Capítulo - LXXI
En la mansión del Anciano…
La cubertería de plata engarzada con piedras preciosas, las copas de cristal envueltas con tiras de hilos de oro, la comida adornada con exóticas especias y pinchos de titanio y diamantes, y las botellas de vino vestidas con pañuelos rojos de seda.
- Todo esto me parece excesivo –susurró Eva al oído de Alejandro-.
- A mí también, pero qué más da si nos va a entregar su amuleto sin disparos y explosiones.
- Es que me siento algo incomoda.
- ¿De qué habláis? –dijo Tom sumándose al cuchicheo-.
- ¿No te molesta esta opulencia? –susurró Alejandro girándose-.
- Me parece excesiva pero me da igual. La comida es muy sabrosa y vistosa.
- Pero no entiendo el porqué de todo este montaje –habló Eva inclinándose hacia delante para poder ver a Tom-.
- Lo lamento mucho –interrumpió el anciano- espero que sepáis pasar por alto mis extravagancias; al fin y al cabo, sólo son caprichos y no objetos para haceros sentir incómodos. Por cierto… seré un anciano pero no estoy sordo.
Los tres compañeros se sonrojaron y se quedaron sin palabras.
- Propongo un brindis –dijo Hiro levantándose-. Que los nuevos amigos disfruten de todo lo que deseen, y que los viejos amigos disfruten de lo que se les ofrece… en silencio.
El anciano se rió a carcajadas, alzó su copa y bebió a la salud de todos.
- Os queda un largo camino por recorrer y muchos obstáculos que sortear. Estoy seguro que lo conseguiréis ya que sin duda formáis un equipo excelente y excepcional. Creedme, lo que yo piense o deje de pensar no es lo que más os debe preocupar; los dueños de los amuletos son tanto inteligentes como crueles.
Todos le miraron con cara de asombro.
- No habréis pensado que sois los únicos que persiguen los amuletos.
- Existe un grupo que está tras nuestra pista desde hace tiempo –dijo Alejandro-.
- Pues hay más gente. Los directivos del Trust, un banco con sedes en Asia y Sudamérica, cuentan con uno. No sé cuál es ni cómo lo utilizan; sólo sé que gracias e él se enriquecen. Lo cierto es que no abusan de su capacidad ya que son muy poderosos pero ayudan a los desfavorecidos. A su manera y siempre sacando provecho, pero ayudan. Jajaja.
- Tarde o temprano tendremos que hacernos con ese amuleto –añadió Hiro preocupado-. Parece que las cosas se van a complicar.
- ¡Ohhhhh! Querido amigo, ellos son el menor de tus problemas. La elite de los masones también posee uno. Y existe un grupo de mercenarios en el sudoeste asiático que tienen otro, aunque el mayor de vuestros problemas es ese malnacido que sigue vuestros pasos.
- ¿Le conoces? –preguntó Ryo-.
- Si lo tuviera frente a mí le mataría con mis propias manos.
El anciano se alteró tanto que los ojos casi se le salían de la cara. Se mordió los labios sin darse cuenta y sangró, apretó con fuerza su copa hasta que se partió, y aun habiendo despertado la preocupación de sus invitados y del servicio, él sólo podía pensar en matar al hombre de la espesa voz.
- ¿Sabes cómo se llama? –dijo Ryo intentando continuar con la conversación.
- No lo sé –dijo entre dientes-. Lo único que sé es que el primer O’ Brian encontró el Brazalete del Río en el regazo de un hombre muerto en una barcaza apostada en la playa, y desde entonces mi familia siempre ha intentado hacer el bien, mientras ese maldito consiguió el suyo asesinando.
- Él fue quien mató a tus hijos –afirmó Ryo-.
- Sí.
Y la conversación se dio por terminada.
- ¿Puedo servir el postre señor?
El mayordomo se percató de la incomodidad de la situación y ordenó que recogieran los platos aunque todos estuviesen a medio comer.
- ¡Ahhhh! Mus de chocolate con virutas de dátiles caramelizados y sirope de arándanos. Mi favorito.
El anciano recobró la compostura y fingió que nada extraño había pasado. Se secó la sangre de la boca disimuladamente y alzó su copa de licor de café para agradecer la compañía de sus invitados.
- Mañana por la noche nos acercaremos a por el Brazalete del Río. De esa forma concluirá esta parte de vuestro viaje y comenzará una nueva, tanto para vosotros… como para mí.
*
En alguna parte de la mansión…
-Tengo novedades.
- Cuen… cuéntame lo que se… sepas.
- Por teléfono no. Mejor quedamos en una hora en el pub a la entrada del pueblo. Y no te olvides de traer mi dinero.
- No te pre… preocupes. Enviaré a alguien para pa… pagarte. Tú ocúpate de entregarle la in… información.