VI
Ortiz regresó a la barrera sintiendo que el sudor le corría por la frente. Le temblaban las piernas y era inútil tratar de evitarlo. Cuando el «maestro» le interrogó con la mirada, apenas si pudo balbucear:
—Me ha tirado un viaje que, si me alcanza... ¡Maestro, le digo que ese toro tiene algo...! Vi sus ojos y, por la Virgencita Macarena, que me pareció como si tuviera tanta inteligencia como yo...
—Entonces, será muy poca —gruñó el «Torrente», disgustado por el miedo de su subalterno—. No niego que el bicho ha salido con mucho gas, pero de quitárselo ya se encargará el «Trueno». Anda... ponerlo en suerte y dile al «Trueno» que le meta tres palmos de pica en el lomo.
El picador, orondo como un barril de cerveza, miró compasivamente al amedrentado peón.
—Tienes una mala tarde, hijo... Yo te lo dejaré como una pera en dulce...
—No te preocupes por aquello de la multa —tranquilizó el maestro—. Si el presidente se pone tonto, la pago yo... como de costumbre.