Capítulo - LX

El vuelo comercial FR9853 de la compañía Ryanair, partía desde Atenas con destino a Dublín. El piloto informó a los pasajeros de la temperatura, la velocidad del viento, la hora local y un par de cosas más sobre la ciudad de Dublín, que la mayoría de pasajeros ni escucharon, ni les importó lo más mínimo. Las azafatas se dispusieron a repartir tarjetas de rascar con premios que nunca tocan a nadie, luego recogieron las latas de refrescos y los envoltorios de sándwiches, hasta que finalmente, se sentaron en sus minúsculos e incómodos asientos, se ataron el cinturón y se prepararon para aterrizar. Tom, que apenas cabía en su asiento, no dejaba de dar rodillazos a Alejandro que por desgracia le había tocado sentarse a su lado. Selma y Eva dormían a pata suelta, Hiro leía un libro y Rajid junto a Ryo buscaban en el ordenador portátil información referente a las pirámides esparcidas por el mundo, y las diversas historias que las vinculaban unas con otras, tanto las que se basaban en teorías científicas, como las que simplemente surgían de la descabellada imaginación de unos pirados.

- ¿Habéis encontrado algo sobre ese tal O’ Brian? –susurró Hiro interrumpiéndoles-.

- No estamos indagando sobre él –contestó Ryo-.

- Pues yo en vuestro lugar, al menos me preocuparía saber si el hombre que nos ha invitado para entregarnos uno de los amuletos, es de fiar o se trata de un ricachón aburrido que desea jugar con nosotros y ver de cerca alguna que otra pieza de arte con iridio incrustado en ella.

- Sabemos que es un anciano que seguramente se encuentra en las últimas, también sabemos que ha perdido a sus dos hijos en circunstancias poco usuales, y también sabemos que es poseedor de un amuleto y que durante la última luna llena, recibió instrucciones de entregárnoslo. Es imposible que supiera dónde encontrarnos si no hubiera sido guiado por el contacto del amuleto.

- ¿Y si es una trampa?

Ryo apartó la vista del ordenador y avizoró a Hiro con cierto tono de soberbia.

- Ya he pensado en esa posibilidad –sonrió-.

- ¿Y qué vamos a hacer, si se puede saber? –contestó en un tono molesto-

- Me presentaré solo y sin los amuletos; si me sucediera algo malo, vosotros os ocupareis de sacarme del embrollo.

- Eso podremos hacerlo siempre que no te mate.

Rajid, que observaba de reojo y en silencio la conversación, dio la vuelta al portátil y se lo mostró a Hiro.

- Llevará puesto una redecilla de posicionamiento y recopilación instantánea de datos. Cuando recibamos eso datos, automáticamente se traducirán en planos estructurales y no sólo podremos ver todo lo que sucede a su alrededor, sino que también seremos capaces de analizar los movimientos, emociones e incluso los pensamientos de Ryo.

- ¿Lo dices en serio? –preguntó Hiro asombrado-.

- Lo de los pensamientos ha sido una exageración –contestó Rajid- pero todo lo demás es cierto.

Hiro arqueó una ceja.

- ¡Muy gracioso! –gruñó y se recostó en su asiento-.

El avión temblaba durante el descenso y eso camufló el súbito enfado de Hiro.

- Deja de preocuparte –dijo Ryo- como mucho me secuestrará y os pedirá los amuletos como rescate.

-¿Ese es tu plan? No sé porque, pero me da la impresión de que no te has estrujado demasiado los sesos. ¿Y qué pretendes que hagamos si te retienen? ¿Entramos por la puerta pegando tiros a diestro y siniestro?

- Sería una manera de hacerlo.

- No sé por qué sonríes. A mí no me hace gracia.

- No sé cómo explicártelo Hiro. Simplemente presiento que no es necesario tomar muchas precauciones; eso es todo.

- Espero que tengas razón.

Hiro se calmó y continuó con su lectura “1000 formas de cazar una cacatúa”. No quería discutir con Ryo y tampoco podía concentrarse. El molesto tembleque del avión no había parado y muchos de los pasajeros estaban nerviosos.

- Puede que esta discusión haya sido en vano –añadió Ryo-.

- Por qué dices eso –contestó apoyando su libro en las rodillas-.

- A lo mejor ni aterrizamos. Tal y como pilota este hombre no me sorprendería si salimos en las noticias de esta tarde, mientras un montón de perros y agentes buscan nuestros restos esparcidos por alguna parte.

- Tú y tu perverso sentido del humor –refunfuñó Hiro-.

A Ryo se le escapó una carcajada y se giró hacia su mentor.

- No te preocupes amigo mío… estaré bien.

El juicio de los espejos. Las lágrimas de dios
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