VIII
Sin ser descubierto, consiguió alcanzar la gran vivienda donde había estado prisionero. Los Chupópteros, afanados en su sigiloso libar y seguros de que la máquina había adormecido a todos los habitantes del poblado, difícilmente podrían reparar en la presencia de un extraño.
Todas las puertas las halló igual que las había dejado. Esto significaba que a pesar del tiempo transcurrido la alarma no había cundido; con toda seguridad porque el guardián había perdido el conocimiento al caer en la celda.
El hombre se dirigió hacia la Gran Máquina autónoma cuyo runruneo le taladraba las sienes. Su aspecto le pareció aún más imponente y sus lucecillas parpadeantes más inquisidoras y malignas.
Por desgracia, había un guardián que antes no estaba. Sentado de espaldas a él leía un libro. Comprendió que debería eliminarlo en seguida; entonces miró alrededor buscando algún objeto contundente y sus ojos se detuvieron sobre una voluminosa llave inglesa colocada sobre un taburete a dos pasos de su escondrijo. La cogió con fuerza y acercándose con suma cautela al centinela le asestó un tremendo golpe sobre la nuca, derribándole a tierra. El Chupóptero cayó primero de rodillas y el hombre tuvo que golpearle varias veces en la dura cabeza para dejarle definitivamente desvanecido. De inmediato se puso a la tarea de ir desconectando cuantos interruptores y palancas veía a su alcance. Arrancó cables. La Gran Máquina empezó a humear y a gemir como un monstruo herido. El aullido hiriente de una sirena de alarma hendió los aires. Sobre el infernal ruido de los chisporroteos, otro clamor más dantesco llegaba desde fuera. Gritos de pavor y de ira. Los hombres de la época del «Nada de Nada» se estaban despertando, en todo el sentido literal y metafórico de la palabra. Cientos y cientos de hombres habían comprendido súbitamente y ahora luchaban.
De pronto, varias docenas de Chupópteros penetraron en la gran sala; venían huyendo, aterrados, heridos... Cuando distinguieron al hombre entre el humo, buscando entre la destrucción como un esquelético demonio repartiendo más destrucción, se dirigieron hacia él para lincharle. El hombre saltaba y reía. Los Chupópteros empezaron a golpearle. El hombre reía y reía. En las calles el fragor continuaba. La Gran Máquina estaba prácticamente destruida. El hombre reía y reía... en la calle se luchaba...