VII

¿Dónde había caído? —pensó angustiado Ophir—. ¿Qué planeta de pesadilla era aquél? ¿Y ésta era la misión tan fácil que le encomendara el jefe de exploradores de Ikur? Ahora eran dos los monstruos con los que debía enfrentarse... Uno de ellos, el conocido de los cuatro tentáculos, sólo que estaba montado en otro ser espantoso.

De haber podido se habría apresurado a abandonar aquel maldito cuerpo. Pero le era imposible... Había realizado su única intromisión simbiótica y le era imposible retirarse.

Tuvo que aguantar horrorosos pinchazos que desgarraban la piel, sintiendo cómo el líquido vivificador que mantenía la vida en el cuerpo extraño se escapaba a chorros del mismo... Los monstruos tentaculares parecían reírse de sus sufrimientos. Por tres veces bailaron ante sus ojos, para producirle nuevos pinchazos... La cólera le dominó y al último lo cogió de lleno, lanzándole por los aires. Y no se dio por satisfecho hasta que lo pisoteó, dejándole inmóvil.