Capítulo - IIIL
Los retoques finales del software junto con las pruebas del robot, acabaron antes de lo previsto. Era como un gigantesco escorpión aunque paticorto. La cámara que portaba en la parte delantera, protegida por una cúpula de cristal resistente, disponía de zoom óptico y digital, grababa video y disparaba fotografías de alta resolución simultáneamente. Si un minúsculo detalle se le escapaba al ojo humano, el ojo digital lo captaba. En la parte trasera, los ingenieros de las empresas Nagato le habían incorporado una especie de aguijón que se acoplaba en cualquier superficie y emitía unas ondas sísmicas que, con la ayuda de un receptor hipersensible, captaba la información y la transformaba en imágenes del subsuelo. Excepcionalmente extraordinario –pensó Alejandro- pronto no habrá intimidad para la humanidad. El cuerpo del escorpión se componía principalmente por una especie de exoesqueleto que albergaba el motor eléctrico recubierto por una gelatinosa silicona que, aparte de absorber la energía del movimiento que generaba por sí mismo, lo protegía de filtraciones y de cambios bruscos de temperatura. Por debajo de lo que llamaron “la barriga” se encontraba el tanque de lastre.
- La señal me llega sin problemas –informó Rajid-. Selma, intenta mover los brazos delanteros. Si ves que tiemblan lo más mínimo, deberemos reajustarlo todo y volver a bombear el líquido hidráulico.
- Me parece que no se mueven.
- Por favor asegúrate. Si lo metemos en el agua y no estamos del todo seguros nos costará el doble de trabajo en sacarlo.
- Los estoy empujando con fuerza y no se mueven ni un milímetro.
- Perfecto. Ahora comprueba las ocho patas.
- Nada.
- ¿Estás segura?
- Del todo.
- Vale. Ahora ponte delante de la cámara y activaré el sensor de movimiento.
- ¿Funciona?
- No… no funciona. Voy a hacer otro testeo.
En las puntas de las ocho patas del robot, había ocho potentes micro taladros que se enganchaban a cualquier superficie sólida. Si se diera el caso y se vieran obligados a trabajar en arena, retirarían el robot y utilizarían los tubos de extracción, aunque todos daban por hecho que no se daría el caso.
- Prueba otra vez –dijo Rajid a Selma-.
- ¿Funciona ahora?
- Parece que sí. Muévete hacia la izquierda.
-…
- ¡Vale! Ahora agáchate.
-…
- Muy bien.
- ¿Me muevo hacia la derecha ahora? –preguntó Selma-.
- Sí por favor.
-…
- Perfecto. Con eso debe bastar. Veamos ahora si los puertos para conectar las herramientas funcionan bien. Conecta el cortador de roca, pero sin colocarlo en el soporte.
Una gran pinza con un disco de corte en el extremo y un puntero láser, se puso en marcha. El suave silbido de su motor y el imperceptible vibrado que se sentía al tocarlo indicaba que funcionaba a la perfección.
- ¿Crees que servirá? –preguntó Hiro-.
- No te quepa ni la menor duda. De todas formas será mejor probarlo –Contestó Rajid-. Vale Selma. Desconéctalo y móntalo en el brazo.
- Pero si antes me dijiste que no hacía falta.
- Tienes razón pero Hiro me ha convencido de lo contrario.
- A buena hora.
- Deja de quejarte y monta el cortador –ordenó Hiro-.
- Vale… vale… –replicó Selma-.
El enganche era fácil de efectuar. Un cierre de presión dinámica, ancló el cortador al brazo y una tuerca túbica, se enroscó hasta atar las dos partes convirtiéndolas en una. Al final del proceso se escuchaba un suave “CLICK” que indicaba que ya era operativo.
- Probaré con esa roca de ahí.
- Entiendo que no tengas muchas rocas donde elegir, pero mira que escoger la que me gusta sentarme por las mañanas.
- No hace falta que te pongas así –dijo Rajid levantando las manos- cortaré esa de allí. No es demasiado grande pero servirá.
Antes de comenzar la prueba Selma avisó al resto del equipo para presenciarla. El disco estaba hecho de una aleación de aluminio y titanio, mezclado con una serie de metales que lo convertían en resistente y ligero. Para acabar, un baño en una solución cristalina que su composición se asemejaba a la del diamante y se moldeaba como plastilina en unos hornos de alta concentración con la ayuda de un acelerador de partículas.
- ¡Qué empiece la función!
Cuando Tom gritó, el resto se dieron la vuelta y le miraron extrañados.
- Sois demasiado sosos –abogó Tom- de donde yo vengo esto sería un acontecimiento histórico y lo celebraríamos como tal. No tenéis ni idea.
- ¡¿Empiezo ya?! –exclamó Rajid-.
Se colocó unas gafas electrónicas de lentes LED y con emisores láser, que con ellas se controlaban las principales funciones de recopilación de datos y guiado. Unas botas de licra y unos guantes a juego se conectaban por medio de tubos de fibra óptica con el ordenador. Con ellos se manejaban los pies y los brazos mecánicos del robot. Rajid realizó las pruebas finales para cerciorarse que todo funcionaba a la perfección y dio un paso hacia adelante. El gigantesco escorpión obedeció de inmediato y siguió avanzando hasta que su operador colocó sus dos pies uno junto al otro. Los brazos imitaban los movimientos de Rajid hasta en el más mínimo detalle. Con los dedos índice y corazón regulaba la intensidad y la fuerza, con las muñecas el giro de la herramienta y con los pulgares el encendido y el apagado. A los lugareños, que se habían acercado para curiosear, la maquina les parecía monstruosa y su operador algo cómico. Tenían sus razones; nunca antes un hombre con gafas de ciego se había puesto a bailar ese baile tan ridículo, más propio de los payasos cuando entretienen a los niños que de un científico de ciudad, como ellos les llamaban. A los que no les parecía nada ridícula la actuación era a los dos improvisados pastores que no se perdían ningún detalle.
- Allá voy.
El escorpión caminó hacia su objetivo con bastante rapidez y con una asombrosa precisión. Veamos lo que este trasto puede hacer –musitó Rajid-. Acercó el cortador, lo alineó diagonalmente para que el corte resultase aún más difícil de realizar, lo accionó con los pulgares y lo mantuvo a mitad de potencia. Ninguno se podía creer lo que estaba viendo. Eva pensó que la mantequilla recién sacada del frigorífico le oponía más resistencia para ser cortada con el cuchillo de untar. La piedra fue rebanada sin ninguna dificultar; sin resistirse. El trozo de roca cortado se deslizaba suavemente por la superficie de su mitad opuesta sin que la fricción pareciera existir. Asombroso –pensaron todos-. Increíble –gritaron los lugareños-. Empecemos con los preparativos –se dijeron los improvisados pastores-.
- No perdamos más tiempo –gritó Ryo- bajaremos cuatro con el robot y los demás lo controlarán todo desde aquí. Tom, Selma y Eva, conmigo. El resto sabéis mejor que yo lo que hay que hacer.
- No quiero que permanezcáis muy cerca de esa cosa –le susurró Hiro al oído- tengo un mal presentimiento.
Ryo no dijo nada. Respetaba demasiado la intuición de su maestro que en muchas ocasiones le habían librado de alguna que otra desagradable situación. Asintió con la cabeza y le entregó su catana junto con la peineta. No hizo falta decir nada. Con la mirada… se lo habían dicho todo.