II
Ni siquiera tenía nombre. Ni poseía el don de la palabra, ni la más rudimentaria forma de comunicarse con otros seres semejantes a él. Caminaba a cuatro patas, con todo su voluminoso cuerpo cubierto de un copioso y áspero pelo pardo. Desconocía totalmente el uso del arma más primitiva y cazaba las piezas que le servían de alimento arrojándose sobre ellas para despedazarlas con sus poderosos colmillos y sus afiladas garras. Muchas temporadas en que la caza escaseaba, pasaba hambre... Un día, un macho enorme, rugiendo ferozmente, realizó un esfuerzo y se irguió sobre sus dos extremidades posteriores...
Quinientos años, mil años... cinco mil años... Se habían reunido en grupos y cazaban ayudándose unos a otros. Utilizaban gruesas ramas a modo de mazas. Pero todavía no habían aprendido a comunicarse sus rudimentarios pensamientos oralmente y todo su lenguaje consistía en rugidos de advertencia o aviso... Su frente continuaba siendo deprimida, pero sus largos brazos comenzaban a acortarse...
Cien mil años, medio millón de años... En la cueva hacía calor. Alguien, un desconocido cuyo nombre jamás pudo registrar la historia, había descubierto que frotando dos palos se producían chispas. Fue muy fácil encender ramas secas... y el fuego se había descubierto. Ya no iban desnudos y utilizaban las pieles de animales para cubrir sus cuerpos. Todavía su lenguaje no era perfecto, pero comenzaban a entenderse mediante secas palabras... Uno de aquellos seres, utilizando arcillas de colores comenzaba a pintar en las paredes de la gruta. Reflejaba lo que sus ojos habían visto, sobre todo imágenes del «uro», el terrible bisonte lanudo...
Millones de años más tarde la cueva tuvo un nombre y fue visitada por miles de turistas...
Un millón de años... millón y medio de años... Jack andaba por la selva, evitando los peligros. Existían las grandes fieras... Vio al terrible tigre de colmillos de sable y a la pantera gigante. Las noches se hicieron penosas. Jack pensaba en su familia, esperando allá en la cueva el resultado de su solitaria caza. Un poco más lejos tropezó con Ikam que empuñaba firmemente su lanza; pero su rostro se mostraba sombrío.
—Nada... Los «aurochs» han espantado la caza...
Regresaron a la cueva con la esperanza de que otro grupo de cazadores hubiera tenido más suerte que ellos. Les esperaba una sorpresa; Idam, que tenía fama de loco, había cortado dos rodajas de un corpulento árbol, uniéndolas entre sí por un palo, y las hacía rodar como un nuevo juguete...
Sin saberlo, había inventado la rueda...