Capítulo - LXIV

- Espero que no te importe acompañarme –dijo el irlandés mientras invitaba a Ryo a entrar en su Rolls Royce-.

- Yo…

- ¡Ohhh! No te preocupes por tus amigos. Están en buenas manos.

Ryo miró desconfiado.

- Únicamente pretendo estás a solas contigo durante unos instantes y comprobar que lo que vi durante la última luna llena no ha sido ningún error.

- Creo que no te entiendo –replicó Ryo-.

- Entra en el coche e intentaré contestar a todas tus preguntas. Y con sinceridad.

El interior del coche, de madera lacada, parecía una sala de estar perteneciente a un palacio victoriano. Incluso los asientos estaban hechos de madera aunque lo que destacaba ante todo, eran los enormes cojines forrados con piel de zorro que resultaban desagradables de ver, aunque nada incómodos para sentase. Mi trasero me pide demasiadas comodidades. Cosas de la edad –aclaró el anciano después de fijarse en cómo se sorprendió su invitado-. Para romper el hielo, tocó un botón situado detrás del asiento del conductor y dos puertas se abrieron, revelando un pequeño mostrador con botellas de cristal de bohemia repletas de whiskey, unas copas a juego, y una cubitera con hielo.

- Permíteme que te sirva un poco de whiskey irlandés. Lo fabrican exclusivamente para mí. Nada que ver con esa bazofia americana ni con esas imitaciones japonesas.

- Fingiré que tienes razón y aceptaré tu whiskey como el mejor. No sería inteligente por mi parte llevarte la contraria ya que me vas a entregar uno de los amuletos ¿verdad?

- Créeme; tras perder a mis dos hijos no deseaba vivir, pero tampoco podía permitir que el brazalete cayera en las manos equivocadas. Para mí es un alivio poder desprenderme de él y así vivir en paz lo poco que me queda de vida.

Ryo se bebió de un trago la inmejorable bebida y extendió el brazo.

- Así me gusta. ¿Otra copa? –dijo el anciano-.

- Por favor.

- Ahora dime ¿qué es lo primero que quieres saber?

- Desde el principio me he preguntado una cosa.

- Continua.

- A ver. No entiendo cómo es que en la antigüedad los poseedores de los amuletos levantaron inmensos imperios, y con la información que recibo yo ahora apenas puedo esquivar a mis enemigos. Incluso siento como si me pusieran a prueba constantemente, confundiéndome con acertijos y enigmas.

- Verás, hace unas pocas horas te encontrabas en Grecia y ahora estás aquí, en Irlanda. La velocidad con la que suceden los acontecimientos hoy en día, no es la misma con la que sucedían hace cinco mil, o dos mil, o incluso cien años. Ten en cuenta que al abrir el portal, entramos en contacto con un universo paralelo, o al menos eso tengo entendido. Quien se encuentra al otro lado simplemente te ofrece la pista que le sirvió a él de ayuda para encontrar el amuleto, para salvar su vida, para conseguir más beneficios o cualquier otra cosa. Se espera que a ti te sirva de guía para conseguir lo que buscas.

- ¿Y cómo sabe mi yo de otro mundo que seguiré los mismos pasos?

- No lo sabe. No creas que el futuro está planeado, en realidad las decisiones que tomamos cada día marcan nuestro futuro.

- Entiendo; y como en nuestra época podemos tomar decisiones en menor escala de tiempo y a su vez disponemos de más opciones, los universos paralelos que se generan son inmensamente infinitos.

- Algo parecido. También influye la clase de persona que eres.

- ¿Y eso? –preguntó Ryo-.

- ¿No te has preguntado por qué el desalmado que persigue los amuletos, no lo hace solo? En realidad su yo malvado ha vivido las consecuencias de sus actos en otro universo, y como no quiere que vuelva a suceder, no le ofrece ninguna información, ni le brinda la oportunidad de demostrar lo contrario.

- Pues debería darse por vencido.

- Jajaja. Sí que debería. El problema es que cree que, tarde o temprano, dará con uno que confíe en él y así conseguirá información.

- Eso es ridículo. Si sus acciones le conducen a destruir el mundo, ninguno querrá ayudarle.

El anciano borró su sonrisa de la cara y se acabó el whiskey.

- Anda; sírvele otra copa a este anciano y ponte otra tú también.

Ryo asintió.

- Verás –continuó el anciano- estoy seguro de que el desalmado es prepotente, embustero y feo, pero no creo que sea tonto. Seguramente existirá un mundo donde haya conseguido dominar al hombre, doblegar su voluntad y gobernar con puño de hierro sin llegar a destruirlo todo. Y cuantos más amuletos tenga y más contactos consiga en el menor tiempo posible, más aumentan las probabilidades de que se haga con esa información. De todas formas, lo de… destruir el mundo suena muy apocalíptico ¿no te parece?

- Pero de eso se trata ¿no? De salvar el mundo.

- ¿Acaso hace falta despojarlo de poderosos amuletos y hombres sin escrúpulos para salvarlo?

Sonrió el anciano.

- Anda; lléname el vaso.

Ryo obedeció con gusto. El irlandés miró su copa arrimada a sus labios y volvió a sonreír, hasta que se le escapó una carcajada.

- No le veo la gracia –dijo Ryo confundido-.

- Ohhh. Perdóname mi joven amigo; porque somos amigos… créeme. No pretendo ofenderte pero es que mis viejos y cansados ojos ya han visto demasiadas cosas. Sé que no es necesario el poder de los amuletos para destruir el mundo; la humanidad se basta por sí sola.

Miró seriamente a Ryo y vació su copa.

- Todos los días suceden cosas espantosas. Quemamos todo lo verde que nace a nuestro alrededor con el fin de cosechar más riquezas que únicamente alimentan nuestro ego. Las selvas desaparecen, los polos se derriten, el mar se agita y los volcanes se enfurecen. No te equivoques amigo mío; no necesitamos los amuletos para destruir el mundo. De eso no me cabe ni la menor duda.

- Y entonces ¿qué debo hacer?

- Me temo que por mucho que te pueda contar, esa parte tendrás que descubrirla por ti mismo.

El juicio de los espejos. Las lágrimas de dios
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