Capítulo - XXII

Tom estaba de guardia cuando la no tan impoluta furgoneta, ensuciada a causa de los innumerables baches y el polvo, se detuvo delante de sus narices. Como prevención, golpeó con fuerza sus botas de serpiente en el suelo y acarició el gatillo de su revólver, impaciente por averiguar la identidad de los ocupantes.

- Tranquilo vaquero –dijo Ryo-. Somos nosotros… y nuestro nuevo guía.

- Más que un guía parece un mono mareado.

- ¡Gorila! –aclaró Selma-.

- Eso, gorila. ¿De verdad crees que este tipo nos llevará a alguna parte?

- Sí –dijo Ryo tajantemente-.

- Tu dialéctica y argumentos me han convencido como de costumbre –bromeó Tom-. Si este orangután es quien nos conducirá hasta la tumba de Gengis Kan, bienvenido sea.

- ¡Gorila! –aclaró de nuevo Selma-.

- Vale, vale… gorila.

- Despierta a todo el mundo y que se prepare; nos vamos de inmediato –ordenó Ryo-.

En cuestión de minutos, el campamento que habían montado hace tan sólo unas pocas horas fue levantado y todo el mundo estaba listo para marcharse. No tardaría mucho en amanecer. Rajid avisó a la central de taxis para que enviaran media docena de vehículos, que les costaría el doble de lo normal por culpa de la tempranera y las prisas. Hiro se acercó orgulloso a su pupilo, contemplando a un joven que se había convertido en hombre. ¿Tuviste algún problema?preguntó con disimulada templanza-. Sólo un par de moscas en mi sopa –contestó Ryo con una irónica sonrisita en la boca- nada más. La furgoneta ya estaba cargada hasta los topes. Por los laterales del Toyota colgaba alguna que otra cacerolilla, un par de calcetines mojados, tres pantalones de Eva que quería airear, dos cuerdas para rápel y la funda de una tienda que al desgarrarse la utilizaban a modo de bandera improvisada.

La caravana de taxis llegó a deshora. Más tarde de lo que se comprometieron aunque antes de lo esperado. La improvisada reunión tuvo como epicentro las afirmaciones de Gan el gorila que, mientras Alejandro las tachaba de increíbles, Eva resoplaba a causa de la molesta peste a alcohol y alcantarillado que salía de su boca.

- ¿Qué pasa? ¿Por qué habéis pedido un taxi para cada uno?

Rajid, al ver que Ryo se había molestado, levantó la mano.

- No sabía que podíamos contar con la camioneta.

Todos le miraron a la vez.

- ¡Nadie me lo dijo! ¿Cómo iba yo a saberlo?

- Ya no importa. Así iremos más cómodos.  

Ryo se rascó la barbilla porque intuyó que se vería obligado a llamar al abogado para que le transfiriera más fondos, mucho antes de lo previsto.

- Ahora que sabéis a dónde vamos y conocéis la historia de nuestro guía ¿alguien tiene algo más que añadir?

Nadie abrió la boca.

- ¡Vamos! ¿Qué habéis estado haciendo? Contadme lo que os han contado los de la excavación.

Alejandro sacó una pequeña libreta y empezó a exfoliarla con sumo interés y a revisar los cuantiosos apuntes.

- Ghm, ghm. Veamos. El jefe de la expedición francesa, está liado con la catalogadora del equipo americano, que a su vez, de vez en cuando según dice ella, le gusta catar el surtido ibérico y me guiñó un ojo. Los japoneses me parecieron muy sosos, sin ofender, y los alemanes… bueno, que puedo decir de los alemanes. Me invitaron a una cerveza que jamás olvidaré. Con su consistente y espesa espumita que se te pega en los labios, mientras el refrescante sabor a malta te acaricia el paladar. De los obreros mejor ni hablamos. Te puedo contar de todo. Sus tejemanejes se podrían comparar fácilmente con la más enrevesada de las tragedias griegas donde…

- Mejor déjalo estar. En resumidas cuentas, desvelasteis los cotilleos de todo el yacimiento… enhorabuena.

Ryo pretendía aparentar disgustado. Todos esperaron su reprimenda hasta que se dieron cuenta de que se estaba riendo a carcajadas. La sesión se levantó y todos se repartieron entre los taxis, quedándose dos sin pasajeros pero que les siguieron igualmente puesto que ya les habían abonado la carrera.

El juicio de los espejos. Las lágrimas de dios
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