NOTA A LA EDICIÓN

Un conocido adagio advierte que traducir es, inevitablemente, traicionar. Esta verdad es aún más cierta para textos como El vuelo de Ícaro, donde los juegos de palabras y los dobles sentidos se multiplican hasta el punto de obligar al traductor y al editor a tomar un buen número de decisiones que resultan cuando menos discutibles. Para evitar abrumar al lector sin privarle del derecho a discrepar, querríamos hacer explícitas al menos algunas de estas decisiones.

Los nombres propios son un terreno de juego característico de Queneau y es extraño encontrar alguno en el que no resuene el eco de alguna alusión o doble sentido (o al menos así se lo parece al lector que ha quedado atrapado en el juego). En esta edición hemos optado por no traducir los nombres propios excepto cuando el juego que encierran se imbrica de tal modo en la narración que la pérdida hubiera parecido excesiva si no los traducíamos. Esto sucede con los nombres de BA (que en francés era LN-Héléne) y de Mick Haropronto (en la versión francesa Nick Harwitt). La imposibilidad de evitar la traición en la traducción se manifiesta en el primer caso por la pérdida de la resonancia mítica de Helena de Troya, que difícilmente nos convencerán que fuera casual. Muchos otros nombres propios en esta obra contienen juegos: la señora Champvaux, cuyo apellido evoca, si se atiende a la ortografía, a los campos de un valle, pero si se atiende a la fonética, a una ternera del campo; el de Maîtretout, que suena a «Sabelotodo»; o el de Balbine, cuyo nombre hace pensar en las piezas de los motores con los que trabaja su padre el mecánico… Sin embargo, el riesgo de caer en la sobrelectura, la dificultad de encontrar un correlato en nuestra lengua para ciertos juegos semánticos, o la abierta imposibilidad de reproducir otras resonancias de tipo más difuso (Chamissac-Piéplu, Corentin Durendal, Berrrier,…), nos han convencido, muchas veces contra nuestro primer impulso, de tratarlos como nombres propios y no traducirlos. Por otra parte, nos parecía que un elemento importante del relato es el escenario en el que tiene lugar, la ciudad de París. Ese escenario se hubiera enrarecido si lo hubiéramos poblado de personajes con nombres castellanos.

En cuanto al título, ante la dificultad de conservar la ambivalencia de la palabra «vol» en francés, que puede significar tanto «robo» como «vuelo», hemos optado por privilegiar uno de estos significados con la palabra «vuelo». Tal vez hubiéramos podido rescatar la ambigüedad del original si hubiéramos optado por el título «Ícaro ha volado», pero con eso se perdía en cierto modo la naturalidad del texto francés, y sobre todo se difuminaba la referencia al mito griego, tan esencial para el destino del protagonista.