Capítulo - LIV
Los propulsores, al rojo vivo, sacudían la estructura de aluminio. Las letras de color rojo que ponían DR-1297, poco a poco se desgastaban y se convertían en polvillo que se lo llevaba el aire. Si llegasen a recorrer unos pocos kilómetros más, abandonarían la atmosfera terrestre y se dispersarían en el espacio profundo. Desgraciadamente, esa nunca fue la intención ni del fabricante, ni de los compradores de esa mortífera arma.
Los cazas de combate se acercaban. Un minuto para alcanzar distancia de disparo –informó uno de los pilotos-. La tensión se podía cortar como la mantequilla templada. Los generales turcos no impedirían la destrucción de los misiles por parte de la aviación enemiga, pero no permitirían ninguna acción de represalias por su parte. Ellos sabían que no eran los culpables y sabían que difícilmente saldrían de esta, pero no existía manera de demostrar su inocencia. Su deber era el de proteger las fronteras de su país y los habitantes que residen tras ellas. Y cumplirían con su cometido… a toda costa.
De pronto, los cuatro misiles cambiaron de dirección, igual que los peces giran bruscamente para huir de los depredadores. Pilotos, generales, comandantes, coroneles, y todos los que seguían las trayectorias de las mortíferas armas, no supieron explicar el porqué del repentino cambio de trayectoria. ¿Quién puede acceder al sistema de guiado? –se preguntaban los expertos-. El capitán del Smirna se quedó anonadado y aliviado. Bajó el auricular de la sala de comunicaciones, haciendo caso omiso a las reprimendas y continuo atosigamiento de sus superiores, y esperó a que el oficial de radares le informase sobre el nuevo objetivo de los misiles.
Un sonido metálico y hueco retumbaba por los pasillos del submarino. Los pasos del preocupado portador de las esperadas noticias, eran suficientes para que el resto de los marineros se apartasen despejándole el paso. No era necesario pedir paso a grito pelado. Casi antes de llegar a la sala de mando, tropezó y se cayó. Esta vez casi se abre la cabeza y la sangre de su nueva herida resbalaba sobre su rostro manchándole el uniforme.
- Ya sabemos hacia donde se dirigen –informó el oficial de comunicaciones-.
El capitán cogió la nota y la leyó. Suspiró con cierto tono de alivio mezclado con la constante sensación de preocupación y se dirigió hacia el herido.
- Ya no se dirigen hacia territorio griego.
En efecto. Tal y como Rajid lo había planeado; creó una tremenda confusión para ganar tiempo y reprogramó los misiles para alcanzar su verdadero objetivo.
- ¿Y a dónde se dirigen? –preguntó Kóstantin-.
- Según parece, van directos hacia la presa de Yortanli.
*
- Dile a Selma que se vaya preparando –instó Rajid-.
- ¿Cuándo llegarán?
- Calculo que tardarán… unos tres minutos.
- ¿Estás seguro? –insistió Ryo-.
- Por supuesto que sí.
Hiro no quería pensar en lo que los dos jóvenes tramaban y permaneció sentado en la roca cerca del pantano a esperar el desenlace de los acontecimientos. El resto del equipo tampoco sabía cuáles eran los planes de Ryo. Se limitaron a preparar una gran cantidad de explosivos, tres máquinas perforadoras y una escalera. Cuando preguntaron el porqué, recibieron una fulminante mirada de Ryo y otra de resignación por parte de Rajid. Sabiendo que el fin justifica los medios, y tras estar a punto de perder a Selma, ninguno cuestionó las órdenes y simplemente se dedicaron a cumplirlas.
- En cuanto desaparezca el agua quiero que Selma os indique dónde hay que perforar para colocar los explosivos y así llegar hasta el amuleto.
- Pero tendremos que destruir el obelisco –dijo Alejandro-.
- Cierto. Veo que vais captando la idea –replicó Ryo- seguramente habrá más momentos en que nos veremos obligados a arriesgar nuestras vidas; pero este no será uno de ellos. Debéis entender que se trata de una operación relámpago. Entrar, reventar los obstáculos, conseguir el anillo de Noé y salir a toda prisa. ¿Entendido?
- ¡Entendido! –contestaron todos al unísono-.
- Sólo una pregunta más –añadió Alejandro- ¿Cómo se va a ir el agua?
