EL FIN DEL UNIVERSO

Francisco Faura

Fue una noche diferente aquella en que John Charles despertó de su sueño...

John Charles se despertó sobresaltado. Durante unos instantes permaneció quieto en la cama, escuchando... No se oía el menor ruido. El silencio más absoluto reinaba en la cama. Se movió, inquieto, y alargó la mano en busca del conmutador eléctrico. Sonó el «clic», al funcionar éste, pero la oscuridad continuó... «Vaya —pensó malhumorado el hombre—. Se ha debido fundir la bombilla...»

Dio media vuelta y trató de volver a dormir. Inútil; se encontraba con la mente lúcida, demasiado lúcida. Reflexionó en el viejo aforismo de contar ovejas, pero lo desechó por inútil.

Gruñendo entre dientes, separó las sábanas y saltó del lecho. Quitaría otra bombilla de cualquier habitación y dedicaría el tiempo que fuese a la lectura... Un libro pesado, cuanto más pesado mejor. Se calzó las zapatillas, se enfundó a tientas el batín y salió del dormitorio. Tanteando dio con la llave del vestíbulo y la oprimió... y su sorpresa fue mayúscula a percibir como tampoco ésta daba resultado y las tinieblas continuaban rodeándole. «Los plomos, maldita sea», se dijo rabiosamente.

Lo mejor era volver al lecho, pero comprendió que le sería imposible conciliar el sueño. Como pudo, localizó una pequeña escalera y fue hacia la puerta del piso... y entonces recordó las cerillas que tenía en la cocina. Fue hasta la estancia, tropezó con una silla y lanzó una maldición entre dientes. Por fin, localizó la caja de cerillas, sacó un fósforo y lo apretó en el rascador... Tampoco. Lo intentó con otro y otro... inútil. Hasta que llegó un momento en que, enfurecido, arrojó al suelo, con rabia, la caja.

«¡Estafadores! —murmuró—. Dan fósforos inútiles...» Le quedaba un recurso... su encendedor. Y otra vez regresó a tientas al dormitorio y buscando su americana, sacó el pequeño aparato. ¡Clic!... ¡Clic!... dos, tres, veinte veces... ¡Y nada! «¡Se habrá quedado sin gas este maldito, cuando más falta me hacía! —maldijo, porque sin algo con que alumbrarse caviló le iba a resultar bastante difícil cambiar los plomos—. ¡Claro! —se pegó una palmada en la frente, llamándose imbécil por no haber pensado antes en ello—. ¡La linterna!» Pero cuando intentó hacerla funcionar... nada. Extrañado, quedóse inmóvil, pensando en lo absurdo de aquella situación... ¿Sería posible que se diera tal cúmulo de coincidencias? Los plomos fundidos, las cerillas húmedas, el encendedor sin gas... y las pilas de linterna, gastadas.

Desesperado, fue hacia la puerta del piso, abriéndola. Lo hizo a punto de tropezar contra una forma humana, al mismo tiempo que escuchaba la voz del vecino del piso de enfrente.

—¿Es usted, John...? ¿No tendría fósforos, por casualidad?

—¡Demonios! ¿Qué le ocurre a usted?

—No me lo explico... No funciona la instalación eléctrica... ni mi linterna... ni siquiera el encendedor...

—Estoy igual que usted —gruñó Charles—. También yo lo he intentado con todas esas cosas... y nada.

Parecía como si todo el mundo hubiera perdido el sueño. Se oía el ruido de puertas al abrirse y las voces, mezclándose unas con otras.

—¿Cerillas?

—¿Una linterna...? La mía no funciona...

—No me lo explico... ¿Qué rayos está pasando?

Alguien opinó que lo mejor sería telefonear a la Compañía Eléctrica. Pero cuando lo intentaron, después de muchos fracasos, al no poder localizar con exactitud los números del disco, se encontraron con que el teléfono no daba señal alguna... Marcaron números al azar y sucedió lo mismo... Silencio absoluto.

—¡Ya es mucha casualidad! —barbotó Charles—. Esto del teléfono no tiene explicación...

—Nada tiene explicación —escuchó la voz del vecino del tercero, un individuo que trabajaba en la Televisión—. Bueno... ¿Qué hacemos?

Para agravar la situación, la inquilina del segundo —una chica que decía ser artista, aunque nadie la había visto trabajar en teatro alguno— comenzó a ponerse histérica.

—Yo vi una película... que se llamaba «El día que paralizaron la Tierra»... y era de unos marcianos que cortaron todos los servicios... Esto... esto... ¿No estará relacionado con los platillos volantes y... esas cosas?

—¡Déjese de estupideces! —replicó brutalmente Charles—. Lo que sea, no lo sé... Pero pronto lo voy a averiguar...

—¿A dónde va usted?

—A la calle. ¡Peste!

Apelotonados, tropezando unos con otros, bajaron las escaleras hasta llegar a la puerta del edificio. La abrieron... para encontrarse sumidos en las tinieblas. Oían voces excitadas y, en su avance, pegábanse contra otros cuerpos humanos...

—¡La luna! —Charles escuchó un grito que venía de su derecha—. ¡No hay luna...!

Así era. El astro nocturno había desaparecido...

—Quizás un eclipse —opinó alguien.

—¿Y todo lo demás?

Ni un solo farol funcionaba. Todos los letreros luminosos anunciadores estaban apagados... Sólo las tinieblas, unas terribles tinieblas, rodeaban a la muchedumbre.

—La Policía... ¿Qué hace la Policía?

Charles se pegó un terrible golpe contra una dura superficie metálica. Tanteando, reconoció un automóvil... Abrió la portezuela y se coló dentro. Estaba seguro de que era el suyo, pues lo había dejado precisamente frente al portal de su casa. Localizó las llaves en uno de sus bolsillos y trató de ponerlo en marcha. También fue inútil... El motor de arranque permaneció silencioso...

El miedo comenzó a apoderarse de él. Un pánico atroz, una angustia, ante un horror que no comprendía. Volvió a salir del vehículo y recibió un tremendo empujón... La masa debía ser enorme. Todo el mundo estaba en la calle. Y se oían gritos histéricos y lloros de criaturas...

Notó cómo una mano se agarraba a su brazo derecho y una voz femenina suplicaba:

—Por favor, señor... ¿Qué está ocurriendo?

—Eso quisiera saber yo —gruñó.

De pronto, percibió cómo un intenso calor comenzaba a apoderarse de su cuerpo... Y le faltaba la respiración, se sentía ahogar. La temperatura fue en aumento, hasta que le pareció que se encontraba en un horno. Los gritos eran terribles, quejas y lamentos...

—¡Me abraso...!

—Por favor... ¡Estoy ardiendo... vivo!

Sí, aquella era la sensación. La piel abrasándose... sin llamas. El calor se convirtió en algo insoportable; John Charles cayó de rodillas revolcándose de dolor. En torno suyo, el griterío era espantoso... Poco a poco fue debilitándose... Charles, sintiéndose morir, elevó sus ojos hacia arriba...

En el cielo, las estrellas iban apagándose una a una...