¿HAY VIDA EN LA TIERRA?

Manuel T. Raz

Alguien entre la multitud levantó el dedo hacia las nubes para señalar al objeto luminoso que se agrandaba por momentos.

Abajo, sobre el asfalto del centro de Manhattan, entre los agresivos rascacielos, el torrente circulatorio era intenso en las calzadas y francamente denso en las aceras. Pronto diez, cien, mil cabezas se alzaron para contemplar, en el plomizo atardecer, el extraño objeto luminoso que se agrandaba por momentos.

Pronto el objeto se agrandó frenéticamente, hasta convertirse en una amenazante bola de fuego que arrancó gritos de alarma entre la multitud. Segundos más tarde, el firme de la avenida se abrió estrepitosamente en un radio de casi diez metros para dar paso a aquella especie de meteoro.

Pocas horas más tarde, las últimas ediciones vespertinas de los periódicos plantearon la incógnita de la identidad de aquel objeto volador llovido de los cielos. Pero ya en las primeras ediciones de la mañana la prensa había reproducido las «declaraciones de los expertos», declaraciones de urgencia que confirmaban la teoría del meteorito.

«Restos del calcinado meteoro, aún incandescentes, han sido encontrados a más de sesenta y cinco metros de profundidad bajo la superficie», detallaban algunos artículos, que completaban después la información con un balance de víctimas y daños materiales producidos por el «cuerpo celeste».

Sólo los periódicos menos conservadores de la metrópoli aventuraban algunas suspicacias respecto al reticente y frío comunicado oficial. Y ponían la palabra «meteorito» entre comillas.

Hasta cuarenta y cinco segundos antes de entrar en ignición y hundirse en una calzada de Manhattan, el «Terra III» había estado retransmitiendo fotografías de la Tierra a la base marciana de seguimiento número 2.

Un fallo en los cohetes retropropulsores tuvo la culpa de que el «Terra III» se precipitase a última hora en la baja atmósfera terrestre, incendiándose en su brusco choque con el aire y estrellándose en la superficie del planeta.

Pese a todo, el equipo responsable del Proyecto Terra estaba satisfecho con los resultados obtenidos tras el lanzamiento. «Terra I» y «Terra II» ni siquiera habían logrado, meses atrás, entrar en colisión con la Tierra: el primero había pasado a más de cinco mil kilómetros del planeta y el segundo se había aproximado hasta casi quinientos, perdiéndose después, como su antecesor, camino del sol.

Más de doscientas fotografías eran el producto de «Terra III». Doscientos documentos gráficos que permitían a los científicos marcianos un más perfecto conocimiento del «planeta gemelo», de la Tierra, del cuerpo solar con mayores posibilidades de albergar «vida animal».

La gran rueda de prensa iba a celebrarse en el salón de actos del Centro de Investigaciones Espaciales. La presidiría el doctor M.D.S., secretario general del Proyecto Terra.

La importancia, o posible importancia, de las declaraciones sobre el «aterrizaje» de «Terra III» había congregado en el Centro a informadores llegados de todas las latitudes.

Tras las primeras preguntas de rigor acerca de los fallos técnicos que precipitaron la caída del ingenio, los periodistas se interesaron por las fotografías recibidas en la Estación número 2 de seguimiento.

—Dr. D.: ¿Arroja la información de «Terra III» alguna nueva luz sobre las condiciones de vida que imperan en el planeta Tierra?

Los ojos del interrogado adquirieron un brillo especial al responder:

—No sólo arrojan nueva luz, sino que aportan al mundo científico pruebas concluyentes sobre lo que hasta ahora sólo habían sido teorías.

—¿Por ejemplo?

—Bueno, en realidad, puede decirse la mayoría de esas pruebas concluyentes sólo revisten verdadero interés para los científicos.

—Entonces, ¿las fotografías del «Terra III» no nos dicen nada sobre si en el «planeta gemelo» existe algún tipo de vida animal?

—Sí, sí, nos dicen muchas cosas. Pero hemos de reconocer que son verdaderamente negativas sobre las posibilidades de esa vida animal de que habla. Aunque... es ya realmente segura la existencia de vegetales superiores.

—¿Se harán públicas las fotografías recibidas de la Tierra?

—Se harán públicas de inmediato todas las que revisten algún interés general, ya que la inmensa mayoría de ellas sólo dicen algo a los especialistas. Por el momento, la Comisión Asesora de nuestro Proyecto ha considerado de interés mostrar algunos de estos documentos a los representantes de la prensa aquí reunidos.

Un leve murmullo se extendió por la abarrotada sala mientras algunas luces eran suprimidas. A continuación, sobre la gran pantalla que ocupaba parte de un muro, fueron proyectadas las dos primeras fotos, cuyos números de orden eran respectivamente el 125 y el 140.

—Estas son las fotografías más remotas respecto a la Tierra entre las que vamos a contemplar. Esta primera está tomada ya en plena atmósfera terrestre, aunque todavía a unos seiscientos kilómetros del suelo. Y esta otra, tomada a cuatrocientos, refleja ya con claridad las formaciones nubosas que a trechos envuelven la Tierra.

Dos nuevas fotos sustituyeron a las primeras en la gran pantalla.

