VII
—Hay algo que quiero preguntarle a Ratsbonne, aunque creo que esta vez el muchacho no nos podrá contestar —dijo Neilson a Cambell—. Me refiero a una parte de los análisis parciales.
—Pregúntele, Neilson, pregúntele, espero que le sabrá contestar. Este muchacho tiene contestación para todo. No me explico por qué ha de guardar silencio de todo cuanto ha descubierto en Milton.
—Posiblemente tema hacer el ridículo. Usted sabe que muchos piensan todavía que no debemos hacer un montón de ciencia de lo que no es más que una pequeña cosa natural. Estos que así piensan desacreditan a cualquiera.
—No debe ser éste el motivo que pueda tener Ratsbonne. Ha de haber algo más. Quizá tiene una teoría y no quiere ir explanando pequeñas porciones de ella hasta que no lo consiga todo por completo.
Ambos siguieron paseando por el gran parque que los terrestres habían construido en el interior de la coloniabase. Y de pronto vieron surgir a Ratsbonne, acompañado del doctor Mendel, que salían de la cámara de computadoras. Pero ambos grupos se vieron a la vez.
—Buenas tardes —saludó Cambell—. ¿Hay alguna novedad?
—La hay, profesor —repuso Mendel—. Nuestros detectores acusan mayor energía emitida por los que hasta ahora creíamos eran los nativos.
—Así, pues, tal vez se pongan en movimiento pronto. ¿No les parece?
—Sí, señor —dijo Ratsbonne—. Hace unos minutos han regresado unos patrulleros de la ciudad de los nativos; bueno, de los que creíamos nativos. La han encontrado vacía. No han hallado a nadie.
—¿No se habrán reunido en alguna parte? —preguntó como hablando consigo mismo Neilson.
—Sí, señor. Eso parece. El mayor aumento de la energía emitida abona esta idea.
—El comandante de la colonia ha ordenado a todas las patrullas que traten de localizar a los nativos. Esto es lo que yo quería decir a ustedes...
El doctor Mendel se quedó mirando al profesor Cambell.
—¿Quiere decir que podrían irritarse, si se les pusiese trabas a sus actividades? Tiene razón. Hay que advertir al comandante de todo esto. De paso me llevaré el informe que estaba preparando.
—Una cosa, Ratsbonne —dijo Neilson—. ¿Puede usted contestarme a esto? ¿Cómo pueden los ooz quedarse allá arriba de un modo estático?
—Está claro, señor Neilson. Los martinetes, en la Tierra, también lo hacen. Salen al anochecer y suben y suben. Se pasan las noches a gran altura y luego, al amanecer, a primeras horas descienden como rayos —contestó Ratsbonne—. Mi padre y yo los sorprendimos más de una vez surgiendo de arriba, como de la nada. Parece increíble; pero en una ocasión provocaron un grave accidente en un jet de pasajeros, volando a quince mil metros.
—¿Pueden respirar? —preguntó de una forma extraña Neilson—. Esto es lo difícil, parece.
—Puede que la atmósfera enrarecida les agrade. De todos modos, si pasan la noche a esa altura y duermen sin ser molestados, de una forma profunda, cataléptica, no creo que necesiten usar demasiado oxígeno. Además, no sabemos qué fibras neutras de las alturas existen. Pueden haber cinturones que mantengan corriente de aire normal y a temperaturas normales. Todo es posible. Pero el martinete se queda arriba. Igual que el ooz. Es curioso, ¿eh?
—Sí, muy curioso —y se reunió con el profesor Cambell que ya caminaba hacia el cuartel general del comandante.
—Ya tiene usted su contestación, Neilson. Y yo también tengo la mía. Si estos que creíamos nativos tienen la suficiente energía como para convencer de algún modo a los ooz de mantenerles una especie de zona de seguridad o cinturón de espera, serán captados por el gran potencial matriz y desaparecerán de Milton y de nuestra vista. Esto es lo que pienso exponer al comandante. De manera que será mejor que no molestemos a esta clase de criaturas que quieren dejarnos.
—A enemigo que huye, puente de plata —adujo Neilson, sonriendo—. No es mala idea.
—Oiga, Neilson: ¿qué edad calcula usted para estas ciudades de Milton?
—Del orden de nueve mil años, Cambell. ¿Por qué?
—¿Hay una posibilidad, Ratsbonne, de que el ooz pueda ser descendiente directo del constructor de estas ciudades? —preguntó el profesor, que parecía estar construyendo una teoría a toda marcha.
—No lo creo, señor. Aunque son hábilmente aprovechadas sus estructuras por estos fantasmas volátiles.
—Neilson: ¿cuál es su teoría personal sobre los constructores de estas ciudades? ¿Tiene alguna teoría?
—Sí, Cambell; pero temo que no nos sirva de mucho.
—Dígamela en dos palabras, por favor —pidió apremiante Cambell—. Hemos estado dormidos miles de años mientras había por ahí gente con estructuras superiores en miles de veces.
—Fueron abandonadas, finalmente, por sus moradores. Al parecer, las necrópolis las tenían en otros lugares, eso si no hacían desaparecer los muertos de algún modo físico, en crematorios o algo por el estilo. Pero, en este caso deberíamos encontrar los últimos de todas las ciudades. Puede ocurrir que un cataclismo, una enfermedad o alguna tragedia así les arrastrase a todos los últimos hacia algunas reservas o hacia otro planeta. Con el transcurso de los milenios, el mismo ooz ha podido evolucionar y adueñarse de las ciudades. El ooz nunca ha debido necesitar estas formas estructurales de las ciudades para desenvolverse.
—Lo que quiere decir que, salvo estos ooz del diablo, una vez los que creíamos nativos nos dejen, seremos dueños absolutos de Milton. Podremos dejar nuestras reservas a un lado. Seremos los nuevos ocupantes de Milton y tal vez de todo el sistema de Dilmun. ¿Saben qué quiere decir esto?
—Que habremos ganado un grado en civilización y en potencial de especie, señor —contestó Ratsbonne, que caminaba un paso retrasado de ellos.