I
Manuel Alberramán dio un tremendo puñetazo sobre la mesa haciendo rodar los dos vasos de leche y saltar todos los utensilios que, para comer, habían sido colocados con mucha estética por su esposa quien, desde el otro lado de la mesa, le miraba con un oscuro fondo de reproche en las pupilas. Manuel se sintió avergonzado por haberse dejado arrastrar de la ira.
—Disculpa, querida... yo... es que no puedo soportar el solo pensamiento de...
Angelina con su silencio dijo más que si hubiese pronunciado cualquier frase hiriente. Apartó la silla con suavidad y se puso en pie. La leche ya había alcanzado el borde del tablero.
—Yo lo... —dijo Manuel, comenzando a levantarse.
—¡No te muevas! —casi le ordenó Angelina.
Pero su imperativo ruego fue tardío, pues el líquido comenzaba a gotear sobre el amarillo plástico del piso. Ella tomó con elegancia una servilleta y extendiéndola sobre la mancha consiguió detener la caída total.
—Sí... siempre haces lo mismo; primero das la coz y luego pides disculpas.
El tono de voz no era insultante, sonaba suave, pero tan pleno de amargura que Manuel descendió la mirada y se mordió los labios.
—Te he confesado que no lo resisto —manifestó humildemente.
La amaba de verdad y cualquier daño que pudiera causarle le parecía injusto. Y más aún habiéndola transportado años atrás a aquel rincón casi a la fuerza.
Angelina terminó de recoger toda la leche y de ordenar la mesa. Puso los vasos en su lugar y volvió a sentarse.
—No, Manuel; es tanto ultraje a tu propia vanidad lo que te martiriza. Deseabas en el niño una prolongación de ti mismo que no ves alcanzada.
—En efecto... soy... un poco vanidoso —reconoció confuso.
—La sinceridad es tu cara buena. Y compensa de muchas cosas. Pero debes superarte más a ti mismo; ya sabes que la criatura sufre mucho ante tus gritos. Tal vez no es normal, como a veces piensas; sin embargo, aunque esto fuera verdad, ¿quedarías justificado?
—Pues... no...
—¡Claro que no...! Al contrario, sería suficiente razón para tratarlo con mayor tacto.
—Es que me rebelo contra la idea de que nos haya resultado un retrasado mental... Otros, a su edad...
—Dejemos la cuestión, ¿quieres?