Capítulo - XXIX

La noche se acercaba demasiado deprisa y un mal presentimiento alertó a Hiro. La peineta le quemaba las manos y no era capaz de dejar de arquear el entrecejo. El odio le invadía, la tensión se le acumulaba y las piernas le empezaron a temblar.

- ¡Ryo!

Su grito interrumpió las labores de los obreros que habían colocado la piedra del boquete en su sitio y que poco a poco, volvían a cubrir la pirámide con la roca y la tierra extraída, junto con los restos de sus enemigos. Selma miraba constantemente se reloj con impaciencia y Tom calibraba su arma una y otra vez, pero esta vez para matar el tiempo.

- Espero que no le haya pasado nada a mi furgoneta –dijo Gan el gorila-.

La fulminante mirada de Hiro penetró en su diminuto cerebro y le obligó a retroceder unos pasos. Por poco se le caen los pelos del susto. Agarró una pala del suelo y, disimuladamente, se dispuso a trabajar con el resto, algo que aún no había hecho hasta el momento. E Hiro, más inquieto que antes, empezó a calibrar la situación y a barajar las posibilidades; incluso sin agradarle los resultados.

*

Cerca de la capital mongola…

- Esta vez lo hemos conseguido –dijo el capitán-.

- Deja… déjame ver el am… amuleto.

- ¡No! El amuleto no lo tenemos.

El tartamudo se echó las manos a la cabeza y gimió con desesperación. Utengue, que permanecía al lado del capitán con una sonrisa en la boca, se percató de la situación y decidió agachar la cabeza sin pronunciar ni una palabra.

- Vale que… que uno no sea capaz de con… conseguir lo que se nos ha ordenado. Pero que… que los dos seáis unos imbéciles, eso no… no me lo esperaba.

- Hemos matado a Ryo –interrumpió el capitán-. Junto al cerebrito y a la escaladora.

- Eso lo… lo cambia todo.

Tras escuchar esas palabras permaneció pensativo durante unos segundos y se mostró disgustado. Sabía que Ryo era el elegido y que aprovechándose de ese hecho, alcanzarían su objetivo antes de lo previsto. Aún y así, el tartamudo de sangre fría y modales de salón, se reconcomía por dentro e intentaba anular los motivos personales que le enlazaban con Ryo, ya que su pérdida sólo le convertía en un eslabón más débil. Se apartó de los otros dos y cogió su teléfono para informar, mientras disimulando, se secaba una escurridiza lágrima que le acariciaba la mejilla. Buen viaje mí querido Ryo. Muy pronto nos volveremos a ver –pensaba sin tartamudear y marcaba el número de su jefe-.   

*

La furgoneta expulsaba humo negro y vapor gris. El olor a aceite quemado, gasolina sin plomo y plástico fundido, ahuyentó a una pareja de escorpiones que se habían asomado, a un topo pelado, y a un saltamontes que pasaba por casualidad. La puerta del conductor chirriaba de tal manera, que parecía llorar la pérdida de su inmaculada carrocería y de su impecable motor. Ya no se pasearía por la extensa estepa, ni cargaría con botines de despistados, ni volvería a relamer la superficie del dulce y alquitranado asfalto. Ahora la carretera por donde circulaban los demás coches se le antojaba lejana e imposible de alcanzar. Por suerte, un autobús lleno de turistas divisó la estela de humo a lo lejos y se detuvo. Unos pocos valientes comenzaron la caminata hacia el lugar del siniestro y otros tantos, esperaron expectantes junto a las mujeres y los niños.

- ¡Hola! ¿Hay alguien ahí?

El teniente de las fuerzas aéreas americanas enseguida se fijó en la chapa destrozada por las balas y en los casquillos de la Gatling esparcidos por el terreno.

- ¡Madre mía! No os acerquéis… mejor regresad al autobús –dijo el teniente-.

- ¿No necesita nadie nuestra ayuda? –contestó uno de los turistas-.

