LA PARTIDA DE BILLAR

J. M. Souza Sáez

Las radiaciones verdes del tapete proyectaban unos rayos láser sobre los cuerpos esféricos que no cambiaban el color de las bolas. Eran azules, verdes, naranja, rojas, violeta... y se movían empujadas por otra blanca que se deslizaba, a veces majestuosa, nerviosa... pero casi siempre firme, destacando la serenidad apacible de su color.

—Tira, Luis, no pierdas tiempo.

—Verás como la cinco, la cuelo en el agujero: ¡eso está hecho!...

—Mercurio, Marte... Júpiter, Saturno, la Tierra... Urano... «Urano»... Venus...

Hubo un silencio en el aula, y la maestra, sonriente, lo interrumpió.

—¡Neptuno y Plutón! ¿Ves cómo no te lo sabes?

Un niño escuálido y atacado de polio, que solo tenía de ser humano unos grandes y preciosos ojos azules, preguntó tímidamente:

—Señorita, ¿habrá fin del mundo?

La bola cinco, de azul fuerte, se metió de un golpe en uno de los hoyos laterales de la mesa.

—¡Te lo dije: estaba hecho!

PLUTÓN HABÍA DESAPARECIDO DE NUESTRO SISTEMA SOLAR.

—Pues... Sí, todo tiene un fin, pero pasarán muchos millones de años antes de que esto suceda.

El taco le resbaló y la blanca rodó débilmente para frenar en una de las bandas.

—¡Vaya! ¡Qué mala suerte!

—Ya te he dicho que debes darle mucha tiza, de lo contrario eso te puede ocurrir muchas veces.

TRANSCURRIÓ UN MILLÓN DE AÑOS.

—La jugada está difícil, no creo que la cuele.

Apuntó bajo, y al lateral izquierdo de la número siete. Disparó impetuosamente: el redondo proyectil chocó contra el borde y siguió rodando en diagonal... en su viaje tropezó de refilón con la trece y ésta fue a parar directamente al agujero.

—¡A eso se le llama suerte!

—No contabas con ello, ¿eh?...

—Tienes razón... La suerte influye decisivamente en todo, pero en el juego, creo yo, es donde más se nota.

MARTE SE DESINTEGRABA EN EL ESPACIO.

—Dios anunció un fin del mundo, pero no sabemos cuando será, por eso tenemos que ser buenos para que no nos coja en pecado mortal y vayamos al infierno...

—Señor... mi papá dice que eso lo dicen los curas para que vayamos a confesarnos...

Lejos, en una habitación, dos jóvenes discutían.

—Supón que Dios se ha manifestado en diferentes personas humanas... pongamos, por ejemplo, Jesucristo, Buda, Mahoma... para que cada uno de nosotros, los humanos, «elija» una y la mantenga con amor y fe...

—¿Elija dices? Nada más nacer tienes ya religión, siempre que tus padres pertenezcan a la sociedad civilizada...

—Sí, pero en cuanto puedes razonar por ti mismo, nada te impide abrazar el budismo...

—¡No digas tonterías! Primero hay que saber lo que es; ¿quién sabe a fondo lo que es su religión?...

—Bueno, todos conocemos lo que dice el Catecismo...

—Mira, cada hombre hace un dios de sí mismo; oirás a mucha gente decir «creo en Dios»; pero solamente creen, creemos, para ser exactos, en nosotros mismos y en lo que nos puede suceder sin salir de nuestro casco. Dios es la duda que nos hace vivir para pensar: ¿existe, no existe...? ¡Existe! A mi entender, nuestro sistema solar es una mesa de billar americano: Dios juega partida tras partida: quita y pone planetas...

—Tus ideas son absurdas... En fin, no quiero discutir...

—Señorita, mi abuelo me ha dicho que el mundo terminará cuando estalle la primera guerra nuclear...

—Bueno... ¡Bueno, niños, se acabó! Lo único que os puedo asegurar es que ninguno de nosotros lo veremos...

Quedaba la última bola sobre el tapete. Se apretó el nudo de la corbata, orgulloso de ganar; dispuesto a rematar su triunfo, afianzó el taco entre los dedos y...

LA TIERRA DEJO DE EXISTIR.

La bola blanca quedó en el infinito, triunfadora.

Más tarde, en un tiempo sin cifra para medirlo, unas manos extrañas, misteriosas... comenzaban otra partida: se creaba una nueva galaxia, un siglo cero... luego una era primaria...