Capítulo - IV

La primavera llegaba a su fin, el verano ocupaba su trono en el ciclo de la vida terrestre y el luto aún moraba en el corazón de Ryo; los remordimientos en cambio, se disipaban. Esta noche, tras la marcha forzada del sol, una luna llena ocuparía el vacío de la brillante estrella y reflejaría sus rayos sobre la tierra convirtiéndolos de amarillo fuego, a gris azulado. La promesa de entrenar con la armadura de sus antepasados, le pesaba. Hiro y él, dedicaron tardes enteras en limpiar las motas de polvo centenarias incrustadas entre los encajes de seda. Puliendo las láminas de hierro oxidado junto con sus ornamentos de cobre, que nunca conocieron el olor y el tacto del alcohol puro ni la pasta de pulir. Comprobaron los gruesos cordones de seda, uno por uno, y el que se estiraba igual que un chicle mascado mientras encajaban la armadura, lo guardaban en una cajita amarilla con estampados de bonsáis y lo sustituían por uno nuevo. El casco lo desempolvaron y lo pulieron también. La máscara, echa de fino metal parecido al latón, cumplía con creces su función. Aterrorizar. Una obra de arte difícil de encontrar hoy en día. Con bastoncillos de algodón y mucho mimo, la dejaron como nueva y la guardaron. Demasiado valiosa y demasiado frágil para una noche de entrenamiento. Pronto todo estaba dispuesto, listo para que Ryo cumpliera con su promesa. Hiro le vistió con ademanes ceremoniales, de abajo hacia arriba, de la misma forma que lo habrían hecho hace mil años. Todo encajó a la perfección.

El joven discípulo y su leal maestro, se colocaron uno frente al otro y se reverenciaron. Un reloj de cuco, regalo de un embajador suizo y amigo de la familia, cantó las doce de la noche. Se sentaron de rodillas, y cogieron sus catanas con adulación convirtiéndolas en una extensión más de su cuerpo. Magnífica espada la de Ryo. Tres mil veces fue su hoja golpeada y doblada durante trescientas noches, con siete ayudantes y dos maestros de primera, que discutían si debía ser doblada tres mil y una veces o sólo esas tres mil. Una curva de media luna y un filo perfecto doblegaban los espíritus de la sangre y la convertían en un arma de precisión mortífera. Su empuñadura, simple; como la más común de las catanas diseminadas por todo el mundo. No llamaba la atención. Únicamente un diminuto orificio, recubierto con cuero raído, albergaba un extraño y reluciente metal que no encajaba de ninguna manera. Sin forma, sin belleza, sin identidad. Como si los maestros se hubieran cansado de tanto doblar y tanto discutir que decidieron crear una irónica imperfección sobre la perfección pura. Ryo dudó de su propósito pero no cuestionó su existencia.

- ¡Preparado! –gritó Hiro-.

- Preparado.

Los dos hombres levantaron las catanas y se precipitaron uno hacia el otro. El acero se acercó a sus entrañas pero no las tocó, ni la carne, ni el metal. Era igual que un baile de sombras. Dócil, armonioso, misterioso pero mortal. Un sólo error y el afilado filo de las armas podrían desgarrar sus finas capas de piel. Mutilándoles e incluso matándoles.

- Te estás haciendo viejo.

- Y tú te confías demasiado.

Las catanas se cruzaron y un golpe seco, con estruendo de si bemol, detuvo el chirrío de los grillos. El cuco cantó la una y no regresó a su madriguera; permaneció quieto, aguardando el desenlace de los acontecimientos. La catana de Ryo empezó a temblar y sin ningún motivo aparente, emitió un cegador destello, igual que el de una cámara fotográfica de los años veinte pero sin el olorcillo a azufre quemado. ¿Qué demonios ocurre? –Ryo se sobrecogió y soltó la espada-. Su punta atravesó la fértil tierra, clavándose a más de cinco centímetros de profundidad. La luna velaba por ella y un halo grisáceo apareció en el reflejo de su hoja.

- Ryo… acércate.

La voz metálica y reflectante confundió a los dos guerreros obligándoles a mirarse, intentando averiguar quién de ellos había exhalado esa gélida frase. Dudaron de su lucidez y se acercaron a la espada, que a pesar de estar clavada en la tierra, aún vibraba del golpe.

- Debes escucharme con atención –pronunció la gélida voz-. No dudes de mis palabras ni de mis intenciones. Yo soy tú, pero en otro futuro y otro lugar. Pronto entenderás como se abren los portales y como has de usarlos. De momento, acércate al despacho del abogado familiar y sólo tienes que decirle esta frase “Me presento para el juicio de los espejos”. Y nada más.

