IV
El profesor Cambell andaba excitadísimo de un lado para otro. Los técnicos en computadoras habían concluido su tarea de selección y la colocación de fichas estaba lista para ser analizada. Si su idea tenía éxito habría descubierto el secreto que se encerraba en el idioma de Milton y también el enigma de las ciudades. En total, el misterio de Milton sería puesto al descubierto.
Como quiera que la primera sesión registrada también había sido estructurada en fichas, ésta era la primera que deseaba tener analizada. Cuando le trajeron la cinta estaba departiendo amistosamente con un ingeniero especialista en arqueología astral llamado Neilson.
—De ser como usted dice —advirtió Neilson—, estas esferas han sido colocadas no hace mucho tiempo. Con lo cual obtenemos el siguiente resultado: no pertenecen a la arquitectura ya estudiada de Milton.
—Mire, Neilson —dijo Cambell visiblemente enojado—, yo no soy ingeniero, ni arquitecto, ni técnico en nada. Me limito a mi profesión de especialista en sociología espacial. Y, por lo que yo he venido observando, estas ciudades de Milton estaban estructuradas para sociedades enormemente gregarias. Puedo afirmar, sin temor a equivocarme, que cada bloque o edificio venía a ser algo así como una colmena. Un arquitecto corriente de la Tierra, piensa los habitáculos para una familia de entre dos y ocho componentes: pero no mucho más. Aquí, en Milton, las edificaciones carecen de estas unidades familiares. La vivienda unifamiliar, tal como nosotros la consideramos para muchos de los planetas conocidos, no existe en Milton.
—¿Quiere decir que estos bloques servían para alojar verdaderos enjambres de criaturas? —objetó Neilson—. En este caso habríamos de admitir una terrible promiscuidad.
—¿Por qué no? La Tierra en sus tiempos de tribus también usaba el método gregario y, por tanto, promiscuo. Milton es un planeta, en este aspecto, demasiado promiscuo. No olvide su pluralidad de sexos en los grupos y, seguramente, en algún mismo individuo. De todos modos, estas esferas, como usted dice bien, no estaban en los bloques cuando nuestros exploradores llegaron aquí. Aún después de mucho tiempo, las patrullas no las han descubierto. Ahora sí. Posiblemente estos seres que yo capté no pudieron advertir a un hombre solo, paseando distraídamente, como yo lo hacía. Tal vez una patrulla haga demasiado ruido o sea más fácil su captación para «ellos».
—De todos modos, tal vez la computadora nos diga algo...
—Eso espero. Casi no me atrevo a saber nada más de este pandemónium miltoniano —dijo Cambell, procediendo a introducir ordenadamente aquella cinta en el visorlector automático que tenía ya conectado desde hacía un rato.
Un chasquido de la máquina anunció el paso del comienzo de la cinta por la primera célula. Un rum rum característico siguió durante unos segundos y, acto seguido, apareció en la pantalla lo que Cambell también recordaba de aquella primera sesión a la que asistió con un magnetófono portátil. Al mismo tiempo, el parlante, con el mismo tono de voz registrado en la sesión, iba sonorizando la lectura.
«La pequeña linterna, cuando ha llovido demasiado, se estropea definitivamente. Me alegro de que lo hayas hecho. Nunca debes aceptar nada por autoridad. Piénsalo por ti mismo.»
Análisis: La pequeña linterna se rebela contra la autoridad de alguien. Habla de forma impersonal y es felicitado por apagarse cuando ha sido sometida a la lluvia. Stop.
«Son pequeñas masas puntuales con momento angular de una variable infinita. Su masa es modelo de nada.»
Análisis: Se refiere a la lluvia que, como principio de autoridad, impulsa a la linterna a realizar algo opuesto a sus deseos. Entiéndase por masa puntual el electrón, ya que posee momento angular reconocido. Su masa, modelo de nada, niega al electrón, luego sólo nos resta considerar como nada con masa puntual al fotón. Luz es lluvia, por silogía comparada. Stop.
