Capítulo - XXXIV
Las sombras de los aventureros se deslizaban por la pista de aterrizaje. Se subieron rápidamente al Boeing 747 modificado y sin más dilaciones, pidieron permiso a la torre de control para despegar y volaron hacia el sur. Los curiosos llamaron a un contacto, que a su vez mandó un recadero para avisar, y cuando el jovenzuelo por fin dio con el tartamudo, que se estaba tomando un té rojo con canela en una terraza de la capital mongola, le entregó el mensaje. El tartamudo, que en esta ocasión vestía todo de blanco, le deslizó un billete de cinco dólares americanos en el bolsillo de la camisa a rayas, e hizo una llamada. Desde la torre de control le informaron del destino del avión. Por lo visto regresan a Okinawa para dar las malas noticias a la madre –pensó-. Espero que el resto retome la búsqueda o el jefe se pondrá furioso.
Por la pista número dos del aeropuerto mongol, un jet privado de alquiler despegaba sin informar sobre su destino. Las autoridades clasificaron el vuelo como “diplomático” y los responsables de guardia en la torre de control se abstuvieron de hacer preguntas indiscretas. Además, su tiempo lo había comprado otra persona y sólo se preocupaban por el Boeing 474 que acababa de despegar.
- Muy bien pensado Rajid pero ¿quiénes eran los que se subieron a nuestro avión? –preguntó Hiro-.
- Los cuatro ordeñadores de Yak que conocí en la granja que paramos para comer. Les prometí unas vacaciones de lujo pagadas y una generosa propina a cambio de su colaboración y su discreción.
- Muy bien pensado joven diablillo –añadió Eva-.
- ¿Y a dónde vamos si se puede saber? Por lo visto ni el piloto conoce nuestro destino –dijo Ryo-.
- Según las instrucciones que recibimos…
- Mejor déjamelo a mí –interrumpió Alejandro-.
Rajid lanzó una sonrisa pícara y esperó a que Alejandro se equivocase. Él ya lo tenía todo controlado y organizado.
- Según investigaciones recientes, hace poco se descubrieron unas ruinas en la ciudad perdida de Alianoi. La ciudad creció en ambas orillas del río Ilya, o mejor dicho en uno de sus cauces. Antes de que se convirtiera en un centro turístico para los romanos y en concreto en una especie de ciudad termal, los arqueólogos consideran la posibilidad de que formaban parte de las dos ciudades bíblicas perdidas en los mapas y el tiempo.
- Me imagino que habrá más ciudades así. Los arqueólogos siempre intentan exagerar sus hallazgos para conseguir publicidad y poder financiar sus excavaciones. ¿Qué te hace pensar que no es el caso?
- Buena observación Rajid. Creo que se trata de esa ciudad, porque hace poco el gobierno turco construyó una presa y la sepultó bajo treinta metros de agua. La llamaron… a ver si me acuerdo…
- Presa de Yortanli –interfirió Rajid-.
- Eso… eso. ¿Y tú cómo lo sabes?
- Porque ya sabía a dónde íbamos.
- ¿Pero cómo? –preguntó Alejando bastante extrañado-. No creo que hayas tenido tiempo para investigar y llegar a esa conclusión.
- En eso tienes razón.
Todos se dieron cuenta de la inquietud de su amigo. Por lo general, no existía nada en este mundo que no fuese capaz de explicar con la ayuda de sus programas pero ahora se le veía sorprendido.
- ¿Qué te ocurre Rajid? –preguntó Hiro-.
- Cuando se realizó la “conexión” con los amuletos me dispuse a grabarlo todo tal y como acordamos.
- ¿Y?
- Y cuando acabamos, me senté a visualizar las grabaciones y a analizar los datos, como era de esperar, pero…
- ¿Pero qué? –insistió Hiro-.
- Pero aparte de los datos recopilados, en el ordenador se implantó lo que al principio pensé que era una especie de virus. Cuando por fin descubrí lo que era, me di cuenta de que se trataba de datos cifrados; aunque muy fáciles de descifrar. Eran las coordenadas de la ubicación de la ciudad a la que nos dirigimos.
Cuando Rajid acabó de explicarse, todos se quedaron pensativos. Intentaron no parecer sorprendidos. Tom se rascó la barbilla y Selma se apoyó en el respaldo de los asiento de cuero marrón del jet. Alejandro se levantó escopetado y empezó a examinar los datos del ordenador de Rajid con una mezcla de entusiasmo y preocupación, Hiro miró a Eva, que estaba sentada al lado de Ryo, y después apartó la mirada hacia el suelo. Debían prepararse para afrontar la incertidumbre con honor y sin miedo.