Capítulo - IVL

- Cuando actives el dispositivo, sal de ahí dentro de inmediato ¿de acuerdo Eva? –dijo Rajid por radio-.

- Entendido. Lo activo y salgo a toda prisa.

El siseo que resonaba por los altavoces del receptor en la superficie se asemejaba al molesto ruido de los mosquitos durante la noche. Nadie sabía cómo iba a funcionar el artefacto dentro de un espacio cerrado. Los buzos se alejaron lo suficiente como para considerar la distancia segura y los de la superficie aguardaban impacientes el resultado.

- Todo listo –indicó Eva-.

El suelo de los antiguos baños, comenzó a despejarse; la silueta de la piscina se hacía cada vez más visible y la mirada obsesiva del guardián del tesoro permanecía inmutable.

- Ha parado de recoger.

- ¿Cómo dices Eva?

- El artefacto se ha parado.

- ¿Se ve ya la estrella dorada? –preguntó Ryo-.

- No. Aún queda bastante tierra. Entraré para activar otro aparato.

- De acuerdo pero ve con cuidado.

A primera vista, la estructura no se veía afectada. La bola formada por los restos del fondo se había posado en el centro de la piscina dificultando la activación de un dispositivo nuevo.

- ¡Ryo! ¡Tom! Tenemos un problema.

- ¿Qué ocurre? –preguntó Tom-.

- Tenéis que entrar para mover la bola de lugar.

- ¿Eso se puede hacer?

- No lo sé –contestó Rajid desde la superficie- consultaré el manual.

- Date prisa o nos veremos obligados a salir –indicó Ryo- creo que no deberíamos permanecer bajo el agua durante mucho más tiempo.

Durante el tiempo de espera, Eva cogió una bola luminosa y se la llevó dentro de la estructura. Los rayos de luz reverberaban en el interior de la sumergida cúpula metálica, creando estelas de diminutos arcoíris que desaparecían como manchas vaporosas sobre un lienzo mojado. Una despistada trucha acudió para ver el espectáculo. Los cúmulos de luces de colores atraían a toda clase de miradas. Desde la superficie, los anonadados espectadores no se creían lo que sus ojos estaban contemplando. La alisada capa de agua se parecía a una barrera mágica que separaba lo mundano de lo sobrenatural, y lo que ocurría en su fondo era como si un grupo de experimentados artistas estuviera representando la función de teatro de sombras más extravagante del mundo.

- Creo que no se recomienda trasladar las bolas.

- ¿Estás seguro Rajid? –preguntó Eva-.

- No exactamente.

- ¿Entonces?

- Puede que será mejor que salgáis hasta que me asegure del todo.

Eva se acercó a la bola y la tocó con la mano.

- Parece bastante sólida.

- Pues adelante –dijo Tom y se metió en la estructura-.

Ryo le siguió y entre los tres empezaron a palpar la superficie de la bola para cerciorarse de que no había ningún peligro aparente.

- ¡Vale, hagámoslo a la de tres! –indicó Eva-. Uno… dos… y tres.

Con relativa facilidad acercaron la enorme bola hacia el bordillo de la piscina.

- Ahora hay que hacer más fuerza.

Ryo y Tom asintieron y se colocaron por la parte inferior para hacer fuerza hacia arriba.

- ¡Otra vez a la de tres! –continuó Eva-. Uno… dos… y tres.

Durante un instante parecía que la bola se iba a deshacer pero sólo resultó ser un efecto óptico provocado por la intensa luz que se reflectaba en los cristales de la estructura.

- Menos mal. Pensaba que la habíamos fastidiado –dijo Tom-.

- ¿Estáis bien ahí abajo?

- Sí Rajid. No os preocupéis –contestó Eva- ya hemos sacado la bola de la piscina y lanzaremos el siguiente artefacto.

- De acuerdo. Menos mal que no os falta la suerte.

Activaron el extraño tubo y salieron rápidamente. El nivel de tierra bajaba gradualmente y las paredes de la piscina cada vez eran más visibles. El mosaico del desenfrenado nado de unos delfines azulados apareció de repente. Las olas del mar con sus puntas espumadas estaban representadas en las equinas y unas redondeadas bolas marrones emulaban las piedras de las playas. En el fondo de la piscina, bajo la pétrea mirada del guardián, apareció una estrella dorada que decoraba el centro y que estaba rodeada por otros puntos dorados con flameante cola. El sol bañado por una lluvia de meteoritos –pensó Eva nada más verlo- este debe de ser el lugar.