- Aquí no hay nada que hacer…

Preocupado por las familias que aguardaban en el autobús, registró los alrededores con premura y se decidió por el bien de todos, a regresar y a seguir con la excursión. Aquí no ha habido ningún accidente. Aquí hubo una masacre, y no quiero meterme en líos. -Pensó el teniente-. Además, por lo visto ya han hecho una limpieza general.

*

A catorce kilómetros del lugar del siniestro…

- Me huele a mierda.

- ¿Te has mirado los calzoncillos?

- Eres muy gracioso Ryo, pero como te podrás imaginar… no me hace ninguna gracia.

- Basta ya chicos. Me duele la espalda, los riñones, la cabeza y los pies; y todo eso sin haber tenido sexo –intercedió Eva- ¿por qué no os ahorráis las chorradas para cuando lleguemos al campamento?

- Me temo que para eso todavía falta mucho –aclaró Ryo-.

- De todas formas a mí me sigue oliendo a mierda y por si acaso, he comprobado si he sido yo.

- ¿Y lo eres?

- No Ryo… ¿a lo mejor eres tú?

Ryo se tocó el pantalón por debajo de la entrepierna y palpó con suavidad.

- Empezaba a dudar, pero no. Yo huelo a gasolina y sudor, pero no a mierda. ¿Y tú Eva?

- Ni hablar; a mí dejadme fuera de vuestros absurdos jueguecitos. Seguid discutiendo entre vosotros que así por lo menos me mantenéis entretenida y no pienso en la caminata.

Cansado de las constantes protestas y del asqueroso humor de su amigo, Ryo se acercó a Alejandro con la intención de darle a entender que ya era suficiente. Cuando se postró frente a él, levantó el dedo índice, evitando airear el dedo corazón, y meditó las palabras que quería pronunciar.

- ¡Maldita sea! Tienes razón… aquí huele a mierda.

- Si os lo llevo diciendo desde hace más de una hora.

- Pensaba que bromeabas.

- Pues no se trata de ninguna broma y como ya os he dicho… yo no he sido.

Empezó a olisquear a su compañero con inquietud. Primero la zona del abdomen, luego por los brazos, subió a los hombros y finalmente le obligó a darse la vuelta y le olisqueó una plasta pegajosa que le colgaba por el pelo.

- ¿¡Pero cómo no va a oler a mierda si te está colgando por la cabeza!? –exclamó Ryo-.

- ¿Qué me dices? Por eso notaba yo mi cabeza hecha una plasta.

Eva intentaba mantener la compostura, pero al acercarse y nada más ver la boñiga que le colgaba a Alejandro por el pelo y que se restregaba por todo su cuello, empezó a reírse a carcajadas.

- Menuda suerte –dijo Eva- me apuesto lo que queráis, que si os ponéis a buscar un pedazo de zurullo como este en toda la estepa, no conseguiréis encontrarlo ni dentro de un mes.

- Seguro que es mierda de caballo –comentó Ryo riéndose-.

- O de burro; no me fastidies. Anda quitádmela y dejaos de cachondeo, que bastante tengo con soportar el dolor de cuello que tengo.

- ¡No me sorprende! –añadió Eva-. Con el peso muerto que llevas paseando durante todo este tiempo.

Se agarró la barriga y se dobló como una percha, intentando no caerse del ataque de risa. Alejandro se enfuscó, resopló, empezó también a reírse y se abalanzó sobre su desprevenida compañera.

- Desde luego, si nos paramos a pensarlo, hemos tenido “mucha mierda” –dijo Ryo acercándose.

En un momento de despiste, Alejandro agarró a su amigo por el tobillo y lo tiró al suelo junto a Eva. Los tres descansaron durante unos minutos, riéndose, hablando de lo sucedido y dándose alguna que otra palmadita a modo de alabanza. El campamento se encontraba lo bastante cerca como para no preocuparse demasiado, y lo suficientemente lejos para fastidiarles ese pequeño momento de relax. 

El juicio de los espejos. Las lágrimas de dios
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