I
Allá en los confines del Universo conocido, bordeando las Nubes de Magallanes, último sistema de Andrómeda, en el planeta Ikur, el explorador intergaláctico Ophir recibió el encargo: «Todo muy sencillo —le había explicado el jefe de grupo—. Es una misión de las que a ti te gustan, Ophir. Se trata del tercer planeta del sistema Exparr. Algunos de nuestros pilotos lo han sobrevolado y parece reunir condiciones excelentes para una próxima colonización. Parece ser que está habitado, pero no debes preocuparte por eso. Se trata de unos seres de inteligencia bajísima... muy rudimentaria...»
—¿Qué debo hacer? —había inquirido Ophir.
—Estudiar esos seres. Nada más... Introdúcete en el cerebro de uno de ellos y asunto terminado.
Aquello ya no le agradó a Ophir. Como todos los habitantes de Ikur poseía la adaptación simbiótica, pero... limitada. Podía utilizar sus poderes una vez, sólo una vez. Y definitiva, que era lo más grave. Al introducirse en un cuerpo extraño, quedaba sujeto a éste para siempre, sufriendo los dolores y sufrimientos de un organismo que no era el suyo y muriendo en el preciso instante en que aquel organismo fenecía...
—¿Y dices que todo es muy sencillo? —inquirió rencorosamente—. ¿Sabes lo que me pides? Renunciar para siempre a mi apariencia física. No ignoras que una vez que me introduzca en el cerebro de una de esas criaturas, ya no podré abandonarlo. Y cuando os envié el mensaje mental, si se decide la ocupación del planeta, yo seré un extraño entre mi propia raza, con una apariencia que quizás os cause horror...
«Aparte de eso, ignoramos por completo la duración en el tiempo de la existencia de esos seres. Y su muerte significará la mía...
El jefe de exploradores no pareció impresionado lo más mínimo.
—Son gajes del oficio, Ophir. Cuando ingresaste en el Servicio, hiciste un juramento; cualquier sacrificio que se te pidiera en beneficio de nuestra raza y nuestra patria... Ahora, te pedimos ese sacrificio. ¡Piensa en Ikur! Los habitantes del planeta que nos interesa tendrán un aspecto físico completamente distinto del nuestro. ¡Debes introducirte en el interior de uno de ellos!
—Claro. Introducirme en un organismo extraño que seguramente me repugnará —se estremeció Ophir—. ¡Y para siempre!
—Tu sacrificio no será olvidado. Grabaremos tu nombre en el Libro de nuestros Mejores. ¿Qué más quieres?
—Bien —se resignó el explorador—. ¿Cuándo debo partir?
—En seguida... en seguida. Nos corre prisa encontrar un planeta apto para nuestra raza. Este en que vivimos se agota de puro viejo. ¡Ah! Como no queremos correr riesgos inútiles, no haremos nada hasta recibir tu mensaje mental. Si este no se produce, entenderemos que el planeta es peligroso y desistiremos de su conquista, buscando otro más propicio... Telepórtate cuanto antes y... mucha suerte.