- ¡Ya lo tenemos!

El equipo de superficie gritó con júbilo y se abrazaron; los que estaban bajo el agua levantaron los pulgares y sonrieron, y unos ojos extraños que curioseaban desde un punto no muy lejano, observaban alegremente el desenlace de los acontecimientos.

*

- Estamos siguiendo desde mu… muy cerca los progresos de… del equipo. Tal y como le… le dijeron, están todos.

- No quiero que os precipitéis –ordenó la espesa voz-. Aún falta desenterrarlo y las operaciones submarinas son muy laboriosas y costosas. Es mejor que se encarguen ellos y cuando acaben, entonces nos hacemos con el amuleto. ¿Entendido?

- Así lo… lo haremos.

El tartamudo continuó observando desde la orilla contraria con sus prismáticos digitalizados. Llevaban un par de días vigilando y registrando las actividades de los siete sin llamar demasiado la atención. Disfrazados de lugareños, Utengue y él pastoreaban a un rebaño de ovejas que su desconcertado dueño les había alquilado gustosamente. No entendía por qué querían pagar el equivalente al valor de todo el ganado sólo para llevarlo de paseo y para alimentarlo. Tampoco le importaba demasiado y sin pensárselo dos veces se gastaba el dinero en la taberna de su pueblo, en cafés con poso espeso y dulces de almendra recubiertos con azúcar glas.   

*

- Ahora que sabemos dónde hay cavar, debemos encontrar la forma de hacerlo –explicó Hiro-.

Alejandro se arrimó a la orilla y observó el fondo.

- Necesitamos cortadores de piedra impermeables, y que aguanten la presión de los treinta metros de profundidad. Luego levantaremos el suelo de la piscina lentamente para no dañarlo y veremos a qué clase de material nos enfrentamos.

- Espero que no sea roca como la que encontramos en Mongolia –mencionó Selma-.

- Ahora que lo mencionas, me temo que va a ser lo más probable –continuó Alejandro- si ese fuera el caso, la cosa se nos complicaría mucho y necesitaríamos herramientas de todo tipo para poder desenterrar el anillo.

Rajid, que permanecía de pie y con los brazos cruzados se esforzaba por ocultar su sonrisa.

- Me gustaría enseñaros una cosa que he encontrado en el catálogo de los laboratorios Nagato. Si sois tan amables de acompañarme.

Con la cabeza bien alta y con cierto aire de superioridad, Rajid se acercó al resto de las cajas metálicas que aún estaban sin abrir.

- Tom, Ryo, echadme una mano.

Alinearon las cuatro cajas restantes y las abrieron una por una. Dos hélices protegidas por aros de aluminio, un motor eléctrico de veinte horas de autonomía y con suficiente fuerza como para arrastrar un coche con el freno de mano puesto, dos brazos articulados, bombas de aceite, engranajes, muelles hidráulicos, un brazo de uso genérico para ensamblar distintos tipos de herramientas, cámara de video con infrarrojos, y toda clase de piezas para ensamblar un robot submarino.

- Os presento a UR-100-LA, o como a mí me gusta llamarla, Úrsula.

- ¿Es una mujer? –preguntó Hiro-.

- ¿Acaso importa?

- No, no. Para nada. Únicamente preguntaba.

Hiro se acercó a las cajas para ojearlas más de cerca y para alejarse de la fulminante mirada de Eva.

- Según mis cálculos, y si Alejandro y Selma me ayudan y no se equivocan demasiado, lo tendré montado en un par de días.

Ryo sabía que el tiempo no jugaba a su favor. En menos de una semana habría luna llena y el tercer amuleto aún se encontraba a buen recaudo, pero muy lejos de estar en su poder. Muy pronto sus enemigos se enterarían de que no estaba muerto, si es que no lo habían descubierto ya.

- Pues no perdáis más tiempo y a trabajar.

Hiro ojeó los planos del robot. Sin duda se trataba de tecnología punta aunque, a veces, el hombre con sus herramientas no conseguía vencer a los elementos naturales. La combinación de tierra y agua era una de las más resistentes. Una obstaculizaba el acceso transformando lo solido en escurridizo y la otra formaba una barrera que había de ser traspasada.

El juicio de los espejos. Las lágrimas de dios
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