I

Aquella edificación, de forma circular, estaba cubierta con una plancha de material transparente que dejaba entrar el sol a raudales. Allí estaban reunidos centenares de nativos de todas las edades y sexos; y cuando se dice sexos, en plural, es porque en Milton, en el planeta Milton, no se limitaba el género de las criaturas a ambos sexos.

Se agrupaban y cambiaban impresiones en pequeños y grandes corros. Sus conversaciones eran como un grandioso juego de acertijos. Cambell se maravillaba. Cambell se volvía loco. Pues una vez hubo aprendido, no sin un gran esfuerzo por su parte, el idioma, todo aquello no parecía tener ni pies ni cabeza. Pero hemos dicho parecía, puesto que las apariencias engañaban una vez mas. ¡Y claro que engañaban! Cambell no comprendió jamás.

Cambell escuchaba atentamente y, entendiendo las palabras e incluso las frases completas, no podía, en absoluto, comprender el significado.

De las primeras visitas de Cambell a los nativos no quedó constancia de ninguna clase; pero las siguientes, que fueron debidamente registradas, suponen algo tan sumamente valioso que...

En uno de los grupos más nutridos la conversación —si se puede llamar conversación— era más animada que en los otros. Dominaba el número de ancianos. Por lo cual Cambell supuso habría más cordura allí que en ninguna otra parte del barracón. E incluso esta cordura quizá fuera mayor que en todo el planeta Milton. Desde luego, le permitieron tomar asiento y hasta tomar parte en la cuestión... si es que existía alguna cuestión.

—La pequeña linterna, cuando ha llovido demasiado, se estropea definitivamente —dócilmente, el que había hablado bajó las manos hasta su regazo.

—Me alegro de que lo hayas hecho. Nunca debes aceptar nada por la autoridad. Piénsalo por ti mismo —el más anciano alzó la mirada hacia la luz que entraba por la cubierta transparente y volvió a guardar silencio.

Cambell prestaba mucha atención a los mandos del aparato grabador a fin de poder registrar aquel pandemónium de opiniones. ¿O no eran opiniones?

—Son pequeñas masas puntuales con momento angular de una variable infinita —Cambell tuvo un sobresalto al escuchar aquella voz casi infantil, salida de una criatura de tez color arcilla, arcilla de Milton, claro—. Su masa es modelo de nada.

—¿Hablar sobre los problemas fundamentales? —dijo un anciano cuya cara estaba surcada por más arrugas que las que Cambell pudiese contar en toda su vida—. Moby By y también Cowy Ty devoraron juntos un ejemplar y no llegaron a nada concreto.

—Si yo tuviera una luz no me importaría este problema —esta vez hablaba un niño, a juzgar por sus facciones y su tamaño—. Con luz no me importa la arena en los ojos.

—Son diferentes por completo y siempre llegan a la superficie al mismo tiempo. Claro está que ambos tienen masa nula —dijo aquella mujer, ¿o no era una mujer?—. Y volvió a su silencio anterior, siendo observada con todo respeto por el anciano de las infinitas arrugas en la cara.

Cambell quería intervenir. Dudaba entre lanzar una frase disparatada al azar o colocar algún concepto con cierto sentido respecto a la última frase lanzada por alguna de aquellas criaturas. Era desesperante. Era para volverse loco.

—La primera vez está abajo y luego aprende a quedarse allá arriba. Primeramente cortos espacios y después a lo mejor para siempre. No es necesario aniquilarlo: el ooz no requiere luz —esto último, dicho por otra criatura que parecía pertenecer a un sexo femenino, parecía tener cierto sentido.

Cambell pensó que alguien podía necesitar luz y que otro alguien podía pensar que el ooz, fuese lo que fuese, se la podía hurtar. Además, otro alguien pensaba que el ooz, fuese lo que fuese, no necesitaba la luz, y, por tanto, no la hurtaba a nadie. ¡Magnífico! Cambell intervino espontáneamente:

—El ooz se queda durante la noche y aprovecha toda la energía que no existe para poderse apoyar en nada allá arriba.

¡Diablos, qué bien le había salido!

Todas las miradas convergieron en él. Las anodinas expresiones de otros grupos también se volvían hacia Cambell. ¿Habría dado en el clavo? Vana ilusión la de Cambell. Tras unos momentos de silencio en casi todo el barracón, los murmullos de las vesánicas conversaciones volvieron a imperar en aquella enrarecida atmósfera. Leves sonrisas de conmiseración iluminaron los estúpidos rostros de aquellas huidizas criaturas. ¿Sería posible que Cambell no hubiera dicho nada lo suficiente insensato como para convencer a los aborrecibles tipos de Milton? Cambell estaba seguro de haber tirado una primera piedra a aquella difícil charca y haber producida en ella algunas pocas ondas. Otra ocasión, tal vez, y otra piedra produciría nuevas y más amplias ondas en el agua. ¿Y si la superficie de la charca era demasiado sólida? ¡Qué aberración, Dios! Algo tendría que haber, sin embargo; algo como una especie de brecha.

Cuando Cambell se encontraba con dos nativos que iban por la calle, procuraba saludarles con objeto de entablar conversación; pero los nativos eran tan endiabladamente escurridizos que se le iban como anguilas sonrientes de entre las manos.

¿Era la conversación entre dos individuos en iguales tonos que entre varios de ellos, como ocurría en el barracón? Sí: efectivamente. Nada cambiaba en la pauta, en la forma, en el tono, en el ritmo, en todo...

Cambell recordaba que en cierta ocasión tuvo en su oficina a dos criaturas de aquellas. Fueron «capturadas» y, tratando de asustarles, los agentes armados, haciendo alarde de violencias sin cuento, introdujeron a ambos personajes en aquel cuartucho espeluznante que recordaba antiguas mazmorras surrealistas en unos viejos tiempos idílicos de la Tierra. Pero las dos criaturas no cesaron de sonreír en ningún instante. Cuando pasaron a presencia de Cambell, éste les preguntó algo respecto a una ciudad abandonada de la que salían sonidos extraños al anochecer.

—Después de mucho tiempo ya no hemos vuelto a la ciudad —repuso con cierta coherencia uno de ellos.

—Cuando vamos más allá ya no estamos y el que pierde paga, y entonces todos se van más allá y ya no están nunca.

Aquello era otra cosa; había cuando menos, más amplitud de ideas.