II
Ophir se encontró en un hermoso prado. Corría un ligero vientecillo muy agradable y el cielo era maravillosamente azul, muy diferente al grisáceo de su planeta de origen. Contemplando todo aquello, comprendió perfectamente el interés de los rectores de Ikur por apoderarse de aquel mundo tan bello.
Miró en torno suyo, buscando a los nativos del planeta. Allí estaban, no muy lejos del sitio donde él se encontraba. Aunque estaba preparado para lo peor, no pudo por menos de estremecerse al verlos... ¡Eran gigantescos! Jamás había visto nada igual.
—Bueno —se dijo, resignándose ante lo inevitable—. Cuanto antes lo haga, mejor...
Hizo desaparecer su envoltura física que se desvaneció en una ligera neblina.
«Adiós», despidióse con una leve nostalgia... y, ya decidido, proyectó rápidamente su «yo» mental sobre uno de aquellos seres.
Fue cuestión de segundos anular el cerebro de la extraña criatura, alojando su mente en el hueco vacío... La escasa inteligencia que borró, motivó su desprecio. Era una mente tan rudimentaria, de tan bajo nivel, que de haber podido se habría echado a reír... A la avanzadísima civilización de Ikur le resultaría sencillísimo eliminar unas mentalidades tan elementales.
Contempló a los otros ejemplares que le rodeaban, intentando averiguar el lenguaje de que se valían aquellos monstruos para comunicarse entre sí. De vez en cuando dejaban escapar unos extraños sonidos, totalmente incomprensibles para él... Bien, le costaría tiempo, pero acabaría por descifrar su idioma.