SEGUNDO CICLO
El hombre contemplaba angustiado cómo todos sus preciados documentos eran arrojados al fuego. Sus planos, sus queridos planos, eran bárbaramente destruidos...
—¡Brujería! —bramaba el capitán de la guardia—. ¡Todo esto es pura brujería!
Caían los papeles rotos en mil pedazos. Y allí estaban estampados raros y extraños dibujos. Trazos que representaban un raro aparato dotado de alas, una especie de tortuga metálica... algo que parecía una enorme sombrilla de la que pendía un hombre...
Suspirando, cuando los guardias se marcharon a su hogar, el hombre extendió un lienzo y empuñó los pinceles...
—¡Totalmente loco! ¡Pretender que el mundo se mueve!
Bajó las escaleras colérico. No le habían comprendido, ni siquiera le habían escuchado y se vio obligado a retractarse de todo lo expuesto. Rabiosamente pegó una patada en uno de los escalones y barbotó:
—¡Pero se mueve!
Las carcajadas llenaron la amplia sala. Y el hombre, erguido y seguro de sí mismo, tuvo que escuchar las voces burlonas que atronaban sus oídos.
—¡No está en sus cabales! ¡Pretender que el mundo es redondo!
El soldado encendió la hoguera y las llamas comenzaron a lamer los pies del hombre amarrado al grueso poste. ¡Ardería vivo, el brujo! ¡En su osadía se había atrevido a afirmar que la sangre no permanece quieta en el cuerpo humano, sino que circula como ríos...!