- Ya lo verás…
Las cabezas se separaron del resto de la estructura y se dirigieron diagonalmente hacia la presa. Silbaban como demonios hambrientos de sangre y dolor. Cuarenta y siete segundos después, las cuatro cabezas se abrieron y se dividieron en un total de cuarenta proyectiles esféricos. La pequeña hélice que sobresalía por una de sus partes, daba vueltas ralentizando la caída y posicionándose sobre el objetivo. Veintitrés segundos más tardes, la parte baja de las esferas se desprendió y cuatrocientas balas perforadoras, con carga hueca de penetración, giraban como taladros endemoniados dispuestos a adentrarse hasta las mismísimas entrañas de la tierra.
- ¡Tapaos los oídos! –avisó Rajid-.
El silbido se había transformado en un constante y desesperante chillido que penetraba en los tímpanos de los que se encontraban cerca y les hacía creer que la locura pronto les consumiría y les devoraría hasta el más recóndito rincón de su cerebro. Los embobados espías se apretaban la cabeza con furia, sin saber lo que estaba sucediendo y sin poder escapar del insoportable sonido. Los maleantes que llegaron de todas partes del globo y que tenían instrucciones de comenzar los preparativos porque pronto tendrían que atacar, también dirigieron la vista hacia el cielo y se taparon los oídos. Los semblantes serios y peligrosos, testigos de decenas de atrocidades cometidas por ellos, se convirtieron en caras de bobos con expresiones de tontainas. Ni la ropa de marca, ni los perfumes caros, ni las armas de diseño, ni su destreza en el arte de matar, conseguiría salvarles de las miles de toneladas de agua que muy pronto caerían sobre sus cabezas.
El ruido de una metralleta multiplicado por varios miles de decibelios, arremetió sobre la extensa superficie de la presa. Cuatro coma siete segundos más tarde, una incesante serie de explosiones reventaron el hormigón, la gravilla, la tierra, el acero, los ladrillos, y todo lo que encontraron a su paso, hasta despejar la obra de ingeniería construida por el hombre y que tapaba la garganta del antiguo río.
- ¡Nos hemos pasado! –exclamó Ryo-.
- Eso parece –contestó Rajid- seguramente con un misil habría sido más que suficiente pero como no dispondríamos de otra oportunidad, eché toda la carne al asador.
- Yo no lo había expresado de una forma mejor.
El agua del pantano se agitó con furia y comenzó su imparable camino hacia el mar, llevándose por delante cualquier cosa que osara interponerse a su paso. Menos mal que los amables habitantes del pueblo situado cerca de la presa se marcharon por culpa del granizo y en su lugar, sus casas habían sido ocupadas por feroces y profesionales malhechores. Un brutal castigo pero piadoso. Todos perecieron en el impacto sin sufrir la angustiosa sensación de ahogo o el insoportable dolor de la tortura. Muchas de sus víctimas no disfrutaron de tal privilegio.
Más abajo del poblado, los pastores, los agricultores y los obreros, habían sido invitados “casualmente” para recibir unas ayudas por parte de la comunidad europea con el fin de optimizar sus empresas con maquinaria más moderna y eficaz. Ryo no dejó ningún cabo suelto. Sabía que se perderían cosechas y los daños serían de un valor astronómico, pero aparecerían las empresas Nagato en colaboración con las agencias gubernamentales y no sólo todo volvería a la normalidad, sino que también crearían nuevos puestos de trabajo y más riqueza para la zona afectada. No hay mal que por bien no venga –solía decir el padre de Ryo-. Cuando recordó las palabras de su difunto padre, sonrió irónicamente y un pesar acaparó su cavidad pectoral durante unos breves instantes. Fue entonces cuando todas las dudas se disiparon y decidió que era el momento de actuar.
El pantano se vaciaba como cuando se le quita el tapón a una gran bañera. El nivel del agua descendía gradualmente dejando al descubierto las ruinas de la antigua ciudad, los peces luchaban contra la asfixia y las algas que antes revoloteaban libremente ya no danzaban entre la espesura del líquido elemento. El gigantesco robot con forma de escorpión ya no estaba recubierto por los agresivos crustáceos, aunque tampoco se sabía si funcionaría y el anillo de Noé, pronto sería desenterrado.