VI
Encontré mi pasaporte en la carpeta del expediente y pude recuperar mi personalidad. A partir de entonces, todo fue muy fácil. Volví sin obstáculo aquí, sin que nadie sospechara lo más mínimo. Los periódicos habían dedicado el espacio justo a reseñar aquel suceso de carretera y en todos se daba por muerto a un tal Joseph Polaceck, que era trasladado para que sobre él se cumpliera una sentencia y cuyos restos carbonizados pudieron identificarse porque estaban unidos por unas esposas al que sin duda era el cadáver del inspector Ostovic. Ni un solo detalle más. Así me libré de aquella pesadilla.
Pero, no; no me he librado totalmente. Ya os he dicho que no me atrevo a presentarme ante vosotros. Que, a ratos, me asalta la conciencia de haber sido aquel Joseph Polaceck asesino y, a ratos también, la duda de seguir siéndolo. No es posible tener revelaciones como la que yo he tenido, asomarse a una vida pasada que ha sido la propia, sin que dejen una huella, una locura, una terrible inestabilidad psíquica. Cierto que tengo intervalos de normalidad, en que firmemente sé quién soy; pero cada vez son menos frecuentes. Por lo común, no sé responderme a estos avasalladores interrogantes: ¿soy yo el que he sido durante estos años, vuestro amigo Roberto Gray? ¿Soy quizás el Joseph Polaceck de años atrás? Y, sobre todo, a medida que pasa el tiempo, me pregunto con más ahínco: ¿hasta qué punto no estoy siendo ya el que seré cuando este Roberto Gray muera?
Va creciendo en mí una curiosidad insaciable: saber lo que he de ser en una futura existencia. Pienso, y mis pensamientos me arrojan de turbación en turbación. De igual modo que, por unos días, se rasgó el velo que ocultaba todo lo anterior, puede rasgarse también el que cubre el porvenir. Y, entonces, veré mi otro, el que todavía no es; me veré a mí mismo en años venideros. Siento, repito, una curiosidad creciente, que se va convirtiendo en obsesión, que me va enajenando, que me aleja del hoy. Ya sólo vivo para esperar y para espiar la llegada de ese rayo de luz revelador. Lo que comenzó por un horripilante asomarme al vacío de lo ya inexistente se ha transformado en un vehemente anhelo de asomarme a lo que vendrá después. Solamente yo, Roberto Gray, no soy objeto de mi interés. ¿Qué puede haber de apasionante en mí, cuya vida es cierta y aburrida y vulgar? ¿Cuya limitación en el tiempo —¡nada más que presente!— me está ahogando?