cuando se percató de la seriedad de asunto e intentó rechazar el dinero. El trato está cerrado. Usted puso un precio y ya lo tiene cobrado. No hay marcha atrás. ¿Lo entiende?le dijo aquel día el mensajero-.

- ¿Estás preparado? –preguntó el hombre con la espesa voz-. Asegúrate de conseguir las respuestas que deseo, de lo contrario no me servirás de nada.

- No se trata de lo que yo diga –contestó el anciano- los espíritus no reciben órdenes de nosotros.

- Yo soy un dios. Y por ello tus espíritus deben obedecerme.

El apache se quitó la americana negra y la camisa para ponerse un colgante de huesos limados que le llegaba hasta la hebilla del cinturón. Que los dioses nos protejan –canturreó-. Sacó un bote de maquillaje de tres colores y se pintó la cara.

- Eso no será necesario –indicó el jefazo-.

- Usted tiene sus métodos, y yo tengo los míos.

- Como quieras.

El mecanismo de la sala se puso en marcha. La luz de la luna rebotó en los espejos hasta iluminar el altar donde se encontraba el amuleto, el agua recorrió los tubos de oro hasta espolvorearse por todas partes, y el preocupado anciano comenzó a ver destellos extraños a su alrededor, provenientes del Tomahawk.

- No disponemos de mucho tiempo –indicó la espesa voz- quiero saber dónde se encuentran el resto de los amuletos.

El reflejo de un indio joven, adornado con menos plumas y posando como si quisiera formar parte de un sello de veinte centavos, apareció. Miró anonadado al anciano de este mundo, con una expresión vacía y carente de experiencia y sabiduría, incapaz de entender que era lo que contemplaba en el otro lado del líquido destello. Los segundos transcurrían y las respuestas se escapaban en el silencio.

- Pregúntale lo que quiero saber –insistió el multimillonario-.

- Hola –dijo el anciano desconcertado- ¿Dónde puedo encontrar los otros amuletos?

- ¡El hacha que habla me ha escogido! –exclamó el joven del otro lado-.

- Eso lo entiendo, pero sabes dónde están los otros.

- ¿Hay más?

La voz que atravesaba el agujero negro se apagaba. En los ojos del joven se vislumbraba la incertidumbre junto a una profunda ambición y un desconcertante deseo. Observó la luz de la luna sin cegarse y sujetó el hacha de guerra con vehemencia. Alargó la mano para tocar al anciano y pronunció unas últimas palabras antes de desaparecer.

- Si existen más amuletos los encontraré. Así podré recuperar lo que nos robaron hace años.

El  brillo cesó y el hombre de la espesa voz se puso de cuclillas y se colocó las manos sobre la cabeza. Se la acarició con suavidad para no perder la compostura y permaneció quieto durante unos minutos.

- Lo lamento mucho. No me esperaba algo así.

- ¿Y qué te esperabas? Creía que eras el hombre más sabio de los indios americanos. Por lo visto me equivoqué.

Se puso de pie y se dirigió hacia el altar. Cogió el hacha, la sacudió y secó el resto de agua con su túnica.

- Me has hecho perder un tiempo muy valioso.

- Como ya le dije…

- ¡Cállate! Como no consigas lo que quiero la próxima vez, te mataré a ti y a todos los de tu tribu.

Enfurecido, acercó el hacha a la cabeza del anciano y le rajó el cráneo con la mirada. Ladeó la cabeza despreciándole y se dio la vuelta bruscamente.

- Medita sobre lo ocurrido y piensa como actuarás cuando te enfrentes a otro de tus yos. No existirá una tercera oportunidad.

Con pasos largos y firmes, el hombre de la espesa voz abandonó la sala dejando al desconcertado anciano en medio del charco de agua, mientras el reflejo de la luz lunar se recogía alejándose de los espejos, sumiendo el entorno de nuevo en la oscuridad.

El juicio de los espejos. Las lágrimas de dios
titlepage.xhtml
part0000_split_000.html
part0000_split_001.html
part0000_split_002.html
part0000_split_003.html
part0000_split_004.html
part0000_split_005.html
part0000_split_006.html
part0000_split_007.html
part0000_split_008.html
part0000_split_009.html
part0000_split_010.html
part0000_split_011.html
part0000_split_012.html
part0000_split_013.html
part0000_split_014.html
part0000_split_015.html
part0000_split_016.html
part0000_split_017.html
part0000_split_018.html
part0000_split_019.html
part0000_split_020.html
part0000_split_021.html
part0000_split_022.html
part0000_split_023.html
part0000_split_024.html
part0000_split_025.html
part0000_split_026.html
part0000_split_027.html
part0000_split_028.html
part0000_split_029.html
part0000_split_030.html
part0000_split_031.html
part0000_split_032.html
part0000_split_033.html
part0000_split_034.html
part0000_split_035.html
part0000_split_036.html
part0000_split_037.html
part0000_split_038.html
part0000_split_039.html
part0000_split_040.html
part0000_split_041.html
part0000_split_042.html
part0000_split_043.html
part0000_split_044.html
part0000_split_045.html
part0000_split_046.html
part0000_split_047.html
part0000_split_048.html
part0000_split_049.html
part0000_split_050.html
part0000_split_051.html
part0000_split_052.html
part0000_split_053.html
part0000_split_054.html
part0000_split_055.html
part0000_split_056.html
part0000_split_057.html
part0000_split_058.html
part0000_split_059.html
part0000_split_060.html
part0000_split_061.html
part0000_split_062.html
part0000_split_063.html
part0000_split_064.html
part0000_split_065.html
part0000_split_066.html
part0000_split_067.html
part0000_split_068.html
part0000_split_069.html
part0000_split_070.html
part0000_split_071.html
part0000_split_072.html
part0000_split_073.html
part0000_split_074.html
part0000_split_075.html
part0000_split_076.html
part0000_split_077.html
part0000_split_078.html
part0000_split_079.html
part0000_split_080.html
part0000_split_081.html