«¿Hablar sobre los problemas fundamentales? Moby Ny y también Cowy Ty devoraron juntos un ejemplar y no llegaron a nada concreto.»
Análisis: La anterior pregunta rechaza una posible sugerencia de aprovechamiento de la lluvia-luz. Si dos unidades tipo devoraron un ejemplar, sin llegar a nada concreto, quiere decir que hubo disección y frustración. Stop.
«Si yo tuviera una luz no me importaría este problema. Con luz no me importa la arena en los ojos.»
Análisis: El que habla espera otra clase de luz. Con ello cesaría toda molestia de agente extraño en sus ojos. Stop.
«Son diferentes por completo y siempre llegan a la superficie al mismo tiempo. Claro está que ambos tienen masa nula.»
Análisis: Se advierte diferencia entre ellos. Indudablemente, los fotones cumplen esta condición, incluso en el vacío. También los electrones cumplen la misma condición, naturalmente. Stop.
«La primera vez está abajo y luego aprende a quedarse allá arriba. Primeramente cortos espacios y después a lo mejor para siempre. No es necesario aniquilarlo: el ooz no requiere luz.»
Análisis: De esto se infiere que el denominado ooz primero está abajo y luego está arriba. También se advierte la posibilidad de movilidad autónoma, puesto que puede quedar o estabilizar a discreción. Si el ooz no requiere luz, puede aceptarse el hecho de que él mismo sea luz, lo que es dudoso puesto que el que habla no ve la necesidad de aniquilarlo. El ooz no es un fotón, aunque reúne muchas condiciones y cualidades de estas partículas. Stop.
«El ooz se queda durante la noche y aprovecha toda la energía que no existe para poderse apoyar en nada allá arriba.»
Análisis: Si no existe energía no hay nada que aprovechar y, por tanto no puede apoyarse y quedarse arriba. El ooz puede o no quedarse durante la noche, pero no existe motivo concreto para ello. Si el ooz no requiere luz, porque él mismo puede serlo, no existe tampoco motivo para querer aprovechar energía que por otra parte no existe. Absurdo por sí mismo. Stop.
Cambell cerró el conmutador del aparato. Se sentía visiblemente avergonzado.
—¡Absurdo por mí mismo! —dijo irónicamente—. Ese que ha hablado últimamente soy yo. ¿Qué le parece?
—¿Usted?
—Sí: quise probar en aquella endiablada reunión la reacción de los componentes del grupo. Ya entonces me di cuenta de que no había hecho otra cosa que el ridículo.
—No debe preocuparse. La ciencia tiene que probar todo lo que encuentre a su alcance. Pero creo que podemos llegar a resultados positivos, si seguimos así.
—Puede ser, puede ser, Neilson —murmuró el profesor Cambell—. Espero que esto se aclare.
—Se está aclarando, Cambell —dijo entusiasmado el ingeniero Neilson—. ¿No aprecia en esto que dos fuerzas parecen luchar por algo? Al menos, por lo que yo veo, una de estas fuerzas quiere vencer o aprovecharse de la otra. Una fuerza es el nativo. Otra fuerza es el ooz, una incógnita.
—Más bien un factor desconocido, Neilson. La incógnita es esa luz que necesitan para no sé qué diabólicos fines.
—Sí, ¡claro que sí! —exclamó Neilson entusiasmado.
—Unas criaturas que se comportan de un modo rarísimo, un factor desconocido denominado ooz, y una luz que no está más allá de ser una incógnita. ¡Vaya una ecuación!
Cambell, desfallecido, se dejó caer en una butaca. Neilson le dio la espalda, enfocando su mirada a una lejana ciudad que se divisaba a través de la irisación del sol. Y también debía pensar en los misterios que encerraba cada ciudad, cada rincón del Universo.
Un joven de unos veinticinco años, ayudante técnico de computadoras, llamado Ratsbonne, entró precipitadamente en el despacho llevando entre sus manos la caja de una nueva cinta, ya preparada por el analizador múltiple.
