V
Ophir estaba desorientado. No entendía nada, absolutamente nada de lo que sucedía. Primero habían llegado unos cuantos de aquellos monstruos de los cuatro tentáculos y le habían encerrado en una estrecha jaula donde apenas si podía moverse. Luego, con el cuerpo (aquel cuerpo del que se había apoderado) molido y maltrecho por la forzada postura del encierro, le soltaron en otro recinto en compañía de otros cinco seres de la misma especie. Después, otro pequeño encierro y casi en seguida sintió un brutal pinchazo en sus carnes... El dolor físico llegó hasta su mente. Y en seguida distinguió un hueco en tanto que un largo palo le empujaba con violencia.
Salió corriendo, deseoso de alejarse cuanto antes de allí. Pero sus intenciones pronto se vieron defraudadas... No había escape, pues el recinto se hallaba amurallado. Y por todas partes había abominables monstruos tentaculares que lanzaban estridentes chillidos... ¿Qué era todo aquéllo?
Vio como uno de aquellos repugnantes seres se plantaba ante él modulando raros sonidos y agitando algo entre las manos... «No hagas daño a ninguna de las especies del planeta —recordó las instrucciones de su jefe—. Es totalmente indispensable que no desconfíen de ti.» Bueno, por lo menos le daría un susto... Y se lanzó como una flecha, pasando rozando el cuerpo asqueroso del monstruo.