II
Harry «el Merluzón» recorría una de las calles de la ciudad, tambaleándose bajo los efectos de la espantosa borrachera que llevaba encima. De vez en cuando rodaba como una pelota, y mediante un tremendo esfuerzo volvía a ponerse en pie para introducirse en la taberna más próxima, de donde salía peor aún que había entrado. En realidad, el estado alcohólico era el normal en Harry. Hacía años que había olvidado el sabor del agua... El trabajo le era asimismo desconocido y se mantenía a base de pequeñas raterías llevadas a efecto en sus escasos momentos de semilucidez.
Aquella noche, su borrachera era peor que nunca. Andaba más tiempo a gatas que de pie... Sin rumbo fijo, fue a dar en una oscura calleja y buscó ansiosamente con la vista el letrero que anunciara una próxima taberna.
Y, de pronto, surgieron ante sus vidriosas pupilas. Eran dos y venían flotando en el aire; una especie de morcillas rojas, en uno de cuyos extremos había una bola con una especie de faro luminoso que parpadeaba intermitentemente.
—¡Dios...! —murmuró trabajosamente—. Esto es... peor que nunca...
En sus «deliriums tremens» había tenido toda clase de pesadillas, pero aquella era superior a todas.
—Espera, criatura —escuchó una voz en su mente.
Harry se apoyó contra una pared y rompió a reír. ¡No sólo se imaginaba aquel absurdo sino que incluso oía voces! ¡Hay que ver las chanzas que le puede gastar a uno la imaginación!
—Criatura... ¿Quieres venir con nosotros?
Las «morcillas» no desaparecían. «Bueno —pensó, en medio de las brumas en que se debatía su cerebro—, me parece que otro trago las hará desaparecer...»
Pero seguía sin distinguir ninguna taberna. Quiso andar y las piernas le fallaron, viniendo a dar con sus huesos en el suelo.
—Rutk —comentó Swith—. ¿Qué clase de monstruo es éste?
—No tengo la menor idea, Rutk —contestó el otro iburiano—. Pero, a lo que se ve, pertenece a una de las razas más degeneradas con que nos hemos topado...
—Criatura —introdujo Swit su pensamiento en la mente del caído—. ¿Quieres acompañarnos?
—Pero... ¡si no existís! —tartajeó Harry—. Ahora contaré... hasta... tres... ¡Y fue... ra!
—Engánchale, Rutk. Creemos que ya tenemos el «specimen» que precisamos.
El primer iburiano se enlazó en torno al cuerpo inconsciente de Harry, que roncaba estrepitosamente. Lo llevaron hasta el «aerovolo» y allí Swit procedió a realizarle un análisis interno. Cuando terminó, el asombro se reflejaba en la enorme bola roja que hacía las veces de cabeza, asombro que entre los de su raza se caracterizaba por el cambio del color escarlata al verde.
—Rutk... El organismo de este «specimen» está compuesto casi totalmente de una especie de excitante líquido... Debe ser su alimentación habitual...
—¿Podemos fabricarlo nosotros?
—Creo que sí...
Cuando Harry despertó, se encontró con que le habían metido en la boca un tubo... ¡Ah, qué deliciosa sensación! Por su garganta abajo se deslizaba un chorro de delicioso whisky... Y el viaje hasta el lejano Ibur lo constituyó una borrachera continua... Ante el único ojo de los iburianos, aquel despreciable habitante del planeta Tierra era incapaz de sostenerse de pie, pasando horas enteras adormilado...
—¡Vaya una raza más inútil! —comentó Swit—. No me explico como han podido levantar ciudades.
—Usarían esclavos traídos de otros planetas...
—¿Estos? ¡Pero si no tienen fuerzas para nada...!
Dejarían que sus sabios descubriesen el misterio. Su misión era capturar ejemplares raros y ya lo habían conseguido.