II

En la habitación superior, justamente por encima del diámetro horizontal de la casa submarina, Joselito se encaramó ágilmente por la escalerilla que le permitía alcanzar la litera de encima, donde le gustaba tenderse de costado sobre la mullida colchoneta y ver. Miró por el ojo de buey de cristal tronco cónico. Afuera, una bandada de grandes peces azules jugaban y comían en una extensión de filamentosas algas verduzcoamarillentas. Aquel espectáculo le alegró el espíritu. Los reproches que su padre le había dirigido en el comedor le tenían bastante compungido. Las últimas palabras aún le resonaban repetidamente en el cerebro:

«Te van a tomar por un retrasado mental. Si no avanzas más en el colegio, no te dejaré salir.»

Allá, al otro lado de la praderilla, a unos cincuenta metros de distancia, estaba la casa de su amiguita Eleniv. Era una vivienda más bonita que la suya. El padre de Eleniv ganaba mucho; había podido comprarse una en forma de peonza muy esbelta. Además, sus ventanas, en lugar de ser redondas como los fríos ojos de un pulpo, tenían un bonito aspecto alargado, igual a las luces costales de los peces que pululan en los abismos.

Enfrente, sobre la cúpula de la peonza se encendió un intermitente piloto amarillo, y el característico zunzuneo de la sirena individual sonó tres veces. Con un ruido de gigantesca exhalación submarina, el minisub de Eleniv conducido por ella misma salió al exterior por un tubo lateral. Describió una graciosa curva de delfín juguetón y luego, muy despacio, dirigióse hacia la ventana circular del camarote de Joselito. Trazó a continuación una elipse y se puso junto al cristal.

Eleniv saludó con la mano. Joselito vio que su amiguita le invitaba a salir. Las imágenes mentales de la petición le alcanzaron instantáneamente atravesando el agua y las paredes como cualquier rayo de luz frente a un vidrio. Antes de que hubiese negado con la cabeza para indicarle que era imposible, Eleniv le captó el mensaje.

—Tu padre debe ser tonto —envió indignada al mismo tiempo que giraba el timón y se alejaba de allí.

El minisub pareció fundirse con la neblinosa bruma de la distancia seguido por los centenares de peces azules.

Un rato después, Joselito había dejado de atisbar, decidido a repasar los libros que su padre le indicara como necesarios para llegar a ser algo en el submarino mundo del Proyecto Supervivencia, en el que habíanle hecho nacer. Sin abrirlo vio todo lo que encerraban sus páginas y sintió profunda repugnancia hacia los garabatos que guardaba; signos cabalísticos que una y otra vez había intentado comprender, pero sus facultades mentales parecían negadas para conseguirlo. Algo le fallaba por dentro. Los demás niños sabían hasta la forma de usarlos. ¿Él, por qué no...?

—¡Bah! ¿Y qué? Eleniv y yo sabemos hacer cosas que ni nuestros papas pueden sospechar. Y guardaremos nuestro secreto. O haremos algo para sorprenderles...