—¿Averiguó algo, profesor? —dijo, cordial, mientras dejaba la caja sobre la mesa de Cambell.
—No mucho, hijo; no mucho, por cierto —repuso con acento de fatiga Neilson, en vista de que Cambell parecía adormecido.
—Se preocupan demasiado, entiendo —dijo el joven Ratsbonne irreflexivamente—. Yo creo que estos nativos están locos porque se les ha perdido algo y, además, hay otros seres que también están locos porque suben y bajan y bajan y suben y nunca se sabe si se quedan a dormir abajo o tienden una hamaca allá arriba.
El profesor Cambell alzó la cabeza sonriente: siempre le había agradado aquel joven. Un poco alocado, si se puede usar este término, pero muy eficiente en su labor. Y además nunca tenía ideas raras, dedicándose con mucha atención a su trabajo.
—De modo, Ratsbonne, que aquí todos estamos locos...
—¡Oh, no! Yo no he dicho eso, señor. Tan sólo quise exteriorizar mi opinión respecto a todo este barullo —aclaró el joven.
—De modo, Ratsbonne, que también es esa la opinión de todos ustedes: que existen dos clases de gentes, criaturas, seres o como queramos llamarlos, ¿no?
—En efecto, señor Neilson. Esto es lo que dicen todos. Ya lo sospechábamos antes, cuando se escuchaban rumores de que en las ciudades abandonadas existía algo raro, a veces.
—Ya... —Cambell se levantó de su butaca y fue hacia la mesa—. Pero ¿qué opinas tú? Digo de una manera estrictamente personal.
—A mí no me haga caso. Yo tengo ideas propias, señor. Mi padre decía que acabaría en Marte. Si llega a saber que me destinarían a Milton se hubiera muerto de risa. Ahora es él el que está en Marte. ¡Qué cosas!
El profesor Cambell colocó la cinta en el aparato visorlector y dio al conmutador. Al cabo de unos segundos el conocido chasquido anunció la nueva emisión.
«Hallkamm. Hallkamm, Sah... Hallkamm, Sah.»
Análisis: Se desconoce el significado. Parece ser invocación. Stop.
«Para encontrar el curso debemos encontrar también lo imperceptible.»
Análisis: Algo que buscan está sin percibir todavía. Stop.
«El aliento es ooz. Cuando un ooz cruza y se alza ya no se le ve. Y cuando vuelve es otro. No nos sirve el ooz.»
Análisis: Desean basarse en algún principio del ooz. Este es reconocido por ellos cuando cruza y se eleva, desapareciendo. Cuando vuelve es otro. Se ha producido cambio, mutación o variación. No sirve su principio puesto que vuelve. Stop.
«Un sutil enrarecimiento basta para obstruir la salida. La salida existe. El sutil enrarecimiento permanece. Será difícil la salida.»
Análisis: Algo se opone a la salida. Esta salida es deseada. En los términos que se expresan, salida quiere decir escape. Existe persuasión de la salida. El obstáculo persiste, por lo que implica dificultades para la escapada. Stop.
Un run run continuo dio a entender que no había más cinta. Cambell pulsó el conmutador.
—Neilson, estos endiablados seres quieren huir. Me consta.
—Y piensan que se pueden apoyar en principios de dinámica que emplea el ooz. Reconocen que este ooz no les sirve. ¿No podría ocurrir que este ooz, sea lo que sea, impidiese la salida o escapada de los nativos? —dijo Neilson.
—Me temo que este fantasmal ooz no entre ni salga en la cuestión —dijo a su vez el profesor Cambell.
—No me extrañaría, entonces, que esa obstrucción fuéramos nosotros. Somos nocivos. Yo recuerdo que en Crámides Dos, los nativos se lamentaban de que nosotros les trajésemos influencias nocivas. Algo así como enfermedades desconocidas en ellos hasta aquel entonces.
—¡Ratsbonne!
—Perdón, señor...
—¡Diablos de chico! ¿Sabe, Neilson, que Ratsbonne puede muy bien tener razón? —dijo entonces el profesor Cambell.