La voz cayó y la espada, que antes era casi imposible sujetar por su enérgico tembleque, se paralizó. Los grillos volvieron a chirriar y una nube invisible disfrazó la luz de la luna convirtiéndola en penumbra.

- ¿Qué ha pasado?

- No lo sé Ryo, pero debes creer las palabras de la voz.

- Te has vuelto loco. ¡Las espadas no hablan!

- Pues esta espada habló.

- ¿Y cómo estás tan seguro de que no hemos enloquecido?

- Porque hace mucho tiempo, tu padre me dijo que cuando oyera una frase refiriéndose a un juicio con espejos, sería el momento de afrontar mi destino. Y tú el tuyo.

- Hiro ¿qué es lo que no me cuentas?

- Nada. Cuando tu padre me lo dijo no le presté atención. Era joven. Mucho más que tú ahora.

-…

- Sólo sé que llegó la hora. Lo presiento –Hiro alzó la mirada hacia la luna que se liberaba del manto de la nube-.

- Confío en ti Hiro. Si dices que llegó la hora… así debe de ser.

Los dos permanecieron sentados en la fértil tierra durante muchas horas. Los cerezos que hace poco lloraron la muerte de Wataru, auto mutilándose, ahora parecían danzar bajo la influencia de un extraño hechizo. Al fin felices. Sobrenatural –pensó Ryo aquel día-. Y lo mismo pensaba ahora. El hormigueo de la mano, provocado por el choque de las espadas le duró toda la noche y también durante la mitad del día siguiente. Le molestaba, pero también le hacía sentirse vivo. Un chute de adrenalina recorría su cuerpo, mucho más fuerte que el que recibía de su espina dorsal durante sus improvisados entrenamientos de callejón. En la calle se encuentra la sabiduría, y hay que buscarla –opinaba Ryo y arrastraba a Hiro en busca de maleantes de tres al cuarto por toda la ciudad-. Eso ya pertenecía al pasado. Anécdotas que contar durante una borrachera de sake o para enamorar alguna chiquilla desprevenida. 

Hiro y Ryo, se confesaron sus más profundos y oscuros secretos, pero sin hablarse, lo hicieron sólo con la mirada. Su complicidad había alcanzado tal punto, que sentían el corazón del otro por la intensidad de sus palpitaciones e intuían su estado de ánimo y lo que necesitaba. El sirviente lo presenció. Casi al amanecer, abrazó a su pupilo y se retiró a descansar. Era la cuarta vez que lo había hecho durante todos estos años porque era la cuarta vez en la que Ryo necesitaba un abrazo de verdad.

El juicio de los espejos. Las lágrimas de dios
titlepage.xhtml
part0000_split_000.html
part0000_split_001.html
part0000_split_002.html
part0000_split_003.html
part0000_split_004.html
part0000_split_005.html
part0000_split_006.html
part0000_split_007.html
part0000_split_008.html
part0000_split_009.html
part0000_split_010.html
part0000_split_011.html
part0000_split_012.html
part0000_split_013.html
part0000_split_014.html
part0000_split_015.html
part0000_split_016.html
part0000_split_017.html
part0000_split_018.html
part0000_split_019.html
part0000_split_020.html
part0000_split_021.html
part0000_split_022.html
part0000_split_023.html
part0000_split_024.html
part0000_split_025.html
part0000_split_026.html
part0000_split_027.html
part0000_split_028.html
part0000_split_029.html
part0000_split_030.html
part0000_split_031.html
part0000_split_032.html
part0000_split_033.html
part0000_split_034.html
part0000_split_035.html
part0000_split_036.html
part0000_split_037.html
part0000_split_038.html
part0000_split_039.html
part0000_split_040.html
part0000_split_041.html
part0000_split_042.html
part0000_split_043.html
part0000_split_044.html
part0000_split_045.html
part0000_split_046.html
part0000_split_047.html
part0000_split_048.html
part0000_split_049.html
part0000_split_050.html
part0000_split_051.html
part0000_split_052.html
part0000_split_053.html
part0000_split_054.html
part0000_split_055.html
part0000_split_056.html
part0000_split_057.html
part0000_split_058.html
part0000_split_059.html
part0000_split_060.html
part0000_split_061.html
part0000_split_062.html
part0000_split_063.html
part0000_split_064.html
part0000_split_065.html
part0000_split_066.html
part0000_split_067.html
part0000_split_068.html
part0000_split_069.html
part0000_split_070.html
part0000_split_071.html
part0000_split_072.html
part0000_split_073.html
part0000_split_074.html
part0000_split_075.html
part0000_split_076.html
part0000_split_077.html
part0000_split_078.html
part0000_split_079.html
part0000_split_080.html
part0000_split_081.html