Capítulo - IIL
El ganado olía mal y les causaba demasiadas molestias, pero el camuflaje era perfecto y consideraron que el esfuerzo había merecido la pena. Los dos espías lo recopilaron todo, lo analizaron, estudiaron diferentes escenarios de actuación, exploraron los alrededores, volvieron a estudiar las diversas posibilidades y, con muchísima precisión, urdieron un plan.
Con diez experimentados hombres sería suficiente. Profesionales entrenados en el combate cuerpo a cuerpo, el robo, la extorsión, el manejo de armas cortas y mentalmente capaces de afrontar lo que les pudiera surgir. Diez maestros era un apuesta mucho mejor que cien lacayos sin experiencia.
- Dame e… el teléfono.
- Sí jefe.
Utengue continuó observando con los prismáticos mientras el tartamudo llamaba a Nueva York para dar comienzo a su plan.
- Le acabo de ma…mandar una lista de to… todo lo que necesitamos y de co… como nos vamos a administrar.
- Veamos lo que pone aquí –dijo la espesa voz-. Bien… vale… de acuerdo. Veo que esta vez no habéis dejado cabos sueltos.
- Eso esp… espero.
- Le daré la lista a Robert y se encargará de que dispongáis de todo en menos de dos días.
- Sería fant… fantástico. Utengue y yo empezaremos co… con los preparativos.
- No me falléis –dijo la espesa voz y colgó-.
El tiempo de pastoreo pronto llegaría a su fin. Los diez especialistas acudirían desde los cinco continentes y debían llegar de manera sigilosa. Sin llamar demasiado la atención. Utengue se había enterado que desde que cayó el granizo, un pueblo situado en la parte baja de la presa había sido abandonado. Con el pretexto de ayudar para su reconstrucción, una de sus empresas podría enviar a diez especialistas para el estudio y prospección de la zona que serviría para organizar y dar comienzo a los trabajos posteriores. Podrían llevar consigo maquinaria pesada para camuflar sus movimientos y pasarían el día midiendo y tomando notas para que los curiosos no sospechasen. Luego, una vez el amuleto se encuentre desenterrado y se pueda acceder a él con más facilidad, los diez se acercarían disfrazados de militares, les preguntarían cortésmente sobre sus investigaciones y hallazgos, tal vez serían invitados a tomar un café o un té para divagar sobre temas sin importancia, y en el momento oportuno actuarían. Les apresarían en un despiste de alegría y confianza, y se lo quitarían todo. El anillo, la peineta, la espada y si fuese necesario… la vida.