—Claro que la tengo, señor...
—Será mejor que te expliques, Ratsbonne —dijo muy serio Neilson.
—Verán... Mi padre decía que el hombre está dotado de influencias muy raras. Estas influencias operan sobre los animales inteligentes y se hacen inútiles e inoperantes sobre animales inferiores. En Crámides Dos los nativos acabaron enfureciéndose tan sólo ante nuestra presencia y se volvían locos ante nuestras miradas. Si persistíamos terminaban en plena postración. Creo que esto está siendo observado también en Edén, el próximo planeta exterior, de Delmus, claro —y Ratsbonne se quedó mirando a los otros dos con una sonrisa en los labios y un brillo de victoria en los ojos.
—¿Y por esto quieren escapar de nosotros? —preguntó incisivo el profesor Cambell.
—¡Oh, no, señor! —repuso con prontitud el joven—. No quieren escapar de nosotros solamente. Les bastaría para esto emigrar a otras ciudades que no conocemos todavía o a algún continente inexplorado. Quieren huir de Milton. Y han probado en seguir pautas y principios del ooz.
—Y supongo que también sabrás quiénes o cuáles cosas son esos ooz dichosos, ¿no? —dijo malhumorado Neilson.
—Sí, señor. Casi no se les puede ver, pero sé que son una especie rarísima de aves de cuerpo casi imperceptible. Se les adivina, más bien. Por la noche brillan como el papel celofán. Yo los llamo espíritus planos. Dan la sensación de hojas de libros que caminan por el espacio desprendidas de algo. Hojas transparentes, claro.
—¡Claro! —desdeñó Neilson—. Se dice muy pronto.
—No nos debe extrañar, Neilson —dijo Cambell en apoyo del joven—. En la Tierra, así como en innumerables planetas, existen las especies de las medusas. Incluso le ruego que recuerde que en Venus hallamos medusas aladas. Pero estimo que aquellos animales eran más corpóreos que los que ha descubierto Ratsbonne.
Los tres guardaron silencio y, sigilosamente, Ratsbonne abandonó el despacho del profesor.
—¡Endemoniado Ratsbonne! Nos está dando una lección, me parece.
—Sí, una lección de curiosidad —dijo Neilson—. Los chicos son muy curiosos y acaban descubriendo cosas.
—Y luego nos duele a los viejos que nos alcancen tan pronto. Esto ocurre —dijo de buen humor el profesor Cambell.
—No. A mí no me duele. Lo que sí me molesta es el grado de despreocupación que pone este chico por las cosas. Luego resulta que ya lo tiene todo sabido, como cosa natural.
—Así es la juventud, Neilson, Así ha sido siempre. Y así hemos sido nosotros también. Me repugna la idea de que nos empujen; pero me domino y, en el fondo de mi ser, deseo ayudarles. Este Ratsbonne es algo único. También a mí me desespera que dé a sus opiniones este aspecto tan, digamos tan natural. Pero yo lo tomo por el lado humorístico, porque entiendo, Neilson, que hasta la Ciencia debe tener su buen sentido del humor. Un sentido bueno, humano, decente del humor, es algo que quizás impulse al género nuestro, a nuestra especie, hacia enormes distancias donde nos hallemos con nosotros mismos. Y este sentido del humor lo tienen estos mocosos. Por esto, por inercia, arrastran a unos y empujan a otros hacia el mañana. Siempre ha sido así.
—Pero a esa edad no se puede discernir correctamente...
—La mejor edad si se les ayuda y la peor si se les ponen obstáculos. Neilson, si a nosotros no nos hubieran ayudado de cierta manera, no estaríamos ahora aquí, orgullosos del puesto que ocupamos en la humanidad. Y si no nos hubieran puesto algunos obstáculos tal vez hubiéramos ascendido un escalón más en la rampa de la sociedad a la que pertenecemos. Hemos de proteger a estos chicos. Hay muchos Ratsbonne por ahí.