—Los bordes continentales se perfilan ya aquí con claridad. En el ángulo superior derecho de la segunda fotografía pueden observar la denominada Área B, señalada por los científicos como una de las diez más probables para el posible desarrollo de formas superiores de vida.

La tercera pareja de documentos expuesta en la pantalla a la vista de los informadores hizo adoptar a la voz del doctor D. un nuevo tono, más afable y optimista.

—Tienen ahora ante sus ojos imágenes de la Tierra tomadas a menos de ciento cincuenta kilómetros de la superficie. Observen, allí donde las nubes no impiden la visión, la precisión de los bordes continentales y esa serie de manchas discontinuas de sumo interés para nosotros y que aparecen ya con precisión en las siguientes fotografías.

Las dos nuevas imágenes de la Tierra transformaron aún más la ya excitada voz del científico.

—Vean aquí con más detalles las manchas anteriores. Se trata de abrupciones y concavidades del terreno sobre las que se reparten constituciones geológicas distintas y, con toda seguridad, grandes poblaciones de vegetales superiores, verdaderos bosques.

El examen de los dos siguientes documentos gráficos fue más prolijo y los informadores formularon numerosas preguntas. El doctor D. tuvo respuesta para todas las interrogantes, tras haber anunciado triunfalmente que aquellas fotografías habían sido tomadas por «Terra III» a menos de veinticinco kilómetros sobre la superficie terrestre. Pero fue al examinar las dos últimas imágenes cuando el clima de interés alcanzó su cénit.

—Estas dos fotografías —anunció triunfalmente el doctor D.— han sido tomadas poco antes de que las cámaras del «Terra» dejasen de funcionar tras el fallo de los retropropulsores. La primera fue tomada a menos de dos kilómetros de la corteza terrestre, muy cerca del lugar previsto para el aterrizaje suave de nuestro cohete. La segunda, aunque más imperfecta debido a que el ingenio estaba ya prácticamente fuera de control, es más reveladora, ya que fue tomada a un kilómetro escaso del suelo terrestre.

Tras una somera explicación de ambas fotografías por el doctor D., los informadores comenzaron a bombardear preguntas y a garabatear respuestas acerca de aquellos dos últimos documentos gráficos.

—¿Puede decirnos, doctor, qué significan esas granulaciones casi geométricas de la primera foto?

—Esas «granulaciones», como usted las llama, han dado mucho que hablar a nuestros científicos. Son, en efecto, casi geométricas y puede usted examinarlas al detalle en la segunda fotografía. Se trata de formaciones de roca sólida, cuya naturaleza nos es por el momento extraña y sobre cuya superficie es imposible cualquier tipo de vida conocida.

—¿Y esa especie de canalillos que discurren entre las superficies rectangulares?

—La naturaleza de esos canalillos es similar a la de los cuerpos geométricos que acabamos de ver. Y, dato curioso, puedo decirles que los científicos han «detectado en ellos una especie de partículas móviles de naturaleza metálica».

—¿Qué es lo que han averiguado acerca de esas partículas? ¿A qué velocidad se mueven?

—Por el momento, lo único que se ha podido averiguar es que se mueven a velocidades bastantes regulares y que son de metal.

—¿Y esas manchas oscuras distribuidas irregularmente entre los canalillos y las superficies rectangulares?

Sonrió el doctor D. antes de responder con un cierto aire de complacencia:

—Son, sin duda, minúsculas poblaciones de vegetales superiores que aprovechan para su desarrollo las exiguas parcelas de suelo propio.

—Doctor: ¿ha averiguado algo el «Terra III» acerca de la baja atmósfera terrestre?

—En efecto. Y los resultados pueden ser más negativos para las posibilidades de vida animal conocida sobre esa parte de la superficie terrestre. ¿Ven ustedes esa bruma, esa especie de neblina que empaña la nitidez de las imágenes hasta borrarla casi por completo en algunos sectores?

Con la pregunta en el aire, el doctor D. se ajustó ambos resortes correctores de la visión. A continuación se respondió a sí mismo:

—Pues bien: no se trata de nubes bajas, sino de fuertes concentraciones de monóxido de carbono y partículas extrañas combinadas con el oxígeno, el nitrógeno y con los demás componentes menores de la atmósfera terrícola.

—Entonces, doctor D., todos esos datos obtenidos por el «Terra III», ¿hacen mostrarse a los científicos pesimistas sobre las posibilidades de vida animal en la Tierra?

—Esos datos, necesariamente, hacen reconsiderar a los científicos numerosas hipótesis anteriores sobre las condiciones de vida animal en ese planeta y, al mismo tiempo, nos obligan a todos a ser más pesimistas en ese sentido. Todos deseamos no estar solos en el sistema solar. Todos acariciamos incluso la idea de que existan seres inteligentes y próximos fuera de Marte. Pero hay que ser realistas.

Tras una leve pausa y haciendo surgir una nueva sonrisa en su rostro, el doctor D. concluyó antes de dar por terminada la conferencia:

—Sin embargo, no hay que perder las esperanzas. La imposibilidad de vida animal sobre la Tierra no ha sido aún plenamente demostrada. Y... ¿quién sabe si las próximas investigaciones no nos revelarán indicios incluso de vida inteligente en algún otro rincón del «planeta